viernes, 30 de junio de 2017

LITURGIA DEL DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO




Antífona de entrada
«Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo». Tomada del salmo 46, versículo 2. El domingo es el gran día del júbilo para el pueblo cristiano. Mientras que para el calendario civil es el último día de la semana, para la Iglesia es el primero. Por eso, este versículo del salmo 46, salmo que invita a la alabanza por el gran Rey que ha vencido, está situado al inicio de la celebración para marcar un tono espiritual determinado que se debe mantener hasta el final.
Oración colecta
             «Oh Dios, que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de luz, concédenos que no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo». De nueva incorporación. Esta oración es como un eco de la pascua dado los temas que la abren: “la gracia de la adopción” y ser “hijos de luz”. Quien ha renacido a la nueva vida, por medio de los sacramentos de la iniciación cristiana, es iluminado por la luz de la verdad, esa luz que es Cristo, significado en el cirio, que disipa en nosotros los errores de la mente y del corazón.
Oración sobre las ofrendas
               «Oh Dios, que actúas con la eficacia de tus sacramentos, concédenos que nuestro ministerio sea digno de estos dones sagrados. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada de la compilación veronense (s. V). Estamos ante una oración claramente anti-donatista. ¿Qué es el donatismo? Una herejía surgida en el África cristiana del s. IV llevada a cabo por el obispo Donato cuyo postulado fundamental es que la eficacia y validez de los sacramento depende de la idoneidad y cualidad moral del ministro.
               El hacer frente a esta herejía, le valió a la Iglesia el profundizar sobre la eficacia de los sacramento resolviendo que les viene de la fuerza del misterio pascual de Jesucristo y por tanto son eficaces por sí mismos, con lo cual la cualidad moral del ministro no afecta para nada.
                Sabido esto, se entiende muy bien porque la oración habla de la eficacia de los sacramentos como forma del actuar divino y la necesidad de un digno servicio, pues aunque que el ministro sea bueno o malo no afecta en nada, no podemos obviar que la actitud de fe con que nos acerquemos y recibamos los sacramentos supondrá una mayor o menos fructuosidad en nosotros.
Antífona de comunión
              «Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre». Tomada del salmo 102, versículo 1. Al iniciar la procesión hacia la comunión el pueblo cristiano hace suyas estas palabras del salmo 102 para bendecir a su Señor sacramentado que está vivo, real y presente bajo los velos del pan y del vino. Todo nuestro ser entra en un dinamismo dispositivo para dar posada a tal insigne huésped.
             «Padre, por ellos te ruego; para que todos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado, dice el Señor». Inspirado del evangelio de san Juan 17, versículos 20 al 21. Esta antífona viene a explicitar en qué consiste entrar en comunión con la divinidad a través del Santísimo Sacramento. La comunión sacramental obra un significativo milagro en nosotros: unirnos a la Trinidad, o en otras palabras, hacernos pregustar la participación en la vida divina.
Oración después de la comunión
«La ofrenda divina que hemos presentado y recibido nos vivifique, Señor, para que, unidos a ti en amor continuo, demos frutos que siempre permanezcan. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del misal romano de 1570. Es una oración centrada en Jesucristo, pues es Él y no otra cosa lo que presentamos en la misa y recibimos como alimento santificante. La proposición subordinada adverbial de finalidad está inspirada en Jn 15, 1-8.



Visión de conjunto
            Cuenta el evangelio según san Juan que cuando Pilato tuvo delante de si al Señor Jesucristo, le preguntó por la verdad “¿Qué es la verdad?” sin embargo, nada más añade el relato. A continuación lo manda azotar, y el resto…ya lo conocemos.
            Aquella pregunta que Pilato dirigiera a Jesús hace dos mil años, nunca ha dejado de resonar en el corazón de los hombres y mujeres de este mundo. “¿Qué es la verdad?”, “¿Dónde está la verdad?”, “¿Quién es la verdad?”, “¿Es posible la verdad?” estas y otras preguntas se agolpan en nuestra mente cuando hacemos un noble ejercicio de pensar y estudiar nuestra vida, lo que nos rodea, nuestra escala de valores.
            Hoy la verdad está muy mal vista. El relativismo imperante nos ha hecho ver la verdad como una enemiga del pensamiento. No hay verdades objetivas sino opiniones personales que albergan parte de verdad. Toda pretensión de verdad objetiva o absoluta supondría un vano intento de acaparar toda la realidad en conceptos de muy difícil aceptación universal. Pero…para negar toda verdad objetiva, antes, primeramente, se ha tenido que negar tanto la realidad como el concepto de “ley natural”.
¿Qué es la ley natural? Según el Catecismo de la Iglesia Católica: «La ley divina y natural muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo en cuanto igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana» (1955) y continúa diciendo: «La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales» (1956).
            Pero no crea el lector que esto es una construcción cristiana o católica, la ley natural está ya presente en la filosofía pagana o precristiana como demuestra este texto de Cicerón: «Existe ciertamente una verdadera ley: la recta razón, conforme a la naturaleza, extendida a todos, inmutable, eterna, que llama a cumplir con la propia obligación y aparta del mal que prohíbe. [...] Esta ley no puede ser contradicha, ni derogada en parte, ni del todo» (De Republica 3,22,33).
            Al cercenar de las relaciones sociales, toda ley natural y toda verdad, ocupó su lugar otro tipo de criterio de transacciones humanas que Rousseau llamó el “Contrato social”, es decir, que las relaciones humanas ya no se basarán en criterios naturales y objetivos sino en el acuerdo social de las mayorías hasta el punto de que serán los órganos legislativos humanos los que definan lo que es bueno o malo, lo que está bien o lo que está mal. Todo está sujeto a modas, gustos y decisiones de un momento determinado independientemente de si responde a las leyes naturales o no. Ejemplo de esto es el caso de los mal llamados “matrimonios homosexuales”, que se han aprobado aun estando muy lejos de la ley natural.  
            Como personas y como cristianos, pues, tenemos la grave obligación de buscar la verdad, de vivir la verdad cueste lo que cueste. Y ocurre que todo aquel que se pregunta por la verdad acaba encontrándose con Jesucristo, la verdad misma; tal como le ocurriera al ingenuo y temerario Pilato que al preguntarse por la verdad no fue capaz de reconocer que ante él estaba, en pie, la verdad misma.  
            Señores lectores, solo la verdad puede disipar nuestra vida de tantos errores como nos envuelven; de tantas injusticias que se cometen en nombre de la razón y de tantas esclavitudes que se acometen en aras de la libertad. Solo la verdad puede hacernos libres. Vivir en verdad será, ante todo, vivir la libertad, gozar de la libertad de los hijos de Dios.
Dios te bendiga

miércoles, 28 de junio de 2017

CARDENAL SARAH, CARDENAL DEL SILENCIO

El texto que ofrecemos a continuación -publicado en First Things y traducido al español por Infovaticana- ha sido escrito por el Papa emérito Benedicto XVI como prefacio al libro del Cardenal Robert Sarah: "La fuerza del silencio: contra la dictadura del ruido" y aparecerá en una futura edición del libro. Por lo que concierne al tema de nuestro blog, la liturgia, lo ofrecemos a continuación.


Desde que leí por primera vez las Cartas de San Ignacio de Antioquía en la década de 1950, un pasaje de su Carta a los Efesios me ha afectado particularmente: “Es mejor guardar silencio y ser que hablar y no ser. Es bueno enseñar, si el que habla practica lo que enseña. Ahora, hay un Maestro que habló y lo que dijo aconteció. E incluso lo que Él hizo en silencio es digno del Padre. El que hace suyas las palabras de Jesús es capaz también de oír Su silencio, de modo que pueda ser perfecto: para que pueda actuar a través de su discurso y ser conocido a través de su silencio” (15, 1f.). ¿Qué significa esto?: escuchar el silencio de Jesús y conocerlo a través de su silencio. Sabemos por los Evangelios que Jesús con frecuencia pasaba las noches solo “en la montaña” en oración, en conversación con su Padre. Sabemos que su discurso, su palabra, proviene del silencio y podía madurar sólo allí. Así que es lógico pensar que su palabra puede entenderse correctamente sólo si nosotros, también, entramos en su silencio, si aprendemos a escucharlo desde su silencio.

Ciertamente, para interpretar las palabras de Jesús, es necesario el conocimiento histórico, que nos enseña a entender el tiempo y el lenguaje en ese momento. Pero eso sólo no es suficiente si queremos realmente comprender el mensaje del Señor en profundidad. Cualquier persona que hoy lea los comentarios cada vez más gruesos en los Evangelios queda decepcionado al final. Aprende mucho de lo que es útil sobre aquellos días y una gran cantidad de hipótesis que en última instancia no contribuyen nada en absoluto a la comprensión del texto. Al final sientes que, en todo el exceso de palabras, falta algo esencial: la entrada en el silencio de Jesús, de donde nace su palabra. Si no podemos entrar en este silencio, siempre vamos a escuchar la palabra sólo en su superficie y, en consecuencia, no la entenderemos realmente.

A medida que iba leyendo el nuevo libro del cardenal Robert Sarah, todos estos pensamientos pasaron por mi alma de nuevo. Sarah nos enseña el silencio, a estar en silencio con Jesús, la verdadera quietud interior, y solo de esta forma nos ayuda a captar la palabra de Jesús de nuevo.

Por supuesto, él no habla apenas de sí mismo, pero de vez en cuando nos da una visión de su vida interior. En respuesta a la pregunta de Nicolas Diat: “¿A veces en tu vida has pensado que las palabras se estaban volviendo demasiado molestas, demasiado pesadas, demasiado ruidosas?,” él responde: “En mi oración y en mi vida interior, siempre he sentido la necesidad de un silencio más profundo, más completo… Los días de soledad, silencio y ayuno absoluto han sido un gran apoyo. Una gracia sin precedentes, una lenta purificación y un encuentro personal con Dios…. días de soledad, silencio y ayuno, con el único alimento de la Palabra de Dios, permiten al hombre cimentar su vida sobre lo esencial”.


Estas líneas hacen visible la fuente de la que vive el cardenal, que entrega a su palabra su profundidad interior. Desde este punto de vista, él puede ver los peligros que continuamente amenazan la vida espiritual, de sacerdotes y obispos también, y, en consecuencia, que ponen en peligro la misma Iglesia, también, en la que no es poco común que la Palabra sea sustituida por una verbosidad que diluye la grandeza de la Palabra. Me gustaría citar sólo una frase que puede convertirse en un examen de conciencia para cada obispo: “Puede ocurrir que un sacerdote bueno y piadoso, una vez elevado a la dignidad episcopal, caiga rápidamente en la mediocridad y en la preocupación por el éxito en los asuntos mundanos. Abrumado por el peso de las obligaciones que le incumben, preocupado por su poder, su autoridad, y las necesidades materiales de su oficina, se va ahogando poco a poco”.

El cardenal Sarah es un maestro espiritual, que habla claro de la profundidad del silencio con el Señor, claro de su unión interior con Él y, por tanto, realmente tiene algo que decirnos a cada uno de nosotros.

Debemos estar agradecidos a Francisco por el nombramiento de semejante maestro espiritual como cabeza de la congregación que es responsable de la celebración de la liturgia en la Iglesia. Con la liturgia, también, al igual que con la interpretación de la Sagrada Escritura, es cierto que el conocimiento especializado es necesario. Pero también es cierto de la liturgia que la especialización, en última instancia, puede pasar por alto lo esencial a menos que esté fundada en una profunda e íntima unión con la Iglesia orante que una y otra vez aprende del Señor mismo lo que es la adoración.

Con el cardenal Sarah, un maestro del silencio y de la oración interior, la liturgia está en buenas manos.


FUENTE TEXTO Y TRADUCCIÓN: Infovaticana.com


sábado, 24 de junio de 2017

NO TENGAIS MIEDO A NADA


HOMILIA DEL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:

            Retomamos ya el ciclo dominical del tiempo ordinario. Atrás quedan las fiestas dedicadas a los misterios de la Trinidad y del Corpus Christi. En este domingo XII del tiempo  “per annum” retomamos la predicación sobre el ciclo de Mateo, evangelista que nos guía en este ciclo A.

            El profeta Jeremías dado el mensaje tan duro que debe transmitir a su pueblo, se ve ridiculizado, rechazado y burlado por sus coetáneos. En sus palabras encontramos una situación grande de depresión, de tristeza, de desmoralización. Es un hombre abatido por el peso de la misión y la incomprensión de los hombres. Solo la confianza en Yahvé, como último recurso, creará en él una ruptura con esta situación de desesperanza. Él sabe que a pesar de todo, Dios está a su lado, está con él. Que será Yahvé quien tomará la iniciativa a la hora de vengar a su siervo, salvando la vida de los pobres, del hombre piadoso que pone su confianza en Dios.

            Frente al sentimiento de temor de Jeremías y su confianza en una acción futura de Dios; encontramos la revelación neotestamentaria de Jesucristo quien nos dice que no tengamos miedo a los que pueden matar el cuerpo sino más bien a los que pueden aniquilar cuerpo y alma en el fuego del infierno. Para mostrar cuánto vale la vida de los hombres más que otra cosa, usa la comparación con los pájaros, pues esa era la vida más barata del mercado.



            Las páginas de este evangelio quizá hoy sean más actuales que nunca. A lo largo de los dos mil años de historia de la Iglesia hemos tenido que enfrentarnos a graves peligros y duras persecuciones.

            Pero hoy, como entonces el profeta Jeremías, podemos sentir el peso de vivir en coherencia el Evangelio, de dar testimonio de Cristo en el mundo. La hostilidad hacia el mensaje de Jesús reviste hoy formas nuevas y más agresivas. Ciertamente, hoy, y de momento, en nuestra sociedad no nos enfrentamos a una sanguinaria persecución; pero el asedio y los escraches a los obispos y grupos cristianos, las blasfemias, las profanaciones se suceden por doquier; hoy se niega a la Iglesia, en aras de la libertad, su derecho a ejercer su misión en el mundo y anunciar el Evangelio y la doctrina del catecismo; niegan a la Iglesia la libertad que reivindican para sus intereses. Frente a la acción pacífica de la Iglesia, se combate contra ella ejerciendo una violenta presión social que, en el colmo de los casos, llega hasta la violencia física o la muerte civil.


            Hoy los cristianos de occidente nos enfrentamos a dos poderosos enemigos que pretenden matar tanto el cuerpo como el alma: la ideología de género y las prácticas de meditación oriental. La primera, muy letal, se trata de un movimiento acientífico e irracional que pretende reescribir la identidad sexual de cada uno de tal modo, según dicen ellos, nadie nace hombre o mujer, sino que al ser construcciones sociales, se puede elegir ser lo que se quiera. Esta ideología, a efectos teológicos, supone la culminación de la tentación de los orígenes de convertirnos en dioses de nosotros mismos. Y esto es lo más dramático, el hombre quiere ser dios y dominarlo todo. Como ya profetizó el filósofo Nietzsche es necesario que Dios muera para que el hombre ocupe su puesto. Es la cumbre del empeño masónico desde su fundación. Hoy quien se opone a esta ideología y la combate mostrando su irracionalidad y su nulo fundamento científico y, por tanto, su verdad teológica, se ve sometido a la persecución, al descredito, a la burla y a la mofa pública y social. Se trata de una campaña orquestada por aquellos mismos que no han dudado en unirse y respaldar a la religión islámica al mismo tiempo que reivindican la laicidad del estado y la separación radical entre la Iglesia y el poder civil.  

            El segundo peligro que atenaza la vida de los cristianos es la lenta, pero continua, introducción de las técnicas de meditación y sanación orientales, especialmente, el yoga, el zen y el reiki. Si la ideología de género era letal para el cuerpo, estas técnicas son peligrosas para el alma cristiana, por la misma razón que la anterior pero de modo análogo: porque se presentan como técnicas inofensivas para alcanzar un estado de tranquilidad y paz interior pero que en nada tienen que ver con una visión cristiana ni de la persona, ni de Dios ni de la oración.


De la persona porque la concepción cristiana de la misma respeta su individualidad como imagen de Dios y sujeto de derechos, deberes y libertad; mientras que el mundo oriental tiene un concepto de persona según el cual materia y espíritu se confunden siendo así que la persona no es otra cosa sino animación de la materia. Respecto de Dios, el cristianismo parte de un concepto personal del mismo que lo distingue de lo humano, de tal modo que Dios y el hombre pueden comunicarse, hablar y dialogar sin confundirse y manteniendo su diferencia y distinción; la concepción oriental se debate entre dos polos o todo es Dios (panteísmo) o no hay Dios (ateísmo) y por tanto nunca será un Dios personal lo que conlleva la imposibilidad de cualquier alteridad Dios-hombre. Esto repercute en la manera de entender la oración: para el cristianismo, la oración supone un encuentro entre el hombre y Dios, entre una palabra que me interpela y a la que respondo con toda mi persona, sin embargo, las técnicas orientales pretenden la disolución en la nada (ateísmo) o la fusión con el todo (panteísmo), no hay diálogo ni individualidad diferenciada entre la divinidad y la humanidad.

Ante estos dos males, los cristianos hemos de permanecer unidos a Cristo, ser fieles a nuestra fe bautismal, rechazar todo aquello que vaya en contra de la Revelación. El Evangelio de hoy nos llama a no ser cristianos temerosos, a vivir con libertad y esperanza fundada en la victoria final de Jesucristo. De nuestra perseverancia en la fe dependerá nuestra salvación. Pues el mismo Cristo dice que quien se pone de su parte ante los hombres Él se pondrá de parte del hombre ante el Padre y, al contrario, quien lo niegue ante los hombres, Jesús lo negará ante el Padre.


Queridos hermanos, es momento de optar por Jesucristo. Lo nuestro no es usar la violencia verbal o física, sino dar la batalla de las ideas y del testimonio auténtico de Cristo en medio del mundo. Hoy Jesús nos llama a ser sus testigos allí donde somos puestos: en nuestros trabajos, familias, ambientes para que el Reino de Dios no sea una utopía sino una realidad que ya está en germen y que un día alcanzará su plenitud en la eternidad.

¡Ánimo hermanos!, no tengamos miedo a nada ni a nadie. Sigamos las huellas de Cristo y pertrechémonos por el camino del evangelio, fidelidad a Cristo y a su Iglesia, amor a los pobres y enfermos y formación completa y constante para conocer la fe, proponerla y defenderla. Así sea.

Dios te bendiga

  

viernes, 23 de junio de 2017

LITURGIA DEL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO




Antífona de entrada

«El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad, sé su pastor por siempre». Del salmo 27, versículos del 8 al 9. Este domingo, la Iglesia abre la celebración invocando al Señor como su única fortaleza frente a la debilidad que tiene ésta como pueblo que camina por esta vida sujeto a las flaquezas humanas y a los envites de los perversos poderes que gobiernan el mundo. Con esta antífona, la Iglesia se reconoce como pueblo ungido, crismado, es decir, un pueblo sacerdotal, profético y regio pero que necesita, constantemente, de la guía de un pastor que lo conduzca por los caminos del Evangelio y lo defienda de los peligrosos lobos que lo asedian.  

Oración colecta

«Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del sacramentario gelasiano de Angoulemme (s.IX) y presente, también, en el misal romano de 1570. La primera carta de san Juan nos recuerda que Dios es amor, que el nombre de Dios es amor. Este texto eucológico es un desarrollo concentrado de esta tesis neotestamentaria. Estamos pidiendo el “respeto y amor” al nombre de Dios. Un nombre cuya invocación supone la salvación. Un nombre que tiene la presunción de ser un “sólido fundamento” para la vida de los cristianos. Y aquí radica el epicentro de la oración: confianza en el amor de Dios e invocación de su nombre porque es lo mismo, Dios es amor, Dios se llama amor.

Oración sobre las ofrendas

«Acepta, Señor, este sacrificio de reconciliación y alabanza y concédenos que, purificados por su eficacia, te ofrezcamos el obsequio agradable de nuestro corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor». Con algunos cambios de expresión, está presente en la compilación veronense (s. V), en los gelasianos (ss. VIII-IX) y en el misal romano de 1570. Esta oración antiquísima romana recoge los dos fines principales de la santa misa: sacrificio expiatorio (reconciliación) y laudativo (alabanza). Mediante esto el hombre obtiene dos frutos: la santificación personal (purificados por su eficacia) y la gloria de Dios (ofrezcamos el obsequio de nuestro corazón)

Antífona de comunión      

«Los ojos de todos te están aguardando, Señor; tú le das la comida a su tiempo». Tomada del salmo 144, versículo 15. En este momento de la celebración, la atención de los fieles debe concentrarse en el mismo Señor-Jesucristo quien se nos da como alimento en el tiempo para fortalecer nuestro camino.

«Yo soy el Buen Pastor, yo doy mi vida por las ovejas, dice el Señor». Del evangelio según san Juan capítulo 10, versículos 11 y 15. Efectivamente, en la Eucaristía, Cristo se da a los fieles como vida; Él entrega su vida en cada comunión. Por nuestra parte, solo queda acercarnos con confianza y con buena disposición para hacer que esa vida tenga fruto en nosotros.

Oración de pos-comunión

«Renovados por la recepción del Cuerpo santo y de la Sangre preciosa, imploramos tu bondad, Señor, para obtener con segura clemencia lo que celebramos con fidelidad constante. Por Jesucristo, nuestro Señor». De nueva incorporación. Cada domingo es un nuevo comienzo, un nuevo impulso para nuestra vida cristiana; porque cada domingo somos renovados por la comunión sacramental en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y no solo eso, sino que la santa misa la celebramos en una perspectiva escatológica, es decir, proyectándonos hacia la eternidad de ahí que esta oración implore obtener lo que celebramos. 

Visión de conjunto

Seguramente, señores lectores, habrán tenido, igual que yo, la experiencia de haber tenido que caminar por el campo un día de lluvia. Cuando el agua empapa la tierra, el suelo se hace inestable, se forma barro y caminar por él es harto difícil pues corremos el riesgo de resbalar y hacernos daño. Pues bien, en el camino de la vida ocurre un tanto de lo mismo. Hay situaciones en que podemos caminar por caminos inestables, sin fundamento. Son situaciones movidas por modas imperantes, por ideologías que parten del pensamiento único y líquido, por formas de espiritualidad endebles,… que, prometiendo una feliz inmediata, en realidad ofrecen una insatisfacción a largo plazo.

Ante esta inestabilidad, precisamos de caminar por senderos firmes y seguros. La seguridad que viene del pensamiento maduro, de una idea clara de la realidad alejada del nominalismo actual, de una espiritualidad seria que busca la trascendencia y no la introspección egoísta. En definitiva, en la vida necesitamos el fundamento sólido del amor de Dios. ¿Qué significa esto? ¿En qué se traduce? Ante todo en una actitud de confianza, en un ademán de entusiasmo vivo en la acción de Dios en nosotros.  

El amor de Dios es un fundamento sólido porque, en primer lugar, es el que hace posible las relaciones intratrinitarias y, en segundo lugar, ha sido el que le ha movido para crear al mundo, en general, y al hombre, en particular. El amor de Dios no es un mero pensamiento espiritual, y que a veces adquiere tintes “meapilísticos”, sino que es la verdad fundamental que se halla en la Trinidad.

Las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se basan en el amor y crean amor. En el seno de la Trinidad no hay rivalidades ni decisiones egoístas sino que la libertad y el amor lo ocupan todo. Por tanto, en este sentido, hablar del amor de Dios es hablar del misterio más profundo e íntimo de la vida divina. Esto hace que el amor de Dios sea algo a lo que aspiramos gustar y disfrutar puesto que el fin de la vida cristiana es la divinización o participación en la vida divina.

Pero este amor y libertad entre las tres divinas personas no podía quedarse ahí, por eso en un movimiento libérrimo de su designio y voluntad, la Trinidad sale de su clausura y crea el mundo y al hombre. De aquí que digamos que la creación es obra de la Trinidad “ex amore” (= por amor) y libre. No fueron obligados por nada ni por nadie sino su generosa iniciativa de comunicar su amor a las criaturas, en concreto, a una criatura que es conciencia refleja respecto a Dios. ¿Qué significa conciencia refleja? Pues que el hombre se entiende a sí mismo como humano en cuanto se siente interpelado y amado por el Dios trinitario que le ha dado la impronta de su ser, es decir, que lo ha creado a imagen y semejanza suya.

Esta conciencia refleja ha dado lugar al llamado “humanismo cristiano”, esto es, una concepción del mundo y del hombre desde la Revelación obtenida. Este humanismo se concreta en la conservación y respeto del medio ambiente como creación de Dios, la defensa de la familia y la vida y el respeto a las libertades fundamentales de los hombres y mujeres del mundo por ser creaturas de Dios y llevar la impronta de su imagen y semejanza.  

En conclusión: el sólido fundamento del amor de Dios es, ante todo, una verdad que brota de la vida divina y que se comunica al hombre, libremente, dejando en él la impronta de su ser. El primer fruto del amor de Dios en el hombre es el haber sido creado a imagen y semejanza. Lo que supone una realidad que hoy vivimos pero que un día se realizará plenamente en la eternidad. El amor de Dios, pues, es algo que excede nuestra capacidad de comprensión. El amor de Dios es algo muy difícil, si no imposible, de definir. El amor de Dios solo se capta por experiencia, parafraseando aquellos versos de Lope de Vega: “esto es amor, quien lo probó lo sabe”.

Dios te bendiga

miércoles, 21 de junio de 2017

ORDENACIÓN EPISCOPAL (VI)

Comentario a la plegaria de consagración episcopal
                                                                                 




Por último, haremos un breve comentario a la plegaria de ordenación episcopal (= POE) desentrañando la imagen del obispo que de ella se desprende. La estructura de la plegaria es la típica de la antigüedad. En cada una de ellas se indicará el propósito de la sección; en el texto de la plegaria en español se indicará la cita bíblica que esta a la base; seguidamente se elaborará el comentario.

Invocación

            Es el inicio de la plegaria donde se invoca el nombre de Dios Padre, a quien va dirigida la misma y de quien se espera obtener las gracias que se siguen. Normalmente el nombre de Dios va seguido de algunos calificativos que apuntan al contenido de la plegaria, v.gr. si una plegaria comenzara diciendo “Oh Dios, salvación de los que sufren” estará ligada al mundo de la enfermedad.

Deus et Pater Dómini nostri Iesu Christi, Pater misericordiárum et Deus totíus consolatiónis, qui in excélsis hábitas et humília réspicis, qui cognóscis ómnia ántequam nascántur.
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la misericordia y Dios de todo consuelo (cf. 2 Cor 1,3), que habitas en el cielo y te fijas en los humildes (cf. Sal 112, 5-6), que lo conoces todo antes de que exista (cf. Dn 13,42).



Esta breve invocación ha sido tejida con tres citas bíblicas que nos muestran tres rasgos de Dios: consolador, misericordioso y omnisciente. Las tres están interrelacionadas. Dios sabe todo lo que sus hijos necesitan porque se inclina hacia ellos y comparte sus carencias para atenderlas y, así, consolarlos. Son tres rasgos fundamentales que un obispo debe tener. Lógicamente, al pastor no se le supone omnisciencia pero sí que se preocupe de conocer a sus fieles y saber sus necesidades. Esa es la raíz del ministerio, porque en la medida que conozca, amará a su rebaño y velará por sus necesidades espirituales y corporales.   

Anámnesis

Significa “recordar”, “hacer memoria”. En esta sección, la plegaria hace memoria de los hechos del pasado que prefiguran o anuncian la realidad cristiana que se celebra.

tu qui dedísti in Ecclésia tua normas per verbum grátiæ tuæ, qui prædestinásti ex princípio genus iustórum ab Abraham, qui constituísti príncipes et sacerdótes, et sanctuárium tuum sine ministério non dereliquísti, cui ab inítio mundi plácuit, in his quos elegísti glorificári.
Tú estableciste normas en tu Iglesia con tu palabra bienhechora (cf. Lc 4, 22; Hch 14,3.20,32). Desde el principio tú predestinaste un linaje justo de Abrahán; nombraste príncipes y sacerdotes y no dejaste sin ministros tu santuario. Desde el principio del mundo (cf. Mt 25, 34) te agrada ser glorificado (cf. Jn 13,31; 2Tes 1,10) por tus elegidos.



En esta sección podemos destacar tres ideas: dictar normas, elegir jefes para el pueblo y la alabanza divina. Son tres grandes acciones que Dios ha realizado en favor de su pueblo desde la creación del mundo. Aquí la palabra Iglesia adquiere un doble sentido: por un lado hace referencia a la antigua “Qahal Yahvé”, esto es, la asamblea de los hijos de Israel convocada y reunida para alabar a Dios, a la que Dios provee de jefes, sacerdotes y profetas para nunca se vea desprovista de los bienes espirituales y materiales que Dios le concede; y por otra parte, a la “ekklesía tou Zeou” (= Iglesia de Dios) que es el nuevo pueblo de Dios, el nuevo Israel, a quien dejó provisto, tras la Ascensión de su Hijo, de los apóstoles y sus sucesores para que a esta Iglesia nunca le faltara ni el gobierno, ni el anuncio ni los sacramentos.

Epíclesis


            La epíclesis es la parte de la plegaria en la que invocamos la fuerza del Espíritu Santo. En esta sección predominan palabras como “infunde”, “envía”, “mira ahora”, “manda”, etc.

ET NUNC EFFÚNDE SUPER HUNC ELÉCTUM EAM VIRTÚTEM, QUÆ A TE EST, SPÍRITUM PRINCIPÁLEM, QUEM DEDÍSTI DILÉCTO FÍLIO TUO IESU CHRISTO, QUEM IPSE DONÁVIT SANCTIS APÓSTOLIS, QUI CONSTITUÉRUNT ECCLÉSIAM PER SÍNGULA LOCA UT SANCTUÁRIUM TUUM, IN GLÓRIAM ET LAUDEM INDEFICIÉNTEM NÓMINIS TUI.
INFUNDE (cf. Ex 29,7; Lev 21,10; Jl 3,1) AHORA SOBRE ESTE TU ELEGIDO (cf. Lc 4,14; Hch 1,8) LA FUERZA QUE DE TI PROCEDE: EL ESPÍRITU DE GOBIERNO QUE DISTE A TU HIJO (cf. Is 41,8.52,13; Mt 12,18; Hch 3, 13) JESUCRISTO, Y EL A SU VEZ COMUNICÓ A LOS SANTOS APÓSTOLES, QUIENES ESTABLECIERON LA IGLESIA COMO SANTUARIO TUYO EN CADA LUGAR, PARA GLORIA Y ALABANZA INCESANTE (cf. 1 Tes 2,13.5,17) DE TU NOMBRE.



            La epíclesis que la Iglesia realiza en este momento es pronunciada en voz alta por todos los obispos asistentes. Haciendo un ejercicio de imaginación podemos ver la escena en que el candidato esta de rodillas ante el obispo consagrante principal y sobre él flotan los santos evangelios sostenidos por los diáconos. La imagen describe un pabellón formado por las manos del consagrante como si Dios se reservara ese espacio de intimidad con su elegido para comunicarle la gracia del espíritu de gobierno con el que un día su Hijo fue ungido tras el bautismo de Juan y le dio a sus apóstoles en Pentecostés. Este mismo Pentecostés se está realizando en estos momentos en la catedral ante la grey diocesana reunida para orar y saludar al que será su nuevo pastor.

            Esta epíclesis comienza con el verbo “infunde”, un verbo propiamente epiclético muy presente en la Escritura. El Espíritu Santo es llamado “la fuerza que de ti procede”. Jesucristo es llamado el “amado Hijo” tal como es denominado en los pasajes del Bautismo y de la Transfiguración, justo en los momentos en que el Verbo es ungido y fortalecido por el Paráclito y refrendado por la autoridad de la voz del Padre. La epíclesis recoge, también, la idea de la misión apostólica dada por Jesucristo con la expresión “establecieron la Iglesia como santuario tuyo en cada lugar”. De este modo, la epíclesis concentra las ideas expuestas en la anamnesis: el gobierno, el culto y el anuncio del Evangelio a todo el mundo.

Aitesis


            La palabra griega “aitesis” significa “petición” o “peticiones”. Es el momento en que tras la epíclesis, la plegaria desgrana cuáles son los dones que la gracia sacramental hace fructificar en el candidato. Son un verdadero programa de vida.

Da, córdium cógnitor Pater, huic servo tuo, quem elegísti ad Episcopátum, ut pascat gregem sanctum tuum, et summum sacerdótium tibi exhíbeat sine reprehensióne, sérviens tibi nocte et die, ut incessánter vultum tuum propítium reddat et ófferat dona sanctæ Ecclésiæ tuæ; da ut virtúte Spíritus summi sacerdótii hábeat potestátem dimitténdi peccáta secúndum mandátum tuum ; ut distríbuat múnera secúndum præcéptum tuum et solvat omne vínculum secúndum potestátem quam dedísti Apóstolis ; pláceat tibi in mansuetúdine et mundo corde, ófferens tibi odórem suavitátis,
Padre santo, tú que conoces los corazones (cf. Hch 1, 15-26), concede a este servidor tuyo, a quien elegiste para el episcopado, que sea un buen pastor de tu santa grey (cf. Is 40,11; Hch 20,28) y ejercite ante ti el Sumo Sacerdocio (Constituciones Apostólicas, VIII,46,4) sirviéndote sin tacha día y noche; que atraiga tu favor sobre tu pueblo (cf. Zac 8,22; Mal 1,9) y ofrezca los dones de tu santa Iglesia (anáfora eucarística); que por la fuerza de tu Espíritu que recibe como sumo sacerdote y según tu mandato, tenga el poder de perdonar los pecados (cf. Jn 20,23); que distribuya los ministerios (cf. Hch 1,17) y oficios según tu voluntad, y desate todo vínculo conforme al poder que diste a los Apóstoles (cf. Mt 18,18); que por la mansedumbre y la pureza de corazón (cf. Mt 5, 5-8), te sea grata su vida como sacrificio de suave olor (cf. Ef 5,2),



Los dones que otorga el Espíritu Santo al nuevo obispo, porque ya es obispo tras la epíclesis que es la parte esencial del rito sacramental, son los siguientes:

1. Buen pastor de su santa grey: es el primer oficio del nuevo obispo, mostrar la caridad pastoral de Cristo, principalmente con enfermos y pobres. Él se debe a toda la grey sin excepción.

2. Ejercitar el sumo sacerdocio: es su fin principal. Como dijimos más arriba, todos participamos de la misa que ofrece el obispo y a quien este designa para celebrarla. Él es, no solo cabeza del Pueblo en cuanto pastor del mismo, sino también el sacerdote puesto al frente del pueblo para que sobre este se derramen incesantes gracias celestiales.

3. Servicio incesante: uno es ordenado obispo perpetuamente. No se deja de serlo, pues con el orden episcopal el carácter sacerdotal es llevado a su plenitud. Y este debe ser un servicio puro y sin tacha como aquella ofrenda que se realizaría en todas partes según Malaquias 1, 11.

4. Atraer el favor sobre el pueblo: para esto se ha de tomar aquella idea expuesta más arriba: “este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo”. Porque el oficio del obispo es el de orar por su grey. Y a esto debe dedicarle mucho tiempo. En su oración estaremos todos y cada uno de sus feligreses, clero, religiosos y laicos. Es una oración de intercesión, de expiación y de acción de gracias.

5. Ofrecer los dones de la Iglesia: ejerciendo el sacerdocio según el rito de Melquisedec. Esta petición está unida a la anterior. Pues el obispo ofrece la misa “pro populo sibi commiso” (= en favor del pueblo a él encomendado). De hecho, tal es así, que ha habido un cambio de nombre: a las misas que celebra el obispo ya no se les denomina “misa pontifical”, porque, aunque sea el pontífice de la diócesis quien la celebra, no es algo personal suyo; ahora a esta misa se la denomina “misa estacional” porque es (o debería ser) manifestación de la Iglesia local, que hace “statio”, es decir, parada, reunión para alabar juntos a Dios y ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia. según dispuso el Concilio Vaticano II: “El Obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende, en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles. Por eso, conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al Obispo, sobre todo en la Iglesia catedral; persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y ministros” (SC 41)

6. Poder de perdonar los pecados: misión dada por Jesús a los apóstoles en la misma mañana de la Resurrección. El obispo es el primero que debe manifestar su solicitud pastoral por los pecadores, por aquellos que abandonan el rebaño de Cristo o que se desvían por sendas tortuosas. El nuevo obispo es el primer ministro de la misericordia de Dios. Y él debe procurar tanto que sus colaboradores inmediatos se confiesen y administren con él el sacramento de la Reconciliación, como que sus feligreses acudan a este sacramento, lo valoren y lo propaguen.

7. Distribuir los ministerios: el episcopado es el ministerio fontal de la ministerialidad de la Iglesia. Todos dependen de él, que es quien ordena presbíteros y diáconos, quien instituye acólitos y lectores, quien bendice la profesión religiosa, quien nombra jueces, profesores y exorcistas.

8. Desatar todo vínculo adquirido: como dijimos en el punto 6, es un mandato del Señor a Pedro y de éste a los demás obispos. El poder de las llaves para liberar a los hombres del pecado y sus consecuencias.

9. Una vida grata como suave olor: es la fragancia del incienso que se quema al ser entregado al carbón en el oficio divino. El olor suave del obispo deviene de su entrega generosa al servicio de Dios y de su grey. Una vida gastada cuál lámpara del Sagrario, que en la intimidad del templo tiene la misión de recordarnos que Dios está vivo en el templo: “Deus hic” (= Dios está aquí). Así debe ser la vida del nuevo obispo, gastarse y desgastarse en recordar su pueblo que Dios sigue vivo y presente, actuando en medio de ellos. Que es un Dios que camino en medio de su pueblo y que pastorea por medio del nuevo pastor.

Doxología

            Es la conclusión más o menos solemne de la plegaria donde se evoca nuevamente al Padre como destinatario último de la misma, por la intercesión de Jesucristo en la unidad y la acción del Espíritu Santo. Esto fue establecido así en el canon 21 del Concilio de Hipona (393).

per Fílium tuum Iesum Christum, per quem tibi glória et poténtia et honor, cum Spíritu Sancto in sancta Ecclésia et nunc et in sǽcula sæculórum. Amén.
por medio de tu Hijo Jesucristo, por quien recibes la gloria, el poder y el honor, con el Espíritu, en la Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.



            Poco más hay que añadir a estas líneas sobre el obispo y la ordenación episcopal. Solamente queda que el próximo 24 de junio acudamos todos los que podamos a recibir a nuestro nuevo obispo, a don José Luis Retana.


            Vayamos a darle la bienvenida a nuestra diócesis, que se sienta cómodo y feliz entre nosotros. Abarrotemos la catedral para orar por él y con él. Disfrutemos de los ritos y fórmulas litúrgicas que se sucederán.
            Bienvenido, pues, don José Luis a nuestra, y desde el día 24 de junio suya, Iglesia de Plasencia. Bienvenido a Extremadura, a un pueblo con historia y con mucho amor a Dios y a su Madre la Virgen. Que ella, la Virgen de Guadalupe, le proteja y le ampare en su pontificado. Dios le Bendiga

sábado, 17 de junio de 2017

LAUDETUR IESUS CHRISTUS


HOMILIA EN LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO



Queridos hermanos en el Señor:

¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar! ¡Sea por siempre bendito y alabado!” con esta fórmula el pueblo católico ha saludado el misterio de la Eucaristía desde el s. XIII. Hoy, festividad del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia se viste de fiesta, con sus mejores galas, para hacer memoria de este gran misterio que nos identifica como pueblo de Dios, como nación santa, tal como ya dijo el libro del Deuteronomio “Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?” (Dt 4,7).

Las lecturas que la liturgia nos propone para este día pretenden desarrollar el dogma de la Eucaristía, de la presencia real y sustancial de Jesucristo partiendo de una misteriosa prefiguración del Antiguo Testamento: el Maná, aquel alimento matutino conque Dios alimentaba a su pueblo y lo fortalecía en su dura marcha por el desierto. Un desierto “inmenso y terrible con dragones y alacranes”, fiel reflejo de la propia vida. Ser cristiano no nos promete la ausencia de problemas, de conflictos, de turbaciones. Esos son los alacranes y dragones, la acción habitual y ordinaria del diablo que nos tienta y pretende separarnos del amor de Dios.

Conociendo, pues, nuestra debilidad, Dios dispuso para su pueblo (y hoy para nosotros) un alimento celestial, no sujeto a la corrupción de este mundo, que tuviera como finalidad no solo saciar nuestra hambre de Él, sino establecer una profunda comunión con la divinidad. Así, aquel pan misterioso para los hebreos, Jesús lo interpretó como anticipo de sí mismo. Cristo es el verdadero Maná, el verdadero alimento bajado del cielo para darnos vida y conducirnos a Dios. En este sentido, la fiesta del Corpus concentra en sí tres ideas: caminar, unión y vida.


En este día, la Iglesia camina por las calles tras los pasos de Jesucristo Eucaristía. Como aquellos hebreos, la Iglesia de la historia es peregrina por excelencia. Vamos caminando a la patria del cielo, a la Jerusalén celestial. Pero lo hacemos no de un modo ciego, sino que sabemos que ese Cristo que nos precede en la custodia, es anticipo, promesa, pregustación de aquellos que anhelamos y por lo que caminamos. Mirar a Cristo en la custodia es contemplar, anticipadamente, la Jerusalén del cielo.

Al emprender la larga marcha por el desierto del mundo y de la historia, el cristiano sabe que no está solo. Aquel pueblo hebreo se sabía unido en una asamblea santa. Una asamblea convocada y reunida en nombre de Yahvé. La Iglesia, nuevo Israel, sabe que entorno a la Eucaristía forma un solo cuerpo, un solo pueblo de Dios, una sola asamblea. De ahí que con razón san Pablo diga que formamos un solo cuerpo en Cristo y lo mismo fue recogido por la primigenia liturgia cuando afirma en Didajé: “Como este fragmento estaba disperso sobre los montes, y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino”.

El término de toda vida cristiana es la entrada en la Patria del cielo. El pueblo hebreo caminaba unido por el desierto guiado por la promesa de Yahvé de entrar en la tierra prometida. La Iglesia camina hoy guiada por la promesa de la vida eterna. Cristo, al alimentarnos con su cuerpo y su sangre, nos muestra el camino recto hacia aquel fin. Comulgar con Él es viático para la vida eterna. Pero las lecturas son muy claras: la vida eterna no es premio de nada sino que comienza en nosotros, está en nosotros, habita en nosotros. La vida eterna, anticipada en la Eucaristía, se nos da más plenamente al final de nuestra mortalidad; por eso, cada comunión, si es realizada convenientemente y en gracia de Dios, garantía de eternidad.

Queridos hermanos, celebrar el Corpus es algo grandioso y profundo para nosotros. Contemplar el misterio de Cristo suscita en nosotros intensos anhelos de eternidad, de gustar plenamente de la visión beatífica de Cristo. Pero mientras caminamos en esta tierra, la comunión con el Señor va haciendo nacer en nosotros hermosos sentimientos de caridad y justicia, puesto que adorar a Cristo no quita de practicar la caridad sincera. Hermanos, saluden conmigo a este Augusto Sacramento que se nos ha dado en alimento: “¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar! ¡Sea por siempre bendito y alabado!”.

Dios te bendiga

viernes, 16 de junio de 2017

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO




Antífona de entrada

«El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre». Tomado del salmo 80, versículo 17. Estamos ante la tradicional antífona “cibavit eos” que da nombre a esta misa. Con esta antífona, la liturgia nos sitúa en el núcleo de la fiesta: el alimento que nutre a los hijos de Dios. Este manjar viene descrito con dos ingredientes: uno sólido, la harina de trigo molido; y otro líquido, la miel pura que se extrae de los panales de la colmena. Ambos eran ofrecidos en el templo para el culto de Yahvé de ahí su gran significación en el mundo judío, y por tanto, su inclusión en el cristianismo, donde la flor de harina se amasará para producir las formas para ser consagradas y la miel dará lugar al fruto de la vida, el vino con el que se llena la copa del cáliz de la misa. Por tanto, entremos en la celebración con ánimo de saciarnos de los exquisitos manjares que el Señor nos brindará. Hoy es la fiesta del alimento.

Oración colecta

«Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención, Tú, que vives y reinas con el Padre». Tomada del misal romano de 1570. Estamos ante un prodigio de la ingeniería eucológica de santo Tomás de Aquino. Como particularidad de esta oración hemos de destacar que está dirigida a Jesucristo. Esto es una excepción en el conjunto oracional romano, pues lo normal es que la oración esté dirigida al Padre tal como lo dispuso en el canon 21 del Concilio de Hipona (390) “Cum altari adsistitur semper ad Patrem dirigatur oratio” (= cuando se asiste al altar siempre sea dirigida la oración hacia el Padre).

El segundo aspecto que destacamos en esta oración es el uso de la categoría teológica de “memorial”. El memorial es un concepto judío, incorporado al cristianismo, que, en síntesis, significa que la fuerza salvífica de los prodigios y hazañas del pasado pueden volver al presente afectando a quienes las recuerda, es decir, confiriendo esa misma gracia que se prefiguraba entonces. De tal modo esto es así, que con razón la Iglesia ha sostenido que la Eucaristía es la actualización incruenta del sacrificio de Cristo en la cruz.

Así pues, en virtud de esta actualización del misterio pascual de Cristo (la redención), al adorar tanto como se pueda el Sacrosanto Cuerpo y Sangre del Señor podemos estar seguros de que estaremos recibiendo las gracias insondables y suficientes que de él se desprende.

Oración sobre las ofrendas

«Señor, concede propicio a tu Iglesia los dones de la paz y la unidad, místicamente representados en los dones que hemos ofrecido. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del misal romano de 1570. Dos son los dones por los que se ofrece el Cuerpo y la Sangre del Señor, pero ¿por qué dice la oración que están representados en estas ofrendas? En primer lugar, respecto del don de la paz: no podemos olvidar que Cristo, muriendo en la cruz, ofrece un sacrificio de expiación que busca reconciliar con Dios todos los seres del cielo y de la tierra (cf. Col 1, 20), su sangre es signo de la paz entre Dios y los hombres. La alianza de amor, rota por el pecado de Adán, ahora se reestablece por la sangre del Cordero, que habla mejor que la de Abel (cf. Heb 12, 24).

En segundo lugar, respecto de la unidad, hemos de acudir al antiguo texto de Didaje IX “Como este fragmento estaba disperso sobre los montes, y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, por los siglos”. Aquí se hace un símil entre la dispersión de los granos de trigo y la dispersión de los hijos de la Iglesia y como en Cristo, ambos forman una unidad, pues tanto los granos como los fieles dispersos, se unen para formar el único Cuerpo del Señor. De este modo, vemos que los dones de la paz y la unidad expresados en el ofertorio hacen referencia a una realidad eclesial: la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia (Henri de Lubac).

Antífona de comunión

«El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él, dice el Señor». Tomada de Jn 6, 57. En este momento de la celebración ya no es flor de harina ni miel silvestre lo que se nos da a comer, sino el mismo Cuerpo y Sangre de Jesucristo; garantía de su presencia entre nosotros. Vuelve a aparecer aquí el misterio de la inhabitación: Dios quiere hacer morada en nosotros y esto se hace realidad, de manera excelente, en virtud de la comunión sacramental. Recibir este sacramento crea entre Dios y nosotros un vínculo fuerte que se va acrecentando poco a poco hasta alcanzar su culmen en el cielo. Por eso es importante comulgar frecuentemente, y hacerlo siempre en gracia de Dios.

Oración después de la comunión

«Concédenos, Señor, saciarnos del gozo eterno de tu divinidad, anticipado en la recepción actual de tu precioso Cuerpo y Sangre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos». Tomada del misal romano de 1570. Esta breve oración expone de manera sencilla la dimensión escatológica de la Eucaristía, esto es, la Eucaristía como prenda de la gloria futura, como viático para ir al cielo, como anticipo de la eternidad.


Visión de conjunto

            Esta fiesta, centrada en el misterio del Cuerpo y la Sangre del Señor, es muy reciente en la liturgia de la Iglesia. Surge en el s. XIII con motivo de las revelaciones privadas a santa Juliana de Lieja (Bélgica). Al principio se celebraba de modo particular en aquella ciudad, pero será el papa Urbano IV quien la extienda para toda la Iglesia con la bula Transiturus de hoc mundo (1264) atribuyendo el formulario del oficio y de la misa al angélico doctor santo Tomás de Aquino, también del mismo siglo. Este formulario se ha conservado hasta hoy.

Como cada año la festividad del “Corpus” trae a nuestra contemplación uno de los misterios centrales de nuestra fe católica: la presencia real de nuestro Señor Jesucristo bajo las especies de pan y de vino; o lo que es lo mismo: la conversión de toda la sustancia del pan y del vino en la sustancia del Cuerpo y Sangre de Jesucristo. A esta conversión la llamamos “Transubstanciación”.

Desde el inicio del cristianismo siempre se tuvo muy claro que este prodigio era real en virtud de las mismas palabras que el Señor había dicho. Desde la mañana de Pascua la Iglesia no ha cesado de creer en que en el pan y en el vino, Cristo estaba presente; pero no es menos cierto, que la forma de comprender y entender este misterio se fue perfilando a lo largo de los siglos. Los Santos Padres afirmaban sin más que el pan y el vino eran el Cuerpo y la Sangre del Señor, el mismo Cuerpo encarnado en María, crucificado en la Cruz y Resucitado al tercer día. Ese mismo Cuerpo que hoy se encuentra sentado a la derecha del Padre en el cielo. Esta verdad de fe se mantuvo sin contradicción hasta la gran controversia de Berengario de Tours (s. XI).

La herejía de Berengario se basa en una concepción simbólica de la Eucaristía, es decir, el pan y el vino son un simple símbolo de la presencia de Cristo, de su Cuerpo y su Sangre pero no hay ninguna conversión real. Esta desviación fue contestada por dos sínodos romanos (1059 y 1079) en que se definió el dogma eucarístico aunque en términos de un realismo muy crudo, veamos “tocados y partidos por el sacerdote y masticados por los dientes de los fieles”. Tras esta herejía, el dogma eucarístico se mantuvo pacíficamente, a pesar de algunos pronunciamientos muy localizados. A partir de la controversia de Berengario comienzan a elaborarse tratados para defender y exponer el misterio de la Eucaristía. La liturgia no se ve exenta de este movimiento y, como consecuencia, se introducen algunas innovaciones: la elevación en la consagración, la lámpara del Santísimo, doblar la rodilla ante la Eucaristía, incensar las especies eucarísticas, etc.

Será con la nueva negación por parte de la herejía luterana cuando la Iglesia aquilata el dogma de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y el carácter sacrificial de la Misa:

1.      La presencia real del Cuerpo y Sangre de Cristo: se afirma con tres adverbios real, verdadera y sustancialmente

2.      Presencia de Cristo entero en cada una de las especies y partes.

3.      Presencia de Cristo no solamente durante el uso, es decir, mientras dura la celebración y la administración, sino siempre.

4.      La Transustanciación: la substancia es lo que hace que una cosa sea lo que es como soporte de los accidentes, que la configuran. Hablar de “Transubstanciación” significa que permaneciendo los accidentes del pan y del vino, lo que realmente cambia es la substancia de la Hostia que ya no es pan sino ni vino sino el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

5.      La adoración y la reserva: en el sacramento de la Eucaristía, Cristo, Hijo unigénito de Dios, debe ser adorado con culto de adoración incluso externo, y que, por lo tanto, debe ser adorado en una fiesta particular, y que debe ser paseado en procesiones, según el rito y la costumbre laudable y universal de la Iglesia, o que debe ser expuesto públicamente al pueblo para que sea adorado.

6.      La remisión de los pecados: el perdón de los pecados no es el fruto principal de la Eucaristía. los que tengan conciencia de pecado mortal, por muy contritos que se sientan deben confesarse antes de comulgar.

Y esta ha sido la doctrina eucarística de la Iglesia hasta el día de hoy, repetida por los últimos pontífices como Pablo VI en la encíclica “Mysterium fidei” (1965), Juan Pablo II en la encíclica “Ecclesia de Eucharistia” (2003) o Benedicto XVI en su exhortación postsinodal “Sacramentum Caritatis” (2007).


En conclusión: como vemos, la fe en el misterio eucarístico ha sido siempre fundamental en el conjunto dogmático católico. No se puede ser verdaderamente católico si no se cree con fe firme y sincera en la presencia real y verdadera del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo bajo las especies de pan y de vino. Bien entendió esto el pueblo cristiano que siempre se volcó en celebrar con gran entusiasmo y profusión esta fiesta, hasta el punto de que aun hoy hay hermandades y cofradías en España que renuevan cada año su adhesión de fe a este verdad con estas o parecidas palabras: “Y que estamos dispuestos con el favor de Dios, a derramar hasta la última gota de nuestra sangre, si fuera necesario, en defensa de estas verdades, particularmente en la Confesión de la Real presencia de Jesucristo en el Sacramento adorable de la Eucaristía, y que la Santísima Virgen Madre de Dios y Madre Nuestra fue, por especial gracia y privilegio”.

Nosotros, los católicos, al acercarnos al misterio de la Eucaristía hemos de tener presente aquella pregunta que Moisés le hace al pueblo hebreo “Porque, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que lo invocamos?” (Dt 4,7). Y es que, efectivamente, la Eucaristía, es el gran misterio de la cercanía de Dios y su presencia en medio de su pueblo. La Eucaristía hace posible que Jesús siga caminando al paso de su grey. Sin Eucaristía no hay vida cristiana que se precie. La Eucaristía ha de ser el imán de atracción de las almas porque es allí donde reside el Amor. La Eucaristía es al alimento celestial del cual se sacian los ángeles del cielo y del cual también nosotros podemos saciarnos.

Caminemos, pues, en esta fiesta, al lado de Jesucristo. Unamos nuestro paso al suyo y avancemos por esta vida con gran confianza al saber que Dios, en la Eucaristía, se hace cercano a su pueblo y que, al alimentarlo con este divino alimento, nunca lo dejará de su mano. ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar! ¡Sea por siempre bendito y alabado!

Dios te bendiga