HOMILÍA DEL XXXII DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
La caridad os generoso y privativa,
o se convierte en un opiáceo para la conciencia. Así, sin tapujos, empiezo la
homilía de este domingo. La liturgia nos presenta hoy dos textos distantes en
el tiempo pero en claro paralelismo: dos viudas que entregan lo que tienen para
sobrevivir en el día, sin esperar nada a cambio. Pero en ambos, Dios valora su
gesto de desprendimiento y les devuelve aún más de lo que entregaron.
La viuda de Sarepta solo tenía un
poco de agua y harina para comer ese día. Dios había cerrado el cielo y, por
tanto, una hambruna y una sequia tremenda azotaba toda aquella región. Para
mayor desgracia, aquella mujer era viuda, esto es, una mujer sin marido y, por
tanto, sin protección ni ciudadanía; sin derecho a nada. Y, aún para mayor agravante,
tenía un hijo al que debía sacar adelante, sin apoyos humanos ninguno.
Sin embargo, en este contexto, la
mujer viuda no duda en entregar lo poco que tiene a aquel huésped repentino y
misterioso, que había sido enviado por Dios.
En el Evangelio encontramos a una insignificante
mujer que destaca para Dios en medio de un gentío hipócrita pero cumplidor de
los preceptos legislativos. Frente a la falsedad de los que interpretan la ley
pero omiten cumplir en verdad, Dios aprecia el esfuerzo de una pobre viuda que
entrega para Dios lo que necesita para vivir, se lo quita ella para dárselo a
Dios.
Acaso, queridos hermanos, esto no
nos impele a pensar en qué cosas entregamos a Dios. Porque al margen de otras
interpretaciones sociológicas o filantrópicas, ambas viudas ejercen su caridad
para con Dios. ¿Y hoy? ¿Qué limosna habríamos de echar en el arca de las
ofrendas? El gesto de la viuda del Evangelio es una concreción del primer
mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Aquella viuda dio a Dios algo
que ella necesitaba y de lo que se privó.
Hoy nuestras dos monedas podrían ser
el tiempo: dar nuestro tiempo a Dios, pasar más, y largos, ratos con Él. Nos afanamos
en invertir nuestras horas en cosas mundanas y triviales, no dudo de que necesarias
algunas de ellas, pero damos a Dios el tiempo que nos sobra.
Otras
dos monedas podrían ser la entrega de la vida diaria: hacer de nuestra vida una
continua presencia de Dios. Buscar en qué cosas puedo implicarme en mi
apostolado como laico: catequista, pastoral de la salud, Cáritas, equipos de Nuestra
Señora, Adoración Nocturna, etc. Son cauces apostólicos que ofrecen las
parroquias y que debemos aprovechar.
Otras dos monedas podrían ser la
formación: dedicar a Dios nuestros estudios y nuestras carreras, ofreciéndoselas
y poniéndolas a disposición de los mas necesitados. También, y no menos importante,
la formación cristiana, tan esencial hoy.
Otras dos monedas podrían ser la
entrega económica: para cumplir con el mandamiento de la Santa Madre Iglesia de
ayudar a la Iglesia en sus necesidades. Ser dadivosos con la Iglesia, para los fines
apostólicos, para el culto o sostenimiento de los ministros eclesiásticos. Pero
también para con la asistencia social a pobres, enfermos, marginados.
Podríamos poner más ejemplos, pero
serán cada uno de ustedes, queridos hermanos, quienes deben pensar de qué
manera pueden arrojar sus monedas al arca de las ofrendas. Dios nos pide hoy
una caridad sin límite para con Él para, de este modo, poder Él entregarse
desbordadamente hacia sus fieles para que el aceite y la harina no mermen ni se
agoten.
Ánimo, pues, y desbordemos nuestra
vida en amor a Dios para que Éste ilumine con su luz y su gracia cada segundo
de nuestra existencia.
Dios te bendiga
Muchas gracias por compartir la homilía siempre aprendo algo
ResponderEliminarDios te bendiga a ti también
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