domingo, 25 de noviembre de 2018

HOY RUGIÓ EL LEÓN DE JUDÁ


HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO



Queridos hermanos en el Señor:

            Como cada año, llega a nuestras vidas la preciosa fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Como si quisiera ser un resumen de todo lo vivido y celebrado en este curso litúrgico, la fiesta que hoy celebramos es la viva imagen, el colofón, del tránsito de Cristo por este mundo a la gloria. El “Ven, Señor” que elevábamos en Adviento halla su respuesta en la solemnidad de este día. Junto a la mística venida de Cristo en carne que celebramos en Navidad, la fiesta de Cristo Rey nos recuerda que, efectivamente, esperamos su venida al final de los tiempos para que nuestro Rey reine y nosotros reinemos con Él. El ciclo pascual de 90 días que recorríamos desde la Cuaresma hasta la Pentecostés, encuentra en Cristo Rey su expresión más viva y real, pues Cristo es exaltado como Rey en la Cruz, coronado en la Pascua y dominador del orbe en su ascensión. Por otra parte, el ciclo de la configuración o Tiempo Ordinario nos permitía sentarnos a los pies del Rey y escuchar y aprender los preceptos y enseñanzas en su divina escuela.


            Las lecturas que acabamos de escuchar nos muestran un cuadro magnífico sobre la exaltación regia del Señor: en Daniel lo vemos asumiendo el poder y el dominio de la Creación y, por ello mismo, el Apocalipsis lo presenta como “Alfa y Omega, Principio y Fin”. Cristo es, pues, el gobernador de la Creación y del tiempo, de lo existente y de la historia. Éste mismo es proclamado, indirectamente, como Rey por el gobernador romano Poncio Pilato, pues lo que este pronuncia como interrogación, los hechos y la historia lo han devenido en afirmación: “¿Tú eres Rey?/ Tú eres Rey”.

            Hoy, hermanos, somos nosotros los que hemos de seguir proclamando la realeza de Cristo. A nosotros nos toca ser fieles vasallos de este Rey amigo que quiere reinar en nuestros corazones y en nuestra sociedad. El problema es que hoy las naciones y los pueblos de la tierra han dado la espalda a Cristo, ya no se legisla teniendo a Cristo como fundamento de todo, el decálogo divino se ha convertido en un estorbo, la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se percibe como un quiste maligno al que hay que extirpar. Por doquier se suceden inmoralidades y profanaciones, impunemente se cometen sacrilegios y la ley natural se niega sin más. Hoy Cristo busca su lugar para reinar y golpea a la puerta de nuestro corazón para que le abramos y le demos sitio en nuestra posada.


            El trono que hoy quiere Cristo es el corazón de sus fieles. Vivimos, ciertamente, en tiempos de confusión y se necesita tener muy claro qué bandera queremos tomar y servir: la bandera del Rey eterno o la bandera de los reyezuelos temporales que buscan perpetuarse en leyes absurdas. Es hora de dar a los césares de este mundo lo que les corresponde y al único y verdadero Dios lo que en virtud de su amor y gracia solo a Él debemos darle. Quizá puedan ayudarnos a entender esto, los inmortales versos de Calderón: «al rey, la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios». El alma inmortal de los cristianos es lo más precioso y querido por el Rey eterno y es lo que debemos cuidar para poder un día gobernar con Él en la verdadera patria del cielo, donde esta el Reino de Cristo.


            Queridos hermanos, la fiesta de hoy ha marcado la espiritualidad de la Iglesia del s. XX, pues al heroico grito de “¡Viva Cristo Rey!” supieron derramar su sangre la pléyade noble de mártires insignes que iluminan la vida y el testimonio de los cristianos de hoy. Hermanos, seamos valientes en nuestra opción fundamental, empuñemos la bandera del Rey eterno, el victorioso león que ruge con fuerza abriendo el libro de la vida de quien es su principio y su fin. No temamos los embates de la vida ni las contradicciones sociales que habremos de vivir por esta causa, pues sabemos que en Cristo y con Cristo reinaremos para siempre en la gloria del cielo. Así sea.

Dios te bendiga

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