HOMILÍA EN LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL
SEÑOR
Queridos hermanos en el
Señor:
Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor,
esto es, el momento en que Jesús se muestra en público como el enviado de Dios
y es ungido como Mesías y Señor. Con esta fiesta ponemos punto y final a este
tiempo de Navidad y con él, al ciclo de la manifestación de Dios que
iniciáramos en Adviento, allá por principios de diciembre.
Hemos cantado con el salmo: “El Señor bendice a su pueblo con la paz”. En la noche de Navidad
celebrábamos a esa paz que, en forma de niño, había bajado del cielo. Esa paz
que desprendía el rostro del divino niño, hoy, hecho adulto, se concreta en su
voluntad de asumir, sin distingos, el destino de los pecadores. Para tal fin,
no duda en ponerse a la cola de aquellas gentes que buscaban el bautismo de
penitencia de Juan Bautista para que se cumple toda justicia y toda voluntad
divina.
Hoy, en el Bautismo del Señor, Dios bendice a su pueblo
con la paz. El agua, fuente de vida, es consagrada al tocar el cuerpo de Cristo
que se sumerge en el Jordán pisando la cabeza del dragón. La humanidad
santísima del Señor, al entrar en contacto, con las torrenciales aguas de aquel
rio, inaugura un nuevo bautismo, no ya de penitencia, sino de salvación y vida
eterna, que conlleva el don del Espíritu Santo. Así, la paz que nos trae el Mesías,
es una paz espiritual y generadora de vida.
El salmo 28 resume y concentra a la perfección lo que en
esta fiesta celebramos: la gloria de Dios manifestada en su Hijo Jesús, a quien
“presenta en sociedad” con su propia voz, una voz potente y magnífica que
remueve las aguas. Es una voz que resuena en la gloria del reino del cielo para
que alcance a toda la tierra, sin excepción de lugar. La voz del Padre, que nos
muestra a su Hijo, llega a todo hombre que viene a este mundo “sea de la nación que sea”.
La paz de Dios nos es comunicada en voz humana, en
palabras humanas. Y se establece por la fuerza de la unción del Espíritu que
unge a Cristo para que pase por la vida haciendo el bien y liberando a los
oprimidos por el diablo. Para que implante el derecho en la tierra enseñándonos
una doctrina que no se sustenta en premisas humanas. La doctrina evangélica del
Redentor esta plagada de mandamientos de vida verdadera (Bienaventuranzas,
exhortaciones sobre la justicia o la misericordia, etc.) que llenan de paz y
gozo nuestra alma, en el punto y hora que los conocemos y cumplimos.
Con su bautismo, Jesús inaugura un tiempo nuevo: un
tiempo de liberación y de iluminación. Con Jesús, el tiempo de las promesas y
los oráculos proféticos ha tocado a su fin. Con Jesús comienza el tiempo del
cumplimiento; Jesús viene a iluminar las conciencias y los ojos del mundo
entero; viene a sacar de las prisiones del error y del pecado a quienes no
pueden salir por ellos mismo.
En
definitiva, la fiesta de hoy es antesala de lo que el Bautismo cristiano hace
en nosotros: al ser bañados en las aguas consagradas por la humanidad de
Cristo, pasamos de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida. Por el
Bautismo hemos adquirido la capacidad de conocer los mandatos evangélicos de Cristo
y reside en nosotros la fuerza para llevarlos a término.
Así
pues, hermano, adentremos ya, desde hoy, en el nuevo tiempo litúrgico que se
nos regala y aprendamos de la escuela del Divino Maestro. De este modo, nuestro
Bautismo se verá reforzado cada día y estaremos felices de ser, en verdad,
cristianos, hijos de Dios, amados por Él. Así sea.
Dios
te bendiga
Preciosa homilía paco , Dios te bendiga a ti también
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