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sábado, 12 de enero de 2019

EL SEÑOR BENDICE A SU PUEBLO CON LA PAZ


HOMILÍA EN LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR



Queridos hermanos en el Señor:

            Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor, esto es, el momento en que Jesús se muestra en público como el enviado de Dios y es ungido como Mesías y Señor. Con esta fiesta ponemos punto y final a este tiempo de Navidad y con él, al ciclo de la manifestación de Dios que iniciáramos en Adviento, allá por principios de diciembre.

            Hemos cantado con el salmo: “El Señor bendice a su pueblo con la paz”. En la noche de Navidad celebrábamos a esa paz que, en forma de niño, había bajado del cielo. Esa paz que desprendía el rostro del divino niño, hoy, hecho adulto, se concreta en su voluntad de asumir, sin distingos, el destino de los pecadores. Para tal fin, no duda en ponerse a la cola de aquellas gentes que buscaban el bautismo de penitencia de Juan Bautista para que se cumple toda justicia y toda voluntad divina.

            Hoy, en el Bautismo del Señor, Dios bendice a su pueblo con la paz. El agua, fuente de vida, es consagrada al tocar el cuerpo de Cristo que se sumerge en el Jordán pisando la cabeza del dragón. La humanidad santísima del Señor, al entrar en contacto, con las torrenciales aguas de aquel rio, inaugura un nuevo bautismo, no ya de penitencia, sino de salvación y vida eterna, que conlleva el don del Espíritu Santo. Así, la paz que nos trae el Mesías, es una paz espiritual y generadora de vida.

            El salmo 28 resume y concentra a la perfección lo que en esta fiesta celebramos: la gloria de Dios manifestada en su Hijo Jesús, a quien “presenta en sociedad” con su propia voz, una voz potente y magnífica que remueve las aguas. Es una voz que resuena en la gloria del reino del cielo para que alcance a toda la tierra, sin excepción de lugar. La voz del Padre, que nos muestra a su Hijo, llega a todo hombre que viene a este mundo “sea de la nación que sea”.

            La paz de Dios nos es comunicada en voz humana, en palabras humanas. Y se establece por la fuerza de la unción del Espíritu que unge a Cristo para que pase por la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo. Para que implante el derecho en la tierra enseñándonos una doctrina que no se sustenta en premisas humanas. La doctrina evangélica del Redentor esta plagada de mandamientos de vida verdadera (Bienaventuranzas, exhortaciones sobre la justicia o la misericordia, etc.) que llenan de paz y gozo nuestra alma, en el punto y hora que los conocemos y cumplimos.


            Con su bautismo, Jesús inaugura un tiempo nuevo: un tiempo de liberación y de iluminación. Con Jesús, el tiempo de las promesas y los oráculos proféticos ha tocado a su fin. Con Jesús comienza el tiempo del cumplimiento; Jesús viene a iluminar las conciencias y los ojos del mundo entero; viene a sacar de las prisiones del error y del pecado a quienes no pueden salir por ellos mismo.

En definitiva, la fiesta de hoy es antesala de lo que el Bautismo cristiano hace en nosotros: al ser bañados en las aguas consagradas por la humanidad de Cristo, pasamos de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida. Por el Bautismo hemos adquirido la capacidad de conocer los mandatos evangélicos de Cristo y reside en nosotros la fuerza para llevarlos a término.

Así pues, hermano, adentremos ya, desde hoy, en el nuevo tiempo litúrgico que se nos regala y aprendamos de la escuela del Divino Maestro. De este modo, nuestro Bautismo se verá reforzado cada día y estaremos felices de ser, en verdad, cristianos, hijos de Dios, amados por Él. Así sea.

Dios te bendiga

miércoles, 9 de mayo de 2018

MISSA IN TEMPORE BELLI VEL EVERSIONIS


MISA EN TIEMPO DE GUERRA O DE DESORDEN


I. Misterio

Abordamos ahora el complejo tema de la guerra, fracaso de la paz. Desde el origen del hombre, los conflictos entre personas no han dejado de sucederse por los motivos más variados: políticos, religiosos, económicos, geográficos, etc. Para tratar este espinoso asunto usaremos de lo afirmado por la Iglesia en su compendio de doctrina social (497-499).

El Magisterio condena  la crueldad de la guerra. La guerra es un flagelo y no representa jamás un medio idóneo para resolver los problemas que surgen entre las Naciones porque genera nuevos y más complejos conflictos y pone en peligro el futuro de la humanidad. Los daños causados por un conflicto armado no son solamente materiales, sino también morales. La guerra es, en definitiva, una derrota de la humanidad.


La búsqueda de soluciones alternativas a la guerra para resolver los conflictos internacionales ha adquirido hoy un carácter de dramática urgencia. Es, pues, esencial la búsqueda de las causas que originan un conflicto bélico sobre las que hay que intervenir con el objeto de eliminarlas. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, también existe la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo.

Las Organizaciones internacionales y regionales deben ser capaces de colaborar para hacer frente a los conflictos y fomentar la paz, instaurando relaciones de confianza recíproca, que hagan impensable el recurso a la guerra. Entre los principales deberes de la común naturaleza humana hay que colocar el de que las relaciones individuales e internacionales obedezcan al amor y no al temor.

Es importante, pues, para los cristianos orar en estos momentos por el cese de los conflictos bélicos que se suceden en el mundo. Orar por la paz para los cristianos no es una opción sino una obligación que surge de las palabras del Mestro “Bienaventurados los que trabajen por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Para ellos, la Iglesia elaboró un formulario para pedir la paz (ya visto anteriormente) y otro, el anverso, para orar en tiempo de guerra y desorden social. Este último formulario es el que analizaremos a continuación.

II. Celebración

Esta misa se rige por las normas generales para las misas ad diversa. Sin embargo, dada la concreción de la intención, puede usarse cuando la situación social o mundial lo exija, así como en las jornadas prescritas por la paz o para impedir un conflicto armado. Además, este formulario puede ser completado con las plegarias de la reconciliación. Puede ser celebrada con ornamentos propios del tiempo litúrgico donde se empleé.

Es un formulario compuesto por dos colectas alternativas, una oración sobre las ofrendas y una para después de la comunión. La colecta A es de nueva creación donde a Dios se le invoca con dos atributos propios de los tiempos belicosos: la misericordia y la fortaleza. Inspirándose en el cántico del Magníficat, Dios humilla a los soberbios que acaudillan los conflictos violentos y, tal como se dijo en las Bienaventuranzas, hace hijos suyos a los que trabajan por la paz.


La colecta B está tomada del sacramentario gelasiano antiguo del s. VIII[1] y del misal romano de 1570[2]. La anamnesis de la oración es de una bellaza extraordinaria “autor y amante de la paz, conocerte es vivir y servirte es reinar”. Si observamos bien, respecto de la oración anterior, ésta esta estructurada en un tono positivo, frente a la guerra que hacen los hombres transgrediendo el mandato divino, encontramos que la paz lleva la firma divina, o dicho de otra manera, lo propio de Dios es la paz, de la cual es autor y amante. Asentado este principio, y sabiendo que solo en un clima de paz, el hombre puede tener vida, no será arriesgado decir que quien conoce a Dios, paz misma, tiene vida; y no solo eso, sino que entregarse al servicio divino es el mejor ejercicio del oficio real dado en el bautismo. Y reinamos por ser hijos de Dios, es decir, los que trabajan por la paz. Así pues, el hombre, al ser constructor de paz en el mundo, está sirviendo a Dios y es llamado, en verdad, hijo de Dios, lo que supone para él: tanto la verdadera vida como el poder reinar en medio del mundo, creado por Dios, autor y amante de la misma paz. Es, por otra parte, una oración de confianza y de protección divina (oración profiláctica), pues los que invocan el amparo divino no quieren temer las hostilidades del enemigo.

La oración sobre las ofrendas, también de nueva creación, está basada en el misterio de la reconciliación efectuada por Cristo con su sacrificio de la cruz, donde ha hecho la paz entre Dios y los hombres, así como nos ha dado la lección de amor y perdón, perdonando a sus enemigos. La oración para después de la comunión impetra como una gracia de la comunión el volver a la unidad del corazón para que observemos la ley del amor y la justicia y así, superemos cualquier conflicto bélico.

Los textos bíblicos seleccionados para este formulario son: para la antífona de entrada Jer 29, 11-12.14 donde se nos recuerda que los designios de Dios son siempre los fundados en la paz, por lo que la guerra siempre viene a truncar los mismos. El sal 17, 5.6.7 nos ayuda a invocar a Dios en medio de los peligros que los conflictos violentos conllevan. Para la antífona de comunión se adoptado Jn 14, 27 donde se nos exhorta a mantener la calma en los peores momentos puesto que el Señor nos ha prometido su paz, la paz verdadera que viene de Dios y no del mundo.

III. Vida

            Una vez analizado el formulario, veamos en qué momentos el Magisterio de la Iglesia aprueba el uso de la fuerza para la resolución de conflictos (500-515).


a) La legítima defensa: una guerra de agresión es intrínsecamente inmoral. En el trágico caso que estalle la guerra, los responsables del Estado agredido tienen el derecho y el deber de organizar la defensa, incluso usando la fuerza de las armas. Para que sea lícito el uso de la fuerza, se deben cumplir simultáneamente unas condiciones rigurosas:

1.      Que el daño causado por el agresor a la Nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.

2.      Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.

3.      Que se reúnan las condiciones serias de éxito.

4.      Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar.

Esta responsabilidad justifica la posesión de medios suficientes para ejercer el derecho a la defensa; sin embargo, los Estados siguen teniendo la obligación de hacer todo lo posible para garantizar las condiciones de la paz, no sólo en su propio territorio, sino en todo el mundo.

b) Defender la paz: las exigencias de la legítima defensa justifican la existencia de las fuerzas armadas en los Estados, cuya acción debe estar al servicio de la paz: quienes custodian con ese espíritu la seguridad y la libertad de un país, dan una auténtica contribución a la paz. Las personas que prestan su servicio en las fuerzas armadas, tienen el deber específico de defender el bien, la verdad y la justicia en el mundo. Los miembros de las fuerzas armadas están moralmente obligados a oponerse a las órdenes que prescriben cumplir crímenes contra el derecho de gentes y sus principios universales. Los militares son plenamente responsables de los actos que realizan violando los derechos de las personas y de los pueblos o las normas del derecho internacional humanitario. Estos actos no se pueden justificar con el motivo de la obediencia a órdenes superiores. Los objetores de conciencia, que rechazan por principio la prestación del servicio militar en los casos en que sea obligatorio, porque su conciencia les lleva a rechazar cualquier uso de la fuerza, o bien la participación en un determinado conflicto, deben estar disponibles a prestar otras formas de servicio.

c) El deber de proteger a los inocentes: el derecho al uso de la fuerza en legítima defensa está asociado al deber de proteger y ayudar a las víctimas inocentes que no pueden defenderse de la agresión. Con mucha frecuencia la población civil es atacada, a veces incluso como objetivo bélico. Es necesario que las ayudas humanitarias lleguen a la población civil y que nunca sean utilizadas para condicionar a los beneficiarios: el bien de la persona humana debe tener la precedencia sobre los intereses de las partes en conflicto. El principio de humanidad, inscrito en la conciencia de cada persona y pueblo, conlleva la obligación de proteger a la población civil de los efectos de la guerra.

d) Medidas contra quien amenaza la paz: las sanciones buscan corregir el comportamiento del gobierno de un país que viola las reglas de la pacífica y ordenada convivencia internacional o que practica graves formas de opresión contra la población. La verdadera finalidad de estas medidas es abrir paso a la negociación y al diálogo. Las sanciones no deben constituir jamás un instrumento de castigo directo contra toda la población: no es lícito que a causa de estas sanciones tengan que sufrir poblaciones enteras, especialmente sus miembros más vulnerables.

e) El desarme: la doctrina social propone la meta de un desarme general, equilibrado y controlado. El enorme aumento de las armas representa una amenaza grave para la estabilidad y la paz. El principio de suficiencia, en virtud del cual un Estado puede poseer únicamente los medios necesarios para su legítima defensa, debe ser aplicado tanto por los Estados que compran armas, como por aquellos que las producen y venden. Cualquier acumulación excesiva de armas, o su comercio generalizado, no pueden ser justificados moralmente; estos fenómenos deben también juzgarse a la luz de la normativa internacional en materia de no-proliferación, producción, comercio y uso de los diferentes tipos de armamento.

Las armas de destrucción masiva —biológicas, químicas y nucleares— representan una amenaza particularmente grave; quienes las poseen tienen una enorme responsabilidad delante de Dios y de la humanidad entera. Es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones.

f) La condena del terrorismo: el terrorismo es una de las formas más brutales de violencia que actualmente perturba a la Comunidad Internacional, pues siembra odio, muerte, deseo de venganza y de represalia. De estrategia subversiva, típica sólo de algunas organizaciones extremistas, dirigida a la destrucción de las cosas y al asesinato de las personas, el terrorismo se ha transformado en una red oscura de complicidades políticas, que utiliza también sofisticados medios técnicos, se vale frecuentemente de ingentes cantidades de recursos financieros y elabora estrategias a gran escala, atacando personas totalmente inocentes, víctimas casuales de las acciones terroristas. Los objetivos de los ataques terroristas son, en general, los lugares de la vida cotidiana y no objetivos militares en el contexto de una guerra declarada. El terrorismo actúa y golpea a ciegas, fuera de las reglas con las que los hombres han tratado de regular sus conflictos, por ejemplo mediante el derecho internacional humanitario. El terrorismo se debe condenar de la manera más absoluta. Manifiesta un desprecio total de la vida humana, y ninguna motivación puede justificarlo, en cuanto el hombre es siempre fin, y nunca medio. Es una profanación y una blasfemia proclamarse terroristas en nombre de Dios. Ninguna religión puede tolerar el terrorismo ni, menos aún, predicarlo.

            Así pues, es necesario trabajar incansablemente para evitar cualquier conflicto que pueda degenerar en un enfrentamiento violento y armado. Sin embargo, cuando éste sea inevitable, la piedad cristiana, basada más en la misericordia que en la justicia, ha de estar guiada por el Magisterio social arriba expuesto para evita toda humillación e inmoralidad contra los vencidos. Será siempre prioritarios construir puentes entre los hombres y mujeres del mundo entero, recordando la frase de Pio XII y repetida por los papas sucesivos: “Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra”.

Dios te bendiga



[1] GeV 1476
[2] MR1570 [204]

viernes, 4 de mayo de 2018

MISSA PRO PACE ET IUSTITIA SERVANDA

MISA POR LA PAZ Y LA JUSTICIA



I. Misterio

La palabra hebrea «shalom», en el sentido etimológico de «entereza», expresa el concepto de «paz» en la plenitud de su significado. La paz es mucho más que la simple ausencia de guerra: representa la plenitud de la vida. En este sentido, la vida del hombre se progresa en condiciones favorables y se estanca en situaciones adversas. De aquí se desprende, pues, que la paz es necesaria para el progreso de la humanidad mientras que la guerra siempre trunca cualquier aspiración humana.

La promoción de la paz en el mundo es parte integrante de la misión con la que la Iglesia prosigue la obra redentora de Cristo sobre la tierra, por lo que la Iglesia es, en efecto, instrumento de paz en el mundo y para el mundo. La Iglesia enseña que una verdadera paz es posible sólo mediante el perdón y la reconciliación, aunque sabemos que no es siempre fácil hacerlo. El peso del pasado, que no se puede olvidar, puede ser aceptado sólo en presencia de un perdón recíprocamente ofrecido y recibido: se trata de un recorrido largo y difícil, pero no imposible. Sin embargo, el perdón recíproco no debe anular las exigencias de la justicia, ni mucho menos impedir el camino que conduce a la verdad: justicia y verdad representan, en cambio, los requisitos concretos de la reconciliación.

Por otra parte, La Iglesia lucha por la paz con la oración. La oración abre el corazón, no sólo a una profunda relación con Dios, sino también al encuentro con el prójimo inspirado por sentimientos de respeto, confianza, comprensión, estima y amor. En este sentido, La oración litúrgica es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza; en particular la celebración eucarística es el manantial inagotable de todo auténtico compromiso cristiano por la paz. De ahí que la Iglesia haya provisto un formulario de misa específico por la paz y la justica y que a continuación analizamos.

II. Celebración

            Esta misa, aun rigiéndose por las normas universales para las misas ad diversa, está prohibido su uso el 1 de enero, que aunque es la jornada mundial de la paz, es, también, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios y prevalece la solemnidad sobre cualquier efeméride adjunta. Esta misa puede celebrarse con ornamentos blancos o del color propio del tiempo. Puede completarse usando las plegarias de la reconciliación. El formulario, en líneas generales, es de nueva creación salvo una oración colecta, que luego se indicará, que está tomada del sacramentario gelasiano antiguo del s. VIII.

            Esta página del misal ofrece un formulario completo y un segundo formulario con dos oraciones colectas para pedir la paz. Analicemos la eucología.


            En el formulario A encontramos dos oraciones colectas. La oración colecta 1 está basada en el texto de Mt 5, 9, en la bienaventuranza sobre los que trabajen por la paz.  La búsqueda de la misma se basa en la justicia que viene del amor divino. La oración colecta 2 aborda la cuestión de la paz desde la perspectiva del progreso de los pueblos. Dios es el providente que cuida del género humano que tiene un mismo origen y está llamado a formar una misma familia en paz y amor fraterno (cf. Jn 13). La oración sobre las ofrendas está centrada en el valor expiatorio y reconciliador del sacrificio de Cristo, rey pacífico, en la cruz; y que se actualiza en la Eucaristía. La cruz establece la paz entre Dios y los hombres, la unidad del género humano y la concordia entre todos los hombres, a los que alcanza la redención. La oración para después de la comunión recurre al don de la paz que es promesa de Cristo (cf. Jn 14,27) y don del Resucitado (cf. Jn 20, 21).

            En el formulario B se recogen dos oraciones colectas que pueden ser usadas ad libitum bien para la misa o bien para la oración personal. La colecta 1 está tomada literalmente del sacramentario gelasiano del s. VIII[1]. Dios es el creador del mundo y señor del tiempo y de la historia, en cuya mano están los designios de los hombres. Es por ello, que la Iglesia puede suplicar con confianza por la paz social como condición óptima para la alabanza litúrgica. La colecta 2 tiene cierto aire que apunta a ser de alguna liturgia occidental no romana, probablemente de la liturgia hispano-mozárabe. Observemos este paralelo:

Texto hispano
Texto romano
Quia tu es vera pax nostra
et cáritas indisrúpta…
Deus pacis, immo pax ipsa,…



Ciertamente no hay una similitud literal pero si en cuanto a la idea  de que Dios es la misma paz del hombre. Por tanto, quien no admite la paz en su vida ni en su corazón no puede tener a Dios consigo. Así pues, esta oración pide que los buenos conserven la paz y los enfrentados se reconcilien para que todos gocemos de una paz estable.

Los textos bíblicos asignados para este formulario de misa son: para la antífona de entrada Eclesiástico 36, 15-16 en que se pide a Dios el don de la paz para aquellos que ponen su confianza en el Señor. Para la antífona de comunión se han elegidos dos textos: a) Mt 5, 9 donde se recoge la bienaventuranza de los pacíficos y b) Jn 14, 27 donde Jesús promete el don de la paz a sus discípulos tras su muerte y resurrección.

III. Vida

Una vez analizado los formularios extraigamos las líneas teológicas fundamentales para una mejor vivencia del misterio de la paz, ayudándonos de lo que a este respecto dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (cf. 488-520):


1. La paz, don de Dios: Antes que un don de Dios al hombre y un proyecto humano conforme al designio divino, la paz es, ante todo, un atributo esencial de Dios. La paz se funda en la relación primaria entre todo ser creado y Dios mismo. Más que una construcción humana, es un sumo don divino ofrecido a todos los hombres, que comporta la obediencia al plan de Dios. La paz es el efecto de la bendición de Dios sobre su pueblo. La promesa de paz halla su cumplimiento en la Persona de Jesús porque Él ha derribado el muro de la enemistad entre los hombres, reconciliándoles con Dios (cf. Ef 2,14-16).


Como veíamos en las antífonas para la comunión del formulario de la misa El don de la paz sella su testamento espiritual: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14,27). Las palabras del Resucitado no suenan diferentes; cada vez que se encuentra con sus discípulos, estos reciben de Él su saludo y el don de la paz: «La paz con vosotros» (Lc 24,36; Jn 20,19.21.26). La paz de Cristo es, ante todo, la reconciliación con el Padre, que se realiza mediante la misión apostólica confiada por Jesús a sus discípulos y que comienza con un anuncio de paz y este anuncio tiene su fundamento en el misterio de la Cruz. Jesús crucificado ha anulado la división, instaurando la paz y la reconciliación precisamente «por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad» (Ef 2,16) y donando a los hombres la salvación de la Resurrección.


2. La paz, fruto de la justicia: la paz no es simplemente ausencia de guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias, sino que se funda sobre una correcta concepción de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad. Como apuntó ya Juan XXIII al decir: “La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios” (PiT 1). La paz es fruto de la justicia, entendida ésta como el respeto del equilibrio de todas las dimensiones de la persona humana. Por eso, la paz peligra cuando al hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común. También es fruto del amor porque la verdadera paz tiene más de caridad que de justicia, porque a la justicia corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la ofensa y el daño; pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad.


3. Justicia divina y justicia humana: el hombre está deseoso de que se le imparta una justicia equitativa y colme sus aspiraciones. Pero cuántas veces hemos conocido cómo la arbitrariedad humana ha cometido errores que han afectado negativamente a las personas. Sentencias de tribunales humanos que no satisfacen a nadie, juicios sociales movidos más por los sentimientos y la emotividad irracional que por el ansia de aspiraciones justas. Frente a ella, encontramos la justicia divina que, sazonada por la misericordia, mira al corazón del hombre para sanar sus heridas, redimir su pecado y glorificar sus virtudes. Si antes dijimos que la paz es fruto de la justica, no será arriesgado decir que la verdadera paz es la que viene de Dios, fruto de la justicia divina y no de la humana, que nunca satisface a todos ni contribuye a la plenitud de vida del ser humano.

Así pues, es hora, queridos lectores, de ser artesanos de la paz y contribuir, con nuestras obras, a la verdadera justicia que edifica el mundo. La paz no puede quedarse en un mero ideal o en una utopía inalcanzable. No. La paz se construye día a día desde el amor a Dios y al prójimo, y el trato justo y equitativo con los demás. La paz es garantía de serenidad y plenitud de vida, acicate y fundamento para el progreso de la sociedad. Busquemos hacer la paz y vivir en ella para ser llamados hijos de Dios.

Dios te bendiga



[1] GeV 1473.