HOMILIA
EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA
Queridos hermanos en el Señor:
Hoy la Iglesia se viste de
luz, de alegría desbordante y de felicidad completa, porque lo que
aconteció, a penas doce días, en la intimidad y el anonimato de la
noche, en la gruta de Belén, hoy se hace público y manifiesto. Hoy,
queridos hermanos, celebramos la Epifanía del Señor, y los Magos de
Oriente nos sirven de guía y ejemplo para adoptar una apropiada y
oportuna actitud espiritual: los Magos salen de su lugar, siguiendo
una estrella, para encontrar un niño Dios-Rey, al que adoran cayendo
postrados a sus pies.
Los Magos salen de su
lugar: es la primera actitud que nos muestran los tres Magos de
Oriente. El encuentro con Dios no se produce en la comodidad de la
pasividad o la apatía. Para encontrarse con Dios hay que salir de si
mismo, ponerse en camino y emprender una peregrinación espiritual
que nos lleve hasta Él. El día a día es el itinerario para el
lugar de nuestro encuentro con Dios que se halla en las faenas
cotidianas. La familia, el trabajo, el estudio, los hermanos, son el
puesto teológico donde Dios nos espera cada día y quiere
encontrarse con nosotros. Este es el reto, hermanos, salir de
nosotros mismos, des-instalarnos, des-centrarnos, para vivir la fe en
plenitud y gratuidad.
Siguiendo una estrella:
en el camino espiritual, no estamos solos. No debemos emprenderlo
solos. Necesitamos una estrella, esto es, alguien que nos conduzca y
guíe hasta completar el camino. En este sentido, necesitamos, lo que
en terminología clásica se denomina, un director espiritual.
Alguien que nos acompañe en nuestro progreso en la fe pero que no
quiera imponer ni dominar. La Estrella solo brilla y conduce pero da
libertad a los Magos para hacer un alto en el camino. En la
peregrinación espiritual no caben agobios ni obligaciones, debe
realizarse en libertad, con ganas libres, o dicho vulgarmente "porque
nos da la gana" de encontrarnos con Él y para ello necesitamos
de una sincera ayuda y un sólido apoyo.
Para encontrar un niño
Dios-Rey: meta de nuestro camino. Prueba segura de que Dios no
defrauda. Acierto claro de la opción fundamental. Dios no nos priva
de su gloria, de su presencia, de su Epifanía. Dios se manifiesta a
los de corazón humilde, a los pequeños, a los que lo esperan todo
de su amor. Esta es la actual Epifanía, la del encuentro personal
con Jesucristo, la del encuentro de cada uno con nuestro Dios y Rey.
La Epifanía es cada Eucaristía, cada lectura del Evangelio, cada
ejercicio de la caridad. Epifanía es vivir aquello que se dijo en
Adviento: "Él mismo viene ahora a nuestro encuentro en cada
hombre y en cada acontecimiento"(Prefacio III de Adviento).
Adoraron, cayendo de
rodillas ante Él: y este es el gran milagro. Esta es la mayor
expresión de libertad humana y espiritual. Adorar a Dios en espíritu
y verdad implica despojarse de prejuicios humanos que nos paralizan.
Adorar significa reconocer que Dios merece toda nuestra alabanza y
toda nuestra sumisión. Pero aún más grande es adorar a Dios, si
este se nos presenta hecho niño, tierno e indefenso. Adorar a un
Dios jupiteriano no es meritorio sino temible, pero adorar a un Dios
débil y enamorado del hombre es redentor y liberador. Adorar se
convierte, pues, en fortaleza para el hombre y en liberación de
todos los males del mundo que lo afligen.
Hermanos, esta es nuestra
Epifanía: la Epifanía de la Iglesia, de la nueva Jerusalén que se
deja iluminar por Jesucristo. Es el nuevo amanecer que se vive en una
Iglesia que se abre paso, frente a los combates y envites del mundo.
Es la Epifanía de una Iglesia llamada a convocar y a acoger en su
seno a todos los pueblos de la tierra porque coherederos son,
también, los gentiles que vienen a ella. Es la Nueva Jerusalén cuya
luz, Cristo, ilumina al mundo entero.
Hoy, queridos hermanos,
podemos decirle a nuestra Santa Madre Iglesia: ¡Alégrate, porque la
gloria del Señor amanece sobre ti y ante ti se postrarán todos los
pueblos de la tierra, porque tu eres la Esposa del Señor, el Cuerpo
Místico de Cristo que camina en la historia. Como a los Magos,
condúcenos tú, Madre Iglesia, al encuentro de Cristo para que
podamos reconocerle y adorarle, y así ser libres en medio de las
esclavitudes de este mundo. Así sea.
Dios te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario