sábado, 29 de diciembre de 2018

UN VALOR A DEFENDER


HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA


Queridos hermanos en el Señor:

            En medio de estos días entrañables de Navidad, en que recordamos el nacimiento en carne de Nuestro Señor Jesucristo, el calendario litúrgico nos trae hoy a la contemplación una estampa querida por todos: la Sagrada Familia formada por María, San José y el niño Jesús.

            Este núcleo familiar sirve hoy de modelo y de intercesión para todos nostros: los que tenemos familia o los que habéis formado, junto a vuestros cónyuges e hijos, vuestra propia familia. La Familia de Nazaret es modelo en cuanto nos muestra el designio querido por Dios para cada persona y la sociedad, pues bien dice el Catecismo: «Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes» (CEC 2203). La familia de Nazaret, según se desprende de los textos bíblicos, proclamados, es modelo de esas relaciones de crecimiento y de coigualdad que el Catecismo recoge.

El delicado cuidado de san José hacia María y Jesús, le convierte en modelo de conducta para los padres, llamados a educar y procurar para sus hijos el camino de la salvación y del amor a Dios. Están llamados a amar a sus mujeres con un amor de entrega total, y junto con ella, buscar la salvación y la santidad. La entrega sencilla y humilde María a su familia y a Dios la hace perfecta modelo para las madres y esposas de familia quienes tienen la incomparable misión de poner ternura, paz y serenidad donde las situaciones familiares lo exijan. El genio femenino pone en juego todas sus capacidades para abrir nuevos caminos a los hijos y agradar el hogar a toda la familia. La esposa está, del mismo modo que el esposo, a procurar que los hijos conozcan a Dios le amen y, junto a su esposo, alcanzar la santidad y la salvación. En este sentido, el Catecismo de la Iglesia ofrece un precioso y sencillo programa para las familias de hoy: «La familia cristiana […] es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera» (CEC 2205). Los hijos, por su parte, deben mirar al niño de Belén, que crece en Nazaret, como modelo de conducta y obediencia respecto a sus padres, pues Jesús, aún siendo Dios y teniendo a Dios como único y verdadero Padre, se sometió a la obediencia dócil de san José y de María su madre.


La familia es hoy más necesaria que nunca. Nos dice el Catecismo y sin falta de razón: «La familia es la célula original de la vida social. Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad. La familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la responsabilidad respecto de los pequeños y mayores, de los enfermos o disminuidos, y de los pobres. Numerosas son las familias que en ciertos momentos no se hallan en condiciones de prestar esta ayuda. Corresponde entonces a otras personas, a otras familias, y subsidiariamente a la sociedad, proveer a sus necesidades. “La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo” (St 1, 27)» (CEC 2207-08).


¿Acaso el drama de nuestro mundo y nuestro fracaso como sociedad y civilización no será que hemos olvidado todo esto? Hemos cerrado la puerta a la humanización que conseguía el núcleo familiar para abrírselas a los males de la modernidad que han endurecido nuestro corazón y han enfriado nuestras relacione familiares y sociales.


Para paliar los males que hoy aquejan a las familias, la Sagrada Familia de Nazaret se nos presenta también como intercesora ante Dios. Intercesora por aquellas familias que viven inmersas en conflictos: padres que no se hablan con los hijos, hermanos que no se hablan entre ellos o con los padres. Intercesora por aquellos cónyuges de uno u otro sexo maltratados, vejados. Intercesora por tantos conflictos domésticos dentro del hogar que siempre pagan los hijos, los más indefensos. Intercesora por aquellas madres que contemplan el aborto como una opción sin ser conscientes del síndrome posaborto; intercesora por aquellas familias cuyos miembros han sido víctimas del desempleo y no llegan a final de mes.


La Sagrada Familia de Nazaret es garante de paz, esperanza, pan y unión en las familias actuales. Es abogada de aquellas familias que afrontan dificultades y marginación. Es refugio de aquellas familias que tienen algún miembro enfermo o anciano a su cargo.


En este momento de nuestra historia debemos volver a valorar la familia en toda su realidad, sabiendo que no hay familias perfectas y que constituir una familia es un trabajo de todos los días: renovar el amor de los esposos, progresar en la confianza y la educación de los hijos, perdonar las desavenencias, cuidara los enfermos y proteger a los miembros más débiles es un arte que nunca termina de aprenderse. Pero con todo y con eso, la familia es un don de Dios que debemos amar, defender y proteger. Que Dios nos ayude a todos en esta tarea. Así sea.


Dios te bendiga

No hay comentarios:

Publicar un comentario