HOMILÍA DEL II DOMINGO DE PASCUA
Queridos
hermanos en el Señor:
“No temáis”. Es Pascua de
Resurrección. El crucificado ha vuelto a la vida y esta con nosotros. Hoy suenan
para nosotros las palabras del vidente del Apocalipsis: “estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos y tengo las
llaves de la muerte y del abismo”. Estas palabras, en estos tiempos tan
convulsos, llenan de esperanza el corazón de los cristianos.
Hermanos, la Pascua no es solo un tiempo litúrgico. La
Pascua es el estado constante de la Iglesia. La Pascua es presencia permanente
del Resucitado, compañía constante del eterno viviente con nosotros. La Pascua
es nueva humanidad y nueva creación, perenne novedad de vida en nosotros. Pero no
una vida cualquiera, sino una vida de gracia, de piedad y de eternidad. La Pascua,
hermanos, consiste en hacer posible el cielo, en abrir las puertas de la gloria
para que podamos entrar y morar en ella.
Es por ello, por lo que no debemos temer nada. Ni todos
los poderes del mundo que hoy son hostiles a la fe y a Dios, podrán
arrebatarnos esta dulce presencia de Dios en nuestra alma. La gracia del
Resucitado habita tan dentro de nosotros que infunde en nuestro espíritu la
valentía y el coraje necesario. El espíritu que Cristo insufla sobre los
apóstoles para el perdón de los pecados, no ha cesado de aletear sobre el
Pueblo santo de Dios en estos 21 siglos de historia cristiana efectuando la
redención de los pecadores y la conversión de los paganos. Somos, en efecto,
hermanos, una Iglesia pascual que espera y celebra cada ocho días, la aparición
del Resucitado en nuestros templos, por medio del sacramento de la Eucaristía.
Somos una Iglesia que por nuestros pecados, necesitamos meter los dedos en las
llagas de Jesús para cerciorarnos de que es Él y de que Él esta ahí. A veces,
nuestra incredulidad o la presión social disuelve la presencia de Dios en
avatares humanos que cansan nuestra alma y nos agota la perseverancia. Pero,
aun así, debemos aprendernos a fiarnos de Él.
Jesús nunca nos deja. Él ha prometido estar con nosotros
todos los días hasta el final de los tiempos. Su promesa se ha hecho
cumplimiento en la Iglesia y en los sacramentos que vienen a ser como aquella
sombra de los apóstoles que al cubrir a los enfermos, quedaban sanados.
Hermanos, no es tiempo para echarnos atrás. Es tiempo
para ser testigos fieles del Resucitado en medio del mundo. Es tiempo para
caminar por las vías de verdad y de paz que Cristo nos ha enseñado. En definitiva,
es tiempo de Pascua, para ser felices en medio de las pruebas y dificultades; para
seguir trayendo a nuestros labios aquella expresión de admiración y
estupefacción de santo Tomás “Señor mío y
Dios mío”.
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