miércoles, 11 de abril de 2018

MISSA PRO INITIO ANNI CIVILIS


MISA DE INICIO DEL AÑO CIVIL


I. Misterio

            Siempre que nos disponemos a iniciar algo nuevo en la vida (un trabajo, un proyecto de vida, un hogar, unos estudios, etc) no podemos evitar el tener esa sensación vertiginosa que nos proporciona la incertidumbre de no saber cómo va a resultar y hasta qué punto tendremos éxito o fracasaremos en el intento. Algo parecido supone cada vez que después de 365 días volvemos a comenzar un nuevo año en nuestra vida.

Esta experiencia anual, a lo largo de los siglos, ha sido revestida del hombre por rituales mágicos o esotéricos como el comer doce uvas, doce campanas de reloj, ropa interior de color rojo, cenas familiares, etc. Estos rituales expresan una realidad: el hombre siente la necesidad de expresar los acontecimientos importantes de su vida tanto física como espiritualmente. Y en este sentido es donde entra la celebración eucarística que hoy presentamos: celebrar el nuevo año civil ofreciéndolo como primicia agradable a Dios que nos lo concede vivir.

II. Celebración

Nos encontramos con una misa de uso muy restringido cuya posibilidad de uso se da entre el 3 y el 5 de enero, con ornamentos blancos y con algunos elementos navideños como el prefacio que complete el formulario. Para esta misa no se necesitan permisos especiales del ordinario por los motivos antes esgrimidos.


Contiene un formulario completo, esto es, con las tres oraciones principales de la misa cuya literalidad no se halla en ninguno de los sacramentarios romanos antiguos pero en su esencia se rezuma cierta inspiración en las liturgias occidentales no-romanas. La oración colecta ofrece una traducción confusa ya que traduce el latín “initio” por “principio” y “principium” por “origen”. Referido a Dios, Él es el inicio y el fin de todo cuanto existe, ha existido o vendrá a la existencia. Mientras que al usar el latino “principium totius creaturae” nos está remitido a su principio creador, no su origen biológico o natural o dimanador. El término latino “principium” está relacionado con el griego “arjé” o el hebreo “bereshit”, esto es Causa incausada, Principio sin principio, o sea, Dios. Con respecto a la Creación o a la creatura, Dios es el Principio que la crea (gr. epoiesen/ hbr. barah) y la sostiene con su providencia. Así, el tiempo es hechura de Dios, pues empieza a existir desde que el mundo existe y es, precisamente, en esa variante temporal, que es el año, donde vive y se desarrolla la existencia humana. Pues bien, el año que comienza es lo que el hombre ofrece para que Dios lo santifique con su presencia, de tal modo que para el hombre sea un lugar y una oportunidad de santificarse por las obras y obtener lo que necesita para su existencia.

La oración sobre las ofrendas recoge la vetusta y tradicional expresión litúrgica “Sacrifium acceptabile”, esto es, la misa es un sacrificio agradable ofrecido al Padre, por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo, para poder recorrer los 365/6 días del nuevo año bajo el amparo y la sombra del amor de Dios. La oración de pos-comunión es una oración, eminentemente profiláctica, es decir, que pide protección y ampara frente al mal y a los peligros que pueden aquejar al hombre en el mundo.

Los textos bíblicos que han sido asignados a este formulario son: para la antífona de entrada dos: el salmo 64,12 donde es la gracia de Dios la que inunda los carriles del año civil llenándolos de los bienes que Dios provee. Y Mt 28,20 nos recuerda la presencia trans-temporal del Señor a lo largo de la historia, esto es, año tras año, siglos tras siglos, el Señor permanece y permanecerá siempre alentando a su Iglesia. Para la antífona de comunión, la liturgia trae Heb 13, 8 donde se nos recuerda la perennidad e inmutabilidad de Jesucristo a lo largo de los siglos a pesar de los avatares y vicisitudes del mundo.

III. Vida

            Analizado el formulario litúrgico que nos compete en este artículo, extraigamos de sus textos algunas líneas teológicas que puedan configurar un modo de vivir esta gracia de Dios, que es el año nuevo.


1. Dios, Señor del tiempo y de la historia: Dios, como creador y providente, es la fuente de todo cuanto existe, y, por tanto, también del tiempo y de la sucesión de éste, la historia. ¿Qué significa esto? Nada más y nada menos que todo cuanto existe y ocurre es porque Dios lo quiere o lo permite. No son los conflictos ni los movimientos seculares ni la economía lo que mueve las civilizaciones a sufrir cambios, sino que es Dios, quien sirviéndose de las realidades humanas, lo impulsa. Dios es eterno, y por tanto, no está sujeto a la sucesión de los tiempos, sin embargo, cuida de la vida de los hombres y de los pueblos. Dios quiere todo lo bueno para nosotros y nos ha dado su ley santísima para regular la vida humana y evitar conflictos desagradables e innecesarios; pero no es menos cierto que el mal también anida en el mundo y ha sido sembrado en él junto al trigo. Pero el mal no es otra cosa que la transgresión de la ley divina y, por tanto, acción y opción humana. En este sentido, Dios, al no impedirlo de manera arbitraria ni coactiva, permite que este mal ocurra para que el hombre valore el bien y lo busque en medio del caos y el desorden que supone el error y el pecado.   

2. El “Kronócrator”: con este extraño título la tradición oracional y litúrgica ha denominado a Cristo, a quien el Padre se lo ha entregado todo, el Hijo del hombre, el Eterno Viviente. Jesucristo, al filo del año civil, se nos presenta como el Señor del tiempo, «el alfa y la omega, el principio y el fin» el que escribe en el libro de la vida el nombre de sus hijos. El nombre de aquellos que hoy tienen que mantener el testimonio de fe en medio de un mundo que ha olvidado a Dios. En su Encarnación el mismo Jesucristo ha asumido, redimido y ofrecido el tiempo al Padre. El creador del tiempo se ha hecho tiempo para presentarlo al Padre como Hostia viva. Desde ese momento, Dios se ha metido en la misma historia, siendo cada vez, más cercano a los hombres. Hoy, como entonces, quiere consagrar el comienzo del año. Cada año de nuestra vida es un regalo de Dios; cada año de nuestra vida está enteramente en las manos de Dios porque le ha sido entregado por nuestro mediador Jesucristo.

3. Lo perenne y lo mudable: cada año es un círculo nuevo en que nuestra vida se desarrolla en esta inexorable, lineal y continua línea del tiempo. Las cosas cambias, los ritmos litúrgicos, a pesar de ser siempre iguales, nos afectan de manera diferente porque nosotros no somos iguales, vamos cambiando. Vamos cumpliendo años, creciendo y envejeciendo; nuestras amistades van cambiando según edades y ambientes, oficios y beneficios. Hay, como dice el Qohelet, un tiempo para plantar y otro para recoger. Pero Cristo siempre es el mismo ayer y hoy. Traigamos aquí el lema cartujo de san Bruno “Stat Crux dum volvitur orbis (=La Cruz esta firme mientras el mundo da vueltas). Porque, efectivamente, Cristo, con su misterio pascual, es el acontecimiento de la historia que no pasa. Siempre está ahí. Sus preceptos y enseñanzas son inmutables. Jesús es el amigo que nunca falla ni se aparta de nuestra vida porque Él lo ha prometido cuando dijo que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos. Su presencia nunca se ha ido de la Iglesia ni de los cristianos. Él está en la Eucaristía, los sacramentos, los pobres y marginados, etc.

4. Constante presencia de Dios: otra idea importante que nos transmite este formulario es el de la constante presencia de Dios a lo largo del año. Dicho de otra manera, la necesidad de percibir a Dios en el tiempo. El tiempo esta imbuido de su presencia divina y ahí hemos de descubrirlo. A veces cuesta descubrirlo porque la experiencia del mal, de la enfermedad o la muerte lo opacan; pero es un reto espiritual para todos nosotros el hacerlo. Para ello necesitamos de la oración cotidiana, de la lectura diaria de la Palabra de Dios y en la medida que podamos de la comunión sacramental.

Por tanto, queridos lectores, el formulario que hoy hemos considerado es un acicate para pensar en el paso inexorable del tiempo y cómo, en palabras de Jorge Manrique, nuestras vidas son ríos que van a desembocar al mar. La diferencia está en reconocer que estos ríos son empujados por la providencia divina que cuida de nosotros y hace que cada año que empieza sea un don y una gracia para vivir de cara a Dios y de cara al prójimo, para abundar en lo necesario y poder ejercer, así mejor, la caridad.

Dios te bendiga


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