MISA DE INICIO DEL AÑO CIVIL
I. Misterio
Siempre que nos disponemos a iniciar
algo nuevo en la vida (un trabajo, un proyecto de vida, un hogar, unos
estudios, etc) no podemos evitar el tener esa sensación vertiginosa que nos
proporciona la incertidumbre de no saber cómo va a resultar y hasta qué punto
tendremos éxito o fracasaremos en el intento. Algo parecido supone cada vez que
después de 365 días volvemos a comenzar un nuevo año en nuestra vida.
Esta experiencia anual, a lo largo de los siglos, ha
sido revestida del hombre por rituales mágicos o esotéricos como el comer doce
uvas, doce campanas de reloj, ropa interior de color rojo, cenas familiares,
etc. Estos rituales expresan una realidad: el hombre siente la necesidad de
expresar los acontecimientos importantes de su vida tanto física como
espiritualmente. Y en este sentido es donde entra la celebración eucarística
que hoy presentamos: celebrar el nuevo año civil ofreciéndolo como primicia
agradable a Dios que nos lo concede vivir.
II. Celebración
Nos encontramos con una misa de uso muy restringido
cuya posibilidad de uso se da entre el 3 y el 5 de enero, con ornamentos
blancos y con algunos elementos navideños como el prefacio que complete el
formulario. Para esta misa no se necesitan permisos especiales del ordinario
por los motivos antes esgrimidos.
Contiene un formulario completo, esto es, con las
tres oraciones principales de la misa cuya literalidad no se halla en ninguno
de los sacramentarios romanos antiguos pero en su esencia se rezuma cierta
inspiración en las liturgias occidentales no-romanas. La oración colecta ofrece
una traducción confusa ya que traduce el latín “initio” por “principio” y “principium”
por “origen”. Referido a Dios, Él es el inicio y el fin de todo cuanto existe,
ha existido o vendrá a la existencia. Mientras que al usar el latino “principium
totius creaturae” nos está remitido a su principio creador, no su origen
biológico o natural o dimanador. El término latino “principium” está
relacionado con el griego “arjé” o el hebreo “bereshit”, esto es Causa
incausada, Principio sin principio, o sea, Dios. Con respecto a la Creación o a
la creatura, Dios es el Principio que la crea (gr. epoiesen/ hbr. barah) y la
sostiene con su providencia. Así, el tiempo es hechura de Dios, pues empieza a
existir desde que el mundo existe y es, precisamente, en esa variante temporal,
que es el año, donde vive y se desarrolla la existencia humana. Pues bien, el
año que comienza es lo que el hombre ofrece para que Dios lo santifique con su
presencia, de tal modo que para el hombre sea un lugar y una oportunidad de
santificarse por las obras y obtener lo que necesita para su existencia.
La oración sobre las ofrendas recoge la vetusta y
tradicional expresión litúrgica “Sacrifium acceptabile”, esto es, la misa es un
sacrificio agradable ofrecido al Padre, por medio de Jesucristo en el Espíritu
Santo, para poder recorrer los 365/6 días del nuevo año bajo el amparo y la
sombra del amor de Dios. La oración de pos-comunión es una oración,
eminentemente profiláctica, es decir, que pide protección y ampara frente al
mal y a los peligros que pueden aquejar al hombre en el mundo.
Los textos bíblicos que han sido asignados a este
formulario son: para la antífona de entrada dos: el salmo 64,12 donde es la
gracia de Dios la que inunda los carriles del año civil llenándolos de los
bienes que Dios provee. Y Mt 28,20 nos recuerda la presencia trans-temporal del
Señor a lo largo de la historia, esto es, año tras año, siglos tras siglos, el
Señor permanece y permanecerá siempre alentando a su Iglesia. Para la antífona
de comunión, la liturgia trae Heb 13, 8 donde se nos recuerda la perennidad e
inmutabilidad de Jesucristo a lo largo de los siglos a pesar de los avatares y
vicisitudes del mundo.
III. Vida
Analizado el formulario litúrgico
que nos compete en este artículo, extraigamos de sus textos algunas líneas teológicas
que puedan configurar un modo de vivir esta gracia de Dios, que es el año
nuevo.
1. Dios, Señor del tiempo y de la historia: Dios,
como creador y providente, es la fuente de todo cuanto existe, y, por tanto,
también del tiempo y de la sucesión de éste, la historia. ¿Qué significa esto? Nada
más y nada menos que todo cuanto existe y ocurre es porque Dios lo quiere o lo
permite. No son los conflictos ni los movimientos seculares ni la economía lo
que mueve las civilizaciones a sufrir cambios, sino que es Dios, quien
sirviéndose de las realidades humanas, lo impulsa. Dios es eterno, y por tanto,
no está sujeto a la sucesión de los tiempos, sin embargo, cuida de la vida de
los hombres y de los pueblos. Dios quiere todo lo bueno para nosotros y nos ha
dado su ley santísima para regular la vida humana y evitar conflictos
desagradables e innecesarios; pero no es menos cierto que el mal también anida
en el mundo y ha sido sembrado en él junto al trigo. Pero el mal no es otra cosa
que la transgresión de la ley divina y, por tanto, acción y opción humana. En este
sentido, Dios, al no impedirlo de manera arbitraria ni coactiva, permite que
este mal ocurra para que el hombre valore el bien y lo busque en medio del caos
y el desorden que supone el error y el pecado.
2. El “Kronócrator”: con este extraño título
la tradición oracional y litúrgica ha denominado a Cristo, a quien el Padre se
lo ha entregado todo, el Hijo del hombre, el Eterno Viviente. Jesucristo,
al filo del año civil, se nos presenta como el Señor del tiempo, «el alfa y la
omega, el principio y el fin» el que escribe en el libro de la vida el nombre
de sus hijos. El nombre de aquellos que hoy tienen que mantener el testimonio
de fe en medio de un mundo que ha olvidado a Dios.
En su Encarnación el mismo
Jesucristo ha asumido, redimido y ofrecido el tiempo al Padre. El creador del
tiempo se ha hecho tiempo para presentarlo al Padre como Hostia viva. Desde ese
momento, Dios se ha metido en la misma historia, siendo cada vez, más cercano a
los hombres. Hoy, como entonces, quiere consagrar el comienzo del año. Cada año
de nuestra vida es un regalo de Dios; cada año de nuestra vida está enteramente
en las manos de Dios porque le ha sido entregado por nuestro mediador
Jesucristo.
3. Lo perenne y lo mudable: cada año es un círculo
nuevo en que nuestra vida se desarrolla en esta inexorable, lineal y continua línea
del tiempo. Las cosas cambias, los ritmos litúrgicos, a pesar de ser siempre
iguales, nos afectan de manera diferente porque nosotros no somos iguales,
vamos cambiando. Vamos cumpliendo años, creciendo y envejeciendo; nuestras
amistades van cambiando según edades y ambientes, oficios y beneficios. Hay,
como dice el Qohelet, un tiempo para plantar y otro para recoger. Pero Cristo
siempre es el mismo ayer y hoy. Traigamos aquí el lema cartujo de san Bruno “Stat Crux dum volvitur orbis” (=La Cruz esta firme
mientras el mundo da vueltas). Porque, efectivamente, Cristo, con su misterio
pascual, es el acontecimiento de la historia que no pasa. Siempre está ahí. Sus
preceptos y enseñanzas son inmutables. Jesús es el amigo que nunca falla ni se
aparta de nuestra vida porque Él lo ha prometido cuando dijo que estaría con
nosotros hasta el final de los tiempos. Su presencia nunca se ha ido de la
Iglesia ni de los cristianos. Él está en la Eucaristía, los sacramentos, los
pobres y marginados, etc.
4. Constante presencia de Dios: otra idea
importante que nos transmite este formulario es el de la constante presencia de
Dios a lo largo del año. Dicho de otra manera, la necesidad de percibir a Dios
en el tiempo. El tiempo esta imbuido de su presencia divina y ahí hemos de
descubrirlo. A veces cuesta descubrirlo porque la experiencia del mal, de la
enfermedad o la muerte lo opacan; pero es un reto espiritual para todos
nosotros el hacerlo. Para ello necesitamos de la oración cotidiana, de la
lectura diaria de la Palabra de Dios y en la medida que podamos de la comunión
sacramental.
Por tanto, queridos lectores, el formulario que hoy
hemos considerado es un acicate para pensar en el paso inexorable del tiempo y
cómo, en palabras de Jorge Manrique, nuestras vidas son ríos que van a
desembocar al mar. La diferencia está en reconocer que estos ríos son empujados
por la providencia divina que cuida de nosotros y hace que cada año que empieza
sea un don y una gracia para vivir de cara a Dios y de cara al prójimo, para
abundar en lo necesario y poder ejercer, así mejor, la caridad.
Dios te bendiga
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