HOMILIA DEL XXI DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
Llegamos al final de la lectura del
capítulo seis. Han sido cinco domingos intensos donde hemos descubierto la
identidad profunda del Señor encerrada en el misterio eucarístico. Jesús es el
pan bajado del cielo para dar vida al mundo y hacer florecer la gracia en el
alma de los hombres. Es el alimento de los ángeles que sacia el hambre y el
ansia de eternidad y trascendencia. Es el alimento que da fuerzas para el
camino de la vida, que puede superar nuestras fuerzas. Sin embargo, comulgar
con el alimento que da vida y repara, supone, no solo una comunión sacramental,
sino una comunión plena en las palabras de Cristo.
Y aquí radica la conclusión de todo
este pasaje: el mensaje de Cristo, ayer como hoy, es incómodo y no deja a nadie
indiferente. O se acepta o se rechaza. El evangelio admite componendas ni
medias tintas. Josué, viendo la contaminación idolátrica que hacía peligrar el
alma del pueblo de Israel, pone al mismo en un brete, en una elección
determinante: o con Dios o sin Dios; o con el Dios único y verdadero o con los ídolos
falsos. Podríamos decir hoy: o con Dios o con el mundo; o el espíritu de Cristo
o el espíritu del mundo.
Ayer como hoy, y de formas diversas,
los hombres del mundo siguen pensando que el modo de hablar del Evangelio es
duro, que no se puede vivir, que no es actual, que no va con estos tiempos. Piensan
y dicen que el mensaje de la Iglesia esta desfasado y que no tiene nada que
aportar a la sociedad de hoy. Ayer como hoy, son muchos los que “cobardeando en
tablas” prefieren abandonar a Cristo y a su Iglesia y desviarse y distraerse
con las pompas y lisonjas del mundo. Muchos, desesperando de la eficacia de la
gracia, prefieren buscar calmar su espíritu con prácticas adversas al
cristianismo. Ayer como hoy, son muchos los que abandonando la vida del
espíritu se han marchado por los caminos que su carne les ha marcado: los que
se han llevado por los placeres sensuales haciendo de ellos la ley de su vida;
los que se dejan llevar por su codicia, la avaricia que ha cegado su corazón y
han hecho de la ley divina el estorbo de sus vidas. Para todos ellos, el modo
de hablar de Cristo y de su Iglesia, es duro.
Pero tanto, el Señor Jesús y Josué,
hoy, igual que ayer, nos hacen la misma pregunta: ¿También vosotros queréis
marcharos? ¿A quién queréis servir? Es cierto que el programa de vida que
ofrece el Evangelio no es ni fácil ni atractivo en el mundo de hoy. Pero si es
el único que puede engendrar vida en el alma humana; es el único que puede
mantenernos en pie frente a las adversidades de la vida. Si optamos por Él, no
nos veremos defraudados. Y hoy, como ayer, es la Iglesia, con sus luces y sus
sombras, la que nos muestra a Cristo y nos comunica su gracia. Hoy, mas que
nunca, es necesario sentirse Iglesia de Dios.
Y es esa misma Iglesia, regida por
la confesión de Pedro, es la que, en sus fieles, renueva cada día su fidelidad
a Dios, pues bien sabe que no puede acudir a otros para encontrar palabras de
vida eterna. En las palabras de san Pedro encontramos esa confesión de fe que, a veces contradicha por nuestra
debilidad, queremos mantener hasta el final de nuestra vida. Porque no tenemos
otro sitio donde ir, ni donde poner nuestra esperanza; porque no hay otro lugar
donde se halle la única verdad que da vida al mundo. Porque fuera de Dios solo
hay muerte y cultura de muerte. Dios es la vida y el diablo es la muerte.
Hermanos míos, no nos echemos para
atrás como aquellos falsos discípulos, bien al contrario, pongámonos siempre de
parte de Dios, fiémonos de Él y dejémonos amar por el mismo que nos hizo llegar
hasta aquí, hasta el hoy de nuestra existencia. Por muchos y elocuentes que
sean los discursos de este mundo, nunca serán podrán saciar nuestra sed de
eternidad y de felicidad verdadera como las palabras de Jesucristo, actualizadas
hoy en su Iglesia. Y, hoy, queridos hermanos, ¿A quién queréis servir a Dios o
al mundo? Así sea.
Dios te bendiga
Gracias por estas profundas reflexiones
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