HOMILIA DEL XVIII DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
Continuamos la lectura sistemática
del capítulo seis del Evangelio de Juan. Hoy Jesús pretende revelarnos su
identidad divina identificándose con el Maná bajado del cielo. Basándose en el
pasaje vetero-testamentario sobre la caída del Maná en el desierto para el
sustento cotidiano del pueblo, Jesús pretende hacer ver a sus coetáneos que Él
es el verdadero Pan que baja del cielo para dar vida al mundo. Jesús, que ha
saciado el hambre de aquella multitud que lo escuchaba expectante, quiere, del
mismo modo, con su Palabra y su entrega, saciar el hambre espiritual que de
Dios tiene el hombre de hoy. Identificándose con el pan, pretende mostrarse
como el Dios accesible a la humanidad.
El maná es una de las
prefiguraciones clásicas de la Eucaristía que encontramos en el Antiguo
Testamento. El Maná se dio al pueblo como prueba de que Dios acompasaba su presencia a la
marcha del Israel peregrino por el desierto. Ante el cansancio y la
desesperación que embargaba al pueblo sacado de Egipto, Dios no rechaza la
súplica intercesora de Moisés y se muestra propicio a proveer a su pueblo con un alimento
que, por sencillo e insignificante que pareciera, fortalecería al pueblo en su
peregrinación. Del mismo modo, Jesús, ante la muchedumbre que lo buscaba porque
les había llenado el estómago, no duda en, también, proveer al pueblo con un
alimento espiritual que también ha bajado del cielo, esto es, Él mismo.
Ese alimento es el mismo que se nos
da hoy en el altar. Jesús, dos mil años después, sigue siendo para su pueblo el
Maná verdadero, el pan de vida bajado del cielo para saciar el hambre de Dios,
el hambre de trascendencia que aún queda en el corazón del hombre y la mujer de
hoy.
El hombre de hoy se enfrentan a un
más que plural mercado de cauces, corrientes y canales espirituales que se le ofertan
para calmar toda ansia de trascendencia. Muchas son las que prometen una
felicidad inmediata, se muestran como una pseudo-mística que lejos de llevar al
Dios verdadero, sumergen al hombre en una espiral de auto-conocimiento y
auto-control donde se confunden la paz interior con un sentimiento egoísta de
tranquilidad de conciencia. Sin embargo, frente a estos aljibes agrietados,
Cristo, pan de vida, pan verdadero, se nos muestra como el único que puede
saciar, en plenitud, el alma humana. La oración cristiana, es, pues,
incompatible con estas técnicas de meditación oriental. La oración cristiana no
es un camino al solipsismo interior, sino una experiencia de salida y encuentro
con el totalmente Otro, con ese Tú trascendental que es Dios que nos busca, nos
habla y nos interpela. Y ese Dios, hoy, le encontramos en el Santo sacramento del altar, la verdadera
fuente de vida para la humanidad.
Así pues, hermanos, no sigamos despistados
en nuestra búsqueda de Dios. Alejémonos de toda promesa fácil de salvación que
solamente conducen a la corrupción del alma y a la condenación eterna. Comamos
del pan bajado del cielo, esto es, de la Eucaristía, sacramento de la fe y vida
para el mundo. Así sea.
Dios te bendiga
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