MISA EN TIEMPO DE GUERRA O DE
DESORDEN
I. Misterio
Abordamos ahora el complejo tema de la guerra,
fracaso de la paz. Desde el origen del hombre, los conflictos entre personas no
han dejado de sucederse por los motivos más variados: políticos, religiosos,
económicos, geográficos, etc. Para tratar este espinoso asunto usaremos de lo
afirmado por la Iglesia en su compendio de doctrina social (497-499).
El Magisterio condena la crueldad de la guerra. La guerra es un
flagelo y no representa jamás un medio idóneo para resolver los problemas que
surgen entre las Naciones porque genera nuevos y más complejos conflictos y
pone en peligro el futuro de la humanidad. Los daños causados por un conflicto
armado no son solamente materiales, sino también morales. La guerra es, en
definitiva, una derrota de la humanidad.
La búsqueda de soluciones alternativas a la guerra
para resolver los conflictos internacionales ha adquirido hoy un carácter de
dramática urgencia. Es, pues, esencial la búsqueda de las causas que originan
un conflicto bélico sobre las que hay que intervenir con el objeto de
eliminarlas. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que
existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, también existe la responsabilidad
colectiva de promover el desarrollo.
Las Organizaciones internacionales y regionales
deben ser capaces de colaborar para hacer frente a los conflictos y fomentar la
paz, instaurando relaciones de confianza recíproca, que hagan impensable el
recurso a la guerra. Entre los principales deberes de la común naturaleza
humana hay que colocar el de que las relaciones individuales e internacionales
obedezcan al amor y no al temor.
Es importante, pues, para los cristianos orar en
estos momentos por el cese de los conflictos bélicos que se suceden en el
mundo. Orar por la paz para los cristianos no es una opción sino una obligación
que surge de las palabras del Mestro “Bienaventurados
los que trabajen por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt
5, 9). Para ellos, la Iglesia elaboró un formulario para pedir la paz (ya visto
anteriormente) y otro, el anverso, para orar en tiempo de guerra y desorden
social. Este último formulario es el que analizaremos a continuación.
II. Celebración
Esta misa se rige por las normas generales para las
misas ad diversa. Sin embargo, dada la concreción de la intención, puede usarse
cuando la situación social o mundial lo exija, así como en las jornadas
prescritas por la paz o para impedir un conflicto armado. Además, este
formulario puede ser completado con las plegarias de la reconciliación. Puede
ser celebrada con ornamentos propios del tiempo litúrgico donde se empleé.
Es un formulario compuesto por dos colectas
alternativas, una oración sobre las ofrendas y una para después de la comunión.
La colecta A es de nueva creación donde a Dios se le invoca con dos atributos
propios de los tiempos belicosos: la misericordia y la fortaleza. Inspirándose
en el cántico del Magníficat, Dios humilla a los soberbios que acaudillan los
conflictos violentos y, tal como se dijo en las Bienaventuranzas, hace hijos
suyos a los que trabajan por la paz.
La colecta B está tomada del sacramentario gelasiano
antiguo del s. VIII[1] y del misal romano de 1570[2].
La anamnesis de la oración es de una bellaza extraordinaria “autor y amante de la paz, conocerte es vivir
y servirte es reinar”. Si observamos bien, respecto de la oración anterior,
ésta esta estructurada en un tono positivo, frente a la guerra que hacen los
hombres transgrediendo el mandato divino, encontramos que la paz lleva la firma
divina, o dicho de otra manera, lo propio de Dios es la paz, de la cual es
autor y amante. Asentado este principio, y sabiendo que solo en un clima de
paz, el hombre puede tener vida, no será arriesgado decir que quien conoce a
Dios, paz misma, tiene vida; y no solo eso, sino que entregarse al servicio
divino es el mejor ejercicio del oficio real dado en el bautismo. Y reinamos
por ser hijos de Dios, es decir, los que trabajan por la paz. Así pues, el
hombre, al ser constructor de paz en el mundo, está sirviendo a Dios y es
llamado, en verdad, hijo de Dios, lo que supone para él: tanto la verdadera
vida como el poder reinar en medio del mundo, creado por Dios, autor y amante
de la misma paz. Es, por otra parte, una oración de confianza y de protección
divina (oración profiláctica), pues los que invocan el amparo divino no quieren
temer las hostilidades del enemigo.
La oración sobre las ofrendas, también de nueva
creación, está basada en el misterio de la reconciliación efectuada por Cristo
con su sacrificio de la cruz, donde ha hecho la paz entre Dios y los hombres,
así como nos ha dado la lección de amor y perdón, perdonando a sus enemigos. La
oración para después de la comunión impetra como una gracia de la comunión el
volver a la unidad del corazón para que observemos la ley del amor y la
justicia y así, superemos cualquier conflicto bélico.
Los textos bíblicos seleccionados para este
formulario son: para la antífona de entrada Jer 29, 11-12.14 donde se nos
recuerda que los designios de Dios son siempre los fundados en la paz, por lo
que la guerra siempre viene a truncar los mismos. El sal 17, 5.6.7 nos ayuda a
invocar a Dios en medio de los peligros que los conflictos violentos conllevan.
Para la antífona de comunión se adoptado Jn 14, 27 donde se nos exhorta a
mantener la calma en los peores momentos puesto que el Señor nos ha prometido
su paz, la paz verdadera que viene de Dios y no del mundo.
III. Vida
Una vez analizado el formulario, veamos
en qué momentos el Magisterio de la Iglesia aprueba el uso de la fuerza para la
resolución de conflictos (500-515).
a) La legítima
defensa: una guerra de agresión es intrínsecamente inmoral. En el trágico caso
que estalle la guerra, los responsables del Estado agredido tienen el derecho y
el deber de organizar la defensa, incluso usando la fuerza de las armas.
Para que sea lícito el uso de la fuerza, se deben cumplir simultáneamente unas
condiciones rigurosas:
1.
Que
el daño causado por el agresor a la Nación o a la comunidad de las naciones sea
duradero, grave y cierto.
2.
Que
todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado
impracticables o ineficaces.
3.
Que
se reúnan las condiciones serias de éxito.
4.
Que
el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que
se pretende eliminar.
Esta responsabilidad justifica la
posesión de medios suficientes para ejercer el derecho a la defensa; sin embargo, los Estados siguen
teniendo la obligación de hacer todo lo posible para garantizar las condiciones
de la paz, no sólo en su propio territorio, sino en todo el mundo.
b) Defender la paz: las exigencias de
la legítima defensa justifican la existencia de las fuerzas armadas en los
Estados, cuya acción debe estar al servicio de la paz: quienes custodian con
ese espíritu la seguridad y la libertad de un país, dan una auténtica
contribución a la paz. Las personas que prestan su servicio en las
fuerzas armadas, tienen el deber específico de defender el bien, la verdad y la
justicia en el mundo. Los miembros de
las fuerzas armadas están moralmente obligados a oponerse a las órdenes que
prescriben cumplir crímenes contra el derecho de gentes y sus principios
universales. Los militares son plenamente responsables de los actos que
realizan violando los derechos de las personas y de los pueblos o las normas
del derecho internacional humanitario. Estos actos no se pueden justificar con
el motivo de la obediencia a órdenes superiores. Los objetores de conciencia, que rechazan por principio la prestación
del servicio militar en los casos en que sea obligatorio, porque su conciencia les lleva a rechazar
cualquier uso de la fuerza, o bien la participación en un determinado
conflicto, deben estar disponibles a prestar otras formas de servicio.
c) El
deber de proteger a los inocentes: el derecho al uso de la fuerza en legítima
defensa está asociado al deber de proteger y ayudar a las víctimas inocentes
que no pueden defenderse de la agresión. Con mucha frecuencia la
población civil es atacada, a veces incluso como objetivo bélico. Es necesario
que las ayudas humanitarias lleguen a la población civil y que nunca sean
utilizadas para condicionar a los beneficiarios: el bien de la persona humana
debe tener la precedencia sobre los intereses de las partes en conflicto. El principio de humanidad, inscrito en la
conciencia de cada persona y pueblo, conlleva la obligación de proteger a la
población civil de los efectos de la guerra.
d) Medidas
contra quien amenaza la paz: las sanciones buscan corregir el
comportamiento del gobierno de un país que viola las reglas de la pacífica y
ordenada convivencia internacional o que practica graves formas de opresión
contra la población. La
verdadera finalidad de estas medidas es abrir paso a la negociación y al
diálogo. Las sanciones no deben constituir jamás un instrumento de castigo
directo contra toda la población: no es lícito que a causa de estas
sanciones tengan que sufrir poblaciones enteras, especialmente sus miembros más
vulnerables.
e) El desarme: la doctrina
social propone la meta de un desarme general, equilibrado y controlado. El enorme aumento de las armas representa
una amenaza grave para la estabilidad y la paz. El principio de suficiencia, en virtud del cual un Estado puede poseer únicamente los medios
necesarios para su legítima defensa, debe ser aplicado tanto por los Estados
que compran armas, como por aquellos que las producen y venden.
Cualquier acumulación excesiva de armas, o su comercio generalizado, no pueden
ser justificados moralmente; estos fenómenos deben también juzgarse a la luz de
la normativa internacional en materia de no-proliferación, producción, comercio
y uso de los diferentes tipos de armamento.
Las armas de
destrucción masiva —biológicas, químicas y nucleares— representan una amenaza
particularmente grave; quienes las poseen tienen una enorme responsabilidad
delante de Dios y de la humanidad entera. Es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con
firmeza y sin vacilaciones.
f) La condena
del terrorismo: el terrorismo es una de las formas más brutales de violencia que
actualmente perturba a la Comunidad Internacional, pues siembra odio, muerte,
deseo de venganza y de represalia. De estrategia subversiva, típica sólo
de algunas organizaciones extremistas, dirigida a la destrucción de las cosas y
al asesinato de las personas, el terrorismo se ha transformado en una red
oscura de complicidades políticas, que utiliza también sofisticados medios
técnicos, se vale frecuentemente de ingentes cantidades de recursos financieros
y elabora estrategias a gran escala, atacando personas totalmente inocentes,
víctimas casuales de las acciones terroristas. Los objetivos de los ataques
terroristas son, en general, los lugares de la vida cotidiana y no objetivos
militares en el contexto de una guerra declarada. El terrorismo actúa y golpea
a ciegas, fuera de las reglas con las que los hombres han tratado de regular
sus conflictos, por ejemplo mediante el derecho internacional humanitario. El terrorismo se debe condenar de la manera
más absoluta. Manifiesta un desprecio total de la vida humana, y ninguna
motivación puede justificarlo, en cuanto el hombre es siempre fin, y nunca
medio. Es una profanación y una
blasfemia proclamarse terroristas en nombre de Dios. Ninguna religión puede tolerar el terrorismo
ni, menos aún, predicarlo.
Así pues, es
necesario trabajar incansablemente para evitar cualquier conflicto que pueda
degenerar en un enfrentamiento violento y armado. Sin embargo, cuando éste sea
inevitable, la piedad cristiana, basada más en la misericordia que en la
justicia, ha de estar guiada por el Magisterio social arriba expuesto para
evita toda humillación e inmoralidad contra los vencidos. Será siempre
prioritarios construir puentes entre los hombres y mujeres del mundo entero,
recordando la frase de Pio XII y repetida por los papas sucesivos: “Nada se pierde con la paz; todo puede
perderse con la guerra”.
Dios te bendiga
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