MISA POR LA PAZ Y LA JUSTICIA
I.
Misterio
La palabra hebrea «shalom»,
en el sentido etimológico de «entereza»,
expresa el concepto de «paz» en la plenitud de su significado. La paz es mucho más que la simple ausencia
de guerra: representa la plenitud de la vida. En este sentido, la vida
del hombre se progresa en condiciones favorables y se estanca en situaciones
adversas. De aquí se desprende, pues, que la paz es necesaria para el progreso
de la humanidad mientras que la guerra siempre trunca cualquier aspiración
humana.
La promoción de la paz en el mundo es
parte integrante de la misión con la que la Iglesia prosigue la obra redentora
de Cristo sobre la tierra, por lo que la Iglesia es, en efecto, instrumento de paz en el mundo y para el mundo. La Iglesia enseña que una verdadera paz es
posible sólo mediante el perdón y la reconciliación,
aunque sabemos que no es siempre fácil hacerlo. El peso del pasado, que no se
puede olvidar, puede ser aceptado sólo en presencia de un perdón recíprocamente
ofrecido y recibido: se trata de un recorrido largo y difícil, pero no
imposible. Sin embargo, el
perdón recíproco no debe anular las exigencias de la justicia, ni mucho menos impedir el camino que
conduce a la verdad: justicia y verdad representan, en cambio, los requisitos
concretos de la reconciliación.
Por otra parte, La
Iglesia lucha por la paz con la oración. La oración abre
el corazón, no sólo a una profunda relación con Dios, sino también al encuentro
con el prójimo inspirado por sentimientos de respeto, confianza, comprensión,
estima y amor. En este sentido, La oración litúrgica es la cumbre a la
cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde
mana toda su fuerza; en particular la celebración eucarística es el
manantial inagotable de todo auténtico compromiso cristiano por la paz. De
ahí que la Iglesia haya provisto un formulario de misa específico por la paz y
la justica y que a continuación analizamos.
II.
Celebración
Esta misa, aun rigiéndose por las normas universales para
las misas ad diversa, está prohibido su uso el 1 de enero, que aunque es la
jornada mundial de la paz, es, también, la solemnidad de Santa María, Madre de
Dios y prevalece la solemnidad sobre cualquier efeméride adjunta. Esta misa
puede celebrarse con ornamentos blancos o del color propio del tiempo. Puede
completarse usando las plegarias de la reconciliación. El formulario, en líneas
generales, es de nueva creación salvo una oración colecta, que luego se
indicará, que está tomada del sacramentario gelasiano antiguo del s. VIII.
Esta página del misal ofrece un formulario completo y un
segundo formulario con dos oraciones colectas para pedir la paz. Analicemos la
eucología.
En el formulario A encontramos dos oraciones colectas. La
oración colecta 1 está basada en el texto de Mt 5, 9, en la bienaventuranza
sobre los que trabajen por la paz. La
búsqueda de la misma se basa en la justicia que viene del amor divino. La
oración colecta 2 aborda la cuestión de la paz desde la perspectiva del
progreso de los pueblos. Dios es el providente que cuida del género humano que
tiene un mismo origen y está llamado a formar una misma familia en paz y amor
fraterno (cf. Jn 13). La oración sobre las ofrendas está centrada en el valor
expiatorio y reconciliador del sacrificio de Cristo, rey pacífico, en la cruz;
y que se actualiza en la Eucaristía. La cruz establece la paz entre Dios y los
hombres, la unidad del género humano y la concordia entre todos los hombres, a
los que alcanza la redención. La oración para después de la comunión recurre al
don de la paz que es promesa de Cristo (cf. Jn 14,27) y don del Resucitado (cf.
Jn 20, 21).
En el formulario B se recogen dos oraciones colectas que
pueden ser usadas ad libitum bien
para la misa o bien para la oración personal. La colecta 1 está tomada
literalmente del sacramentario gelasiano del s. VIII[1].
Dios es el creador del mundo y señor del tiempo y de la historia, en cuya mano
están los designios de los hombres. Es por ello, que la Iglesia puede suplicar
con confianza por la paz social como condición óptima para la alabanza
litúrgica. La colecta 2 tiene cierto aire que apunta a ser de alguna liturgia
occidental no romana, probablemente de la liturgia hispano-mozárabe. Observemos
este paralelo:
Texto hispano
|
Texto romano
|
Quia tu es
vera pax nostra
et cáritas indisrúpta… |
Deus pacis,
immo pax ipsa,…
|
Ciertamente
no hay una similitud literal pero si en cuanto a la idea de que Dios es la misma paz del hombre. Por
tanto, quien no admite la paz en su vida ni en su corazón no puede tener a Dios
consigo. Así pues, esta oración pide que los buenos conserven la paz y los
enfrentados se reconcilien para que todos gocemos de una paz estable.
Los
textos bíblicos asignados para este formulario de misa son: para la antífona de
entrada Eclesiástico 36, 15-16 en que se pide a Dios el don de la paz para
aquellos que ponen su confianza en el Señor. Para la antífona de comunión se
han elegidos dos textos: a) Mt 5, 9 donde se recoge la bienaventuranza de los
pacíficos y b) Jn 14, 27 donde Jesús promete el don de la paz a sus discípulos
tras su muerte y resurrección.
III.
Vida
Una
vez analizado los formularios extraigamos las líneas teológicas fundamentales
para una mejor vivencia del misterio de la paz, ayudándonos de lo que a este
respecto dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (cf. 488-520):
1.
La paz, don de Dios: Antes que un don de Dios al hombre y un proyecto
humano conforme al designio divino, la paz es, ante todo, un atributo esencial
de Dios. La paz se funda en la relación primaria entre todo ser creado y Dios
mismo. Más que una construcción humana, es un sumo don divino ofrecido a
todos los hombres, que comporta la obediencia al plan de Dios. La paz es el
efecto de la bendición de Dios sobre su pueblo. La promesa de paz halla
su cumplimiento en la Persona de Jesús porque Él ha derribado el muro de
la enemistad entre los hombres, reconciliándoles con Dios (cf. Ef
2,14-16).
Como
veíamos en las antífonas para la comunión del formulario de la misa El don de
la paz sella su testamento espiritual: «Os
dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn
14,27). Las palabras del Resucitado no suenan diferentes; cada vez que se
encuentra con sus discípulos, estos reciben de Él su saludo y el don de la paz:
«La paz con vosotros» (Lc
24,36; Jn 20,19.21.26). La paz de Cristo es, ante
todo, la reconciliación con el Padre, que se realiza mediante la misión
apostólica confiada por Jesús a sus discípulos y que comienza con un anuncio de
paz y este anuncio tiene su fundamento en el misterio de la Cruz. Jesús
crucificado ha anulado la división, instaurando la paz y la reconciliación
precisamente «por medio de la cruz, dando
en sí mismo muerte a la Enemistad» (Ef 2,16) y donando a
los hombres la salvación de la Resurrección.
2.
La paz, fruto de la justicia: la paz no es simplemente ausencia de
guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias,
sino que se funda sobre una correcta concepción de la persona humana y
requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad. Como apuntó
ya Juan XXIII al decir: “La paz en la
tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es
indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente
el orden establecido por Dios” (PiT 1). La paz es fruto de la justicia,
entendida ésta como el respeto del equilibrio de todas las dimensiones de la
persona humana. Por eso, la paz peligra cuando al hombre no se le reconoce
aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad y
cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común. También es
fruto del amor porque la verdadera paz tiene más de caridad que de justicia,
porque a la justicia corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la
ofensa y el daño; pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad.
3.
Justicia divina y justicia humana: el
hombre está deseoso de que se le imparta una justicia equitativa y colme sus
aspiraciones. Pero cuántas veces hemos conocido cómo la arbitrariedad humana ha
cometido errores que han afectado negativamente a las personas. Sentencias de
tribunales humanos que no satisfacen a nadie, juicios sociales movidos más por
los sentimientos y la emotividad irracional que por el ansia de aspiraciones
justas. Frente a ella, encontramos la justicia divina que, sazonada por la
misericordia, mira al corazón del hombre para sanar sus heridas, redimir su
pecado y glorificar sus virtudes. Si antes dijimos que la paz es fruto de la
justica, no será arriesgado decir que la verdadera paz es la que viene de Dios,
fruto de la justicia divina y no de la humana, que nunca satisface a todos ni
contribuye a la plenitud de vida del ser humano.
Así
pues, es hora, queridos lectores, de ser artesanos de la paz y contribuir, con
nuestras obras, a la verdadera justicia que edifica el mundo. La paz no puede
quedarse en un mero ideal o en una utopía inalcanzable. No. La paz se construye
día a día desde el amor a Dios y al prójimo, y el trato justo y equitativo con
los demás. La paz es garantía de serenidad y plenitud de vida, acicate y
fundamento para el progreso de la sociedad. Busquemos hacer la paz y vivir en
ella para ser llamados hijos de Dios.
Dios
te bendiga
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