EL
CORAZÓN SAGRADO DEL BUEN PASTOR
Queridos hermanos en el
Corazón de Cristo:
Estamos
celebrando hoy la Solemnidad del Corazón de Jesús. Los textos que la liturgia
ha dispuesto para hoy nos presentan la imagen, ya muy conocida, de Jesús, buen
Pastor. Sin embargo, en el contexto que impone esta fiesta a estas lecturas
podemos decir que la liturgia nos invita a entrar hoy a lo profundo del Corazón
Sagrado del Buen Pastor. En esta celebración quisiéramos, amadísimos hermanos,
repetir la experiencia que el Beato Padre Hoyos viviera en 1733 y que él mismo
cuenta: “Quedó mi corazón como quien ha entrado en un baño o lejía fuerte,
que deja consumida en sus aguas toda la escoria de que antes se miraba cubierto”.
Hoy
nosotros, fieles devotos del Corazón de Cristo, también entramos en su corazón
sagrado para ser purificado por el fuego de sus ardientes llamas de caridad. La
escoria de nuestro mal y de nuestro pecado, queda diluida y sanada por la
potencia de su gracia que se desprende de tan amantísimo corazón.
En
la lectura del profeta Ezequiel, hemos escuchado de los labios de Dios su
empeño personal de ir a buscar a todo su rebaño sin distinción para atraerlo a los
apriscos de vida. Esto nos enseña que el Corazón de Cristo no esta cerrado a un
rebaño asegurado, sino que tiene ansias de aumentar su grey. Por eso, ha
querido revelarse tantas veces a los hombres: para que todos le conozcan y
puedan gustar sus verdes pastos eucarísticos. Es un corazón que se ensancha
infinitamente hasta alcanzar al último pecador de la tierra. Podríamos decir
que el Corazón de Jesús es un corazón misionero, ansioso de almas y de ser
conocido. Así se lo comunicó al P. Hoyos: “Quiero, por tu medio, extender la
devoción a mi Corazón en toda España”, y quien dice España dice el
mundo entero.
Quienes
se dicen devotos del Corazón de Cristo no pueden por menos que embarcarse en
esta aventura apostólica que es la de dar a conocer “el Corazón que tanto ha
amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe
nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor”.
Así, con estas palabras se dio a conocer a Santa Margarita María de Alacoque.
Con
el profeta Ezequiel podríamos decir que es el Corazón que ha amado tanto a los
hombres que sale en su busca a todos los lugares por donde están dispersos. Es el
Corazón que tanto ha amado a los hombres que no quiere la muerte del pecador, sino
que se convierta de su conducta y viva (cf. Ez 33,11). Este Corazón se
convierte, de algún modo, en aquella tierra que la bondad divina preparó para
los pobres pecadores.
Es
un Pastor que no ha dudo en dar su vida en rescate por sus ovejas, peleando
virilmente contra el peor de los lobos que atacan a su rebaño, el demonio. El corazón
del Buen Pastor no dudó, ni por un instante, en derramar su sangre y entregar
su cuerpo, incluso por el mas miserable e ingrato de los pecadores. Pues a todos
ama con amor de predilección.
Quien
se entrega a su Divino Corazón, experimente – como relata el P. Hoyos -: “un
extraordinario movimiento, fuerte, suave y nada arrebatado ni impetuoso,
con el cual me fui luego al punto delante del Señor Sacramentado a ofrecerme
a su Corazón, para cooperar cuanto pudiese, a lo menos con oraciones, a la
extensión de su culto”. Así, los frutos de la devoción al Corazón de
Cristo son tres: adoración a Jesús sacramentado, apostolado y ansias de amor y
reparación.
El
primer fruto: la adoración a Jesús sacramentado.
Porque en el Augusto Sacramento del altar esta palpitando y latiendo con fuerza,
el Corazón vivo de Jesucristo. Si decimos con verdad que la Eucaristía es el
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, no podemos obviar que el corazón
forma parte del cuero, bombea la sangre, es residencia del alma y permite el
íntimo diálogo con la divinidad. De este modo, al adorar con profunda reverencia
y contemplación la Hostia Santa, estamos entrando en lo más íntimo de su Divino
Corazón.
El
segundo fruto: el apostolado. Consiste en dar a conocer
a todos la Buena Nueva del Evangelio. El apostolado es siempre de persona a persona,
de tú a tú, sin pretender más ni otra cosa distinta a que Jesucristo sea conocido
por todos, que conocido sea amado por las almas y que amado sea seguido,
venerado y querido por todos. Este es nuestro gran empeño: como sus devotos
fieles no podemos claudicar de vivir la fe en coherencia con la tradición y la
verdad que hemos recibido.
El
tercer fruto: tener ansías de amor y reparación a Jesucristo.
Son muchos los pecados y blasfemias que ofenden el Corazón sacratísimo del
Señor. Muchas las ovejas que se descarrían y pierden por caminos tortuosos que
conducen a la muerte. El Corazón de Jesús se llena de penas y amarguras ante
estas situaciones. San Gregorio de Nisa decía que “si Dios es la vida, el
que no ve a Dios no ve la vida”. Y es cierto, queridos hermanos, que ahora
no vemos a Dios y que por tanto esto que vivimos nos es la vida verdadera, sino
un camino para poder ver a Dios, y por ende, ver la vida verdadera. En este
sentido, la reparación y la expiación por nuestros pecados y los del mundo
entero tienen como motor y como fin aliviar y consolar el Corazón de Dios para
disfrutar un día de su visión, y así, de su vida verdadera.
Esta,
hermanos, es la grandeza de la Solemnidad que celebramos hoy: que Dios nos ha
abierto la intimidad de su Corazón para que ninguno se pierda sino que tenga
vida en abundancia. Estos son los proyectos de su corazón de edad en edad:
reanimar a sus hijos en tiempos de hambre espiritual y librar sus vidas de la
muerte eterna. La gran promesa que hiciera al P. Hoyos sigue vigente en los tiempos
que corren: “Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas
partes”. Así quiere reinar Nuestro Señor Jesucristo: por el amor. Su
reino no es de este mundo ni con los criterios de este mundo lleno de falsedad,
corrupción y mentira. No. Su reinado es por el amor y nada más que por el amor.
Su reino es una fraternidad universal, esto es, la Iglesia, como nos decía el
profeta Ezequiel. Su reino es un amor de entrega por los ingratos y pecadores,
como nos recordó san Pablo. En definitiva, amados hermanos, su reino es su
mismo corazón de buen pastor que sale siempre a buscarnos y no cesará en su
empeño hasta reunirnos en un solo redil en la gloria eterna, donde vive con la
Virgen y los Santos, reinando en el universo con amor providencial por los
siglos de los siglos. Amén. Así sea.
P.D. Con
esta homilía ponemos punto y final a este blog para emprender otros proyectos. Un
saludo y gracias por vuestra lectura y seguimiento.