HOMILIA
DEL II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el
Señor:
Comenzamos un nuevo ciclo en el Tiempo Ordinario de
nuestro año litúrgico. Es Juan Bautista quien, en este segundo domingo epifánico, toma la palabra y, como hizo con
aquellos dos discípulos anónimos, hoy se dirige a nosotros y, apuntando con el
dedo hacia el Sagrario, nos indica «Este
es el Cordero de Dios». De este modo, desde principio del año civil, habiendo
dejado atrás, ya, las agitadas fiestas navideñas, nos disponemos a iniciar un
periodo nuevo de nuestra vida donde Jesús será el Rabí, el Maestro de nuestras
almas que nos mostrará los mejores tesoros de su corazón para que andemos una
vida santa. Él, con su vida nos señala el camino de la salvación. Cristo, causa
ejemplar de nuestra santificación, nos invita a ir con Él donde tiene su
verdadera morada.
Él, y solo Él, es el Cordero verdadero, inmaculado y
santo que puede cargar sobre sus espaldas los pecados del pueblo. Ya no será
necesario, como lo indica la intención del Bautista, ningún un animal
irracional que recibiera los pecados de Israel y fuera arrojado extra-muros
para ser devorado por el demonio del desierto. Ahora es Jesucristo quien se
presente como la víctima viva para la purificación del primer Israel y el surgimiento
del nuevo Israel, que es la Iglesia.
Estas lecturas que la liturgia nos propone este segundo domingo
pueden resumirse en los cuatro verbos que marcan las acciones de los seguidores
de Jesús:
·
«Oyeron»:
es la actitud que se destaca en el relato de la vocación de Samuel. Siendo niño,
y aun no habiendo conocido al Señor, escucha la voz de Dios que en lo escondido
de la noche le llama. Sin dudarlo, se levanta de la cama y se dirige al anciano
Elí quien al entender que era cosa de Dios le invita, no a entender quien le
llama, sino, simplemente, a estar disponible a aquella voz. Del mismo modo le
ocurrirá a los discípulos del Bautista, al escuchar la voz de Juan que les
invita a ir tras la misteriosa identidad de Jesús, los discípulos no se lo
piensan sino que se arriesgan a ello. Y es que, queridos hermanos míos, el
seguimiento de nuestro Señor supone un riesgo personal que debemos correr
porque somos guiados, única y exclusivamente, por una voz interna que ilumina
nuestra conciencia y nuestro corazón, impulsándonos a dejarlo todo e ir sin más.
·
«Le
siguieron»: tras la ingenua disponibilidad del niño Samuel el Señor no le
dejará nunca de su mano, siempre estará con él confirmando sus palabras
mediante gestos y prodigios. Dios no falla nunca al que le sigue con fe, al que
hace de Él, una opción fundamental de su vida. Del mismo modo los discípulos del
Evangelio: tras oír que Jesús era el esperado (testimonio avalado por Juan
Bautista) ingenuamente se deciden a dejar a su primer maestro y seguir al que
Juan les había indicado. Ellos van donde vaya Jesús, como debiéramos hacer
nosotros, ir donde esta Él sin importarnos nada más, más que su compañía. Donde
esta Él, hay seguridad y estabilidad. Nada que temer. ¿Quién es? Y ¿Dónde vive?
Poco importa. Lo único que les mueve es que Jesús sea su maestro.
·
«Se
quedaron»: ¿y qué verían allí para no volverse atrás? Nada nos dice el
Evangelio acerca de esto simplemente que se quedaron con Él. Y hasta qué punto
fue impactante aquel inmortal encuentro que quedó grabado en la memoria de
todos, la hora a la que aconteció: las cuatro de la tarde. Ellos se quedaron
con Jesús. Su maestro Juan Bautista ya pertenecía a la corte de los profetas
anteriores al Mesías. Ahora ya tenían con ellos al Cristo. Nosotros, queridos míos,
que también hemos conocido a Jesucristo, también queremos quedarnos con Él. No importa
ni el sitio ni si el lugar es cómodo o angosto, solo queremos estar donde esté
Él, sin más adornos. Samuel no dejó, tampoco nunca de estar con Yahvé al que
desde niño había tratado. El alma enamorada de Dios no deja que le separen de
su esposo así como así, sino que prefiera morir mil muertes antes que pasar un
segundo de vida lejos de Jesús.
·
«lo
llevó»: tal alegría de haber encontrado al Señor no puede ser detenida ni
enclaustrada en nuestro foro interno. Al contrario, la alegría es un
sentimiento que necesita expandirse, darse a conocer, contagiar. Samuel exhortaba
a su pueblo y lo gobernaba como sólo Dios sabe reinar sobre sus hijos. El discípulo
Andrés no duda en ir corriendo donde su hermano y contarle la gran noticia de
su encuentro con Jesús. Simón sufrirá un cambio de nombre, ya no es Simón, a
secas, sino Cefas, que significa Piedra, en vista a la misión que le habría de
asignar tras la Resurrección. También nosotros debemos ser misioneros, heraldos
y portadores de la Nueva Buena noticia
del Evangelio de Jesús, el único que puede transformar la vida y nuestros
ambientes.
Así pues, queridos hermanos, imitemos estas actitudes
para nuestra vida espiritual. Oigamos en este nuevo periodo litúrgico al
Maestro; sigamos, con entusiasmo las huellas del Maestro a través de la oración
y los sacramentos; quedémonos con Él adorándolo y sirviéndolo en los pobres y
en la Eucaristía; y, por último, no olvidemos que como Iglesia de Cristo en el
mundo, tenemos una importante misión: la de llevar a todos nuestra alegre experiencia
de fe dando, así, a entender que merece la pena creer en Jesús y arriesgarlo
todo por Él. Amén.
Dios
te bendiga
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