sábado, 13 de enero de 2018

"VENID Y LO VERÉIS"


HOMILIA DEL II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:

            Comenzamos un nuevo ciclo en el Tiempo Ordinario de nuestro año litúrgico. Es Juan Bautista quien, en este segundo domingo epifánico, toma la palabra y, como hizo con aquellos dos discípulos anónimos, hoy se dirige a nosotros y, apuntando con el dedo hacia el Sagrario, nos indica «Este es el Cordero de Dios». De este modo, desde principio del año civil, habiendo dejado atrás, ya, las agitadas fiestas navideñas, nos disponemos a iniciar un periodo nuevo de nuestra vida donde Jesús será el Rabí, el Maestro de nuestras almas que nos mostrará los mejores tesoros de su corazón para que andemos una vida santa. Él, con su vida nos señala el camino de la salvación. Cristo, causa ejemplar de nuestra santificación, nos invita a ir con Él donde tiene su verdadera morada.

            Él, y solo Él, es el Cordero verdadero, inmaculado y santo que puede cargar sobre sus espaldas los pecados del pueblo. Ya no será necesario, como lo indica la intención del Bautista, ningún un animal irracional que recibiera los pecados de Israel y fuera arrojado extra-muros para ser devorado por el demonio del desierto. Ahora es Jesucristo quien se presente como la víctima viva para la purificación del primer Israel y el surgimiento del nuevo Israel, que es la Iglesia.

            Estas lecturas que la liturgia nos propone este segundo domingo pueden resumirse en los cuatro verbos que marcan las acciones de los seguidores de Jesús:

·         «Oyeron»: es la actitud que se destaca en el relato de la vocación de Samuel. Siendo niño, y aun no habiendo conocido al Señor, escucha la voz de Dios que en lo escondido de la noche le llama. Sin dudarlo, se levanta de la cama y se dirige al anciano Elí quien al entender que era cosa de Dios le invita, no a entender quien le llama, sino, simplemente, a estar disponible a aquella voz. Del mismo modo le ocurrirá a los discípulos del Bautista, al escuchar la voz de Juan que les invita a ir tras la misteriosa identidad de Jesús, los discípulos no se lo piensan sino que se arriesgan a ello. Y es que, queridos hermanos míos, el seguimiento de nuestro Señor supone un riesgo personal que debemos correr porque somos guiados, única y exclusivamente, por una voz interna que ilumina nuestra conciencia y nuestro corazón, impulsándonos a dejarlo todo e ir sin más.


·         «Le siguieron»: tras la ingenua disponibilidad del niño Samuel el Señor no le dejará nunca de su mano, siempre estará con él confirmando sus palabras mediante gestos y prodigios. Dios no falla nunca al que le sigue con fe, al que hace de Él, una opción fundamental de su vida. Del mismo modo los discípulos del Evangelio: tras oír que Jesús era el esperado (testimonio avalado por Juan Bautista) ingenuamente se deciden a dejar a su primer maestro y seguir al que Juan les había indicado. Ellos van donde vaya Jesús, como debiéramos hacer nosotros, ir donde esta Él sin importarnos nada más, más que su compañía. Donde esta Él, hay seguridad y estabilidad. Nada que temer. ¿Quién es? Y ¿Dónde vive? Poco importa. Lo único que les mueve es que Jesús sea su maestro.



·         «Se quedaron»: ¿y qué verían allí para no volverse atrás? Nada nos dice el Evangelio acerca de esto simplemente que se quedaron con Él. Y hasta qué punto fue impactante aquel inmortal encuentro que quedó grabado en la memoria de todos, la hora a la que aconteció: las cuatro de la tarde. Ellos se quedaron con Jesús. Su maestro Juan Bautista ya pertenecía a la corte de los profetas anteriores al Mesías. Ahora ya tenían con ellos al Cristo. Nosotros, queridos míos, que también hemos conocido a Jesucristo, también queremos quedarnos con Él. No importa ni el sitio ni si el lugar es cómodo o angosto, solo queremos estar donde esté Él, sin más adornos. Samuel no dejó, tampoco nunca de estar con Yahvé al que desde niño había tratado. El alma enamorada de Dios no deja que le separen de su esposo así como así, sino que prefiera morir mil muertes antes que pasar un segundo de vida lejos de Jesús.


·         «lo llevó»: tal alegría de haber encontrado al Señor no puede ser detenida ni enclaustrada en nuestro foro interno. Al contrario, la alegría es un sentimiento que necesita expandirse, darse a conocer, contagiar. Samuel exhortaba a su pueblo y lo gobernaba como sólo Dios sabe reinar sobre sus hijos. El discípulo Andrés no duda en ir corriendo donde su hermano y contarle la gran noticia de su encuentro con Jesús. Simón sufrirá un cambio de nombre, ya no es Simón, a secas, sino Cefas, que significa Piedra, en vista a la misión que le habría de asignar tras la Resurrección. También nosotros debemos ser misioneros, heraldos y portadores de la  Nueva Buena noticia del Evangelio de Jesús, el único que puede transformar la vida y nuestros ambientes.

            Así pues, queridos hermanos, imitemos estas actitudes para nuestra vida espiritual. Oigamos en este nuevo periodo litúrgico al Maestro; sigamos, con entusiasmo las huellas del Maestro a través de la oración y los sacramentos; quedémonos con Él adorándolo y sirviéndolo en los pobres y en la Eucaristía; y, por último, no olvidemos que como Iglesia de Cristo en el mundo, tenemos una importante misión: la de llevar a todos nuestra alegre experiencia de fe dando, así, a entender que merece la pena creer en Jesús y arriesgarlo todo por Él. Amén.

Dios te bendiga


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