MISA POR LAS VOCACIONES A LA VIDA
RELIGIOSA
Tras el parón que las Navidades
impuso y los ejercicios espirituales demandaron, volvemos re-abrir nuestra
sección de los miércoles dedicada a comentar los 49 formularios que la sección
de “Misas por diversas necesidades”
nos ofrece, según la tercera edición del misal romano de Pablo VI. Sin más
dilación, entremos en el tema de hoy:
I. Misterio
«Los sacerdotes y los educadores cristianos
pongan un verdadero empeño en dar a las vocaciones religiosas, conveniente y
cuidadosamente seleccionadas, nuevo incremento que responda plenamente a las
necesidades de la Iglesia. Aun en la predicación ordinaria, trátese con más
frecuencia de los consejos evangélicos y de las conveniencias en abrazar el
estado religioso. Los padres, al educar a sus hijos en las costumbres
cristianas, cultiven y defiendan en sus corazones la vocación religiosa. Es
lícito a los Institutos divulgar el conocimiento de sí mismos para fomentar
vocaciones y reclutar candidatos, con tal que esto se haga con la debida
prudencia y observando las normas dadas por la Santa Sede y por el Ordinario
del lugar. Tengan en cuenta, sin embargo, todos que el ejemplo de la propia
vida es la mejor recomendación de su propio Instituto y una invitación a
abrazar la vida religiosa» (PC 24). Para mejor estudiar este tema,
establezcamos algunos puntos a seguir:
El don de la vocación religiosa
En otros artículos del blog se ha recordado con
insistente empeño en que la vocación general de todo bautizado es la santidad. Todos
estamos llamaos a ser santos, pero esa vocación puede vivirse de diversos
modos, o dicho de otra manera, se concreta en formas de vida bendecidas y
consagradas por el mismo Padre eterno. Una de estas formas de vivir la santidad
es la vocación a la vida religiosa o consagrada, que se fundamenta en el
bautismo cristiano y es la expresión más radical de la vivencia de éste. Así lo
explican estas palabras del Concilio Vaticano II: «El cristiano, mediante los votos u otros
vínculos sagrados —por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los
cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos,
hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de
manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y
especial […]. Así, pues, la profesión de los consejos evangélicos aparece como
un símbolo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la
Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana. Y como
el Pueblo de Dios no tiene aquí ciudad permanente, sino que busca la futura, el
estado religioso, por librar mejor a sus seguidores de las preocupaciones
terrenas, cumple también mejor, sea la función de manifestar ante todos los
fieles que los bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo, sea la
de testimoniar la vida nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo,
sea la de prefigurar la futura resurrección y la gloria del reino celestial»
(LG 44).
Espiritualidad
común a toda la vida religiosa y consagrada
Antes
de pasar a estudiar cómo se puede vivir la consagración religiosa a través de
sus diversas formas admitidas y aprobadas, conviene que planteemos algunos elementos
comunes a las distintas formas de vida religiosa indicados por el Concilio
Vaticano II que configuran una espiritualidad singular y fundamental a todas
ellas. Dejemos que hable el mismo Concilio: «Ante todo, han de tener en cuenta los
miembros de cada Instituto que por la profesión de los consejos evangélicos han
respondido al llamamiento divino para que no sólo estén muertos al pecado, sino
que, renunciando al mundo, vivan únicamente para Dios. En efecto, han dedicado
su vida entera al divino servicio, lo que constituye una realidad, una especial
consagración, que radica íntimamente en el bautismo y la realiza más
plenamente. Considérense, además, dedicados al servicio de la Iglesia, ya que
ella recibió esta donación que de sí mismos hicieron. Este servicio de Dios
debe estimular y fomentar en ellos el ejercicio de las virtudes, principalmente
de la humildad y obediencia, de la fortaleza y de la castidad, por las cuales
se participa en el anonadamiento de Cristo y a su vida mediante el espíritu. En
consecuencia, los religiosos, fieles a su profesión, abandonando todas las
cosas por El, sigan a Cristo como lo único necesario, escuchando su palabra y
dedicándose con solicitud a las cosas que le atañen. Por esto, los miembros de
cualquier Instituto, buscando sólo, y sobre todo, a Dios, deben unir la contemplación,
por la que se unen a Él con la mente y con el corazón, al amor apostólico, con
el que se han de esforzar por asociarse a la obra de la Redención y por
extender el Reino de Dios» (PC 5).
Diversas
formas de vida religiosa
«Los consejos
evangélicos de castidad consagrada a Dios, de pobreza y de obediencia, como
fundados en las palabras y ejemplos del Señor, y recomendados por los Apóstoles
y Padres, así como por los doctores y pastores de la Iglesia, son un don divino
que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre La
autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se preocupó de
interpretar estos consejos, de regular su práctica e incluso de fijar formas estables
de vivirlos. Esta es la causa de que, como en árbol que se ramifica espléndido
y pujante en el campo del Señor partiendo de una semilla puesta por Dios, se
hayan desarrollado formas diversas de vida solitaria o comunitaria y variedad
de familias que acrecientan los recursos ya para provecho de los propios
miembros, ya para bien de todo el Cuerpo de Cristo» (LG 43).
Abordemos las distintas formas en que este frondoso árbol se ramifica:
1.
Institutos de vida contemplativa: aquellos cuyos miembros se dedican
solamente a Dios en la soledad y silencio, en la oración asidua y generosa
penitencia, ocupan siempre, aun cuando apremien las necesidades de un
apostolado activo, un lugar eminente en el Cuerpo Místico de Cristo, en el que
no todos los miembros tienen la misma función. En efecto, ofrecen a Dios un
eximio sacrificio de alabanza, ilustran al Pueblo de Dios con frutos ubérrimos
de santidad y le edifican con su ejemplo e incluso contribuyen a su desarrollo
con una misteriosa fecundidad. De esta manera son gala de la Iglesia y
manantial para ella de gracias celestiales (cf. PC 7).
2.
Institutos de vida apostólica: clericales o laicales, dedicados a
diversas obras de apostolado, que tienen dones diversos en conformidad con la
gracia que les ha sido dada; ya sea el ministerio para servir, el que enseña,
para enseñar; el que exhorta, para exhorta; el queda, con sencillez; el que
practica la misericordia, con alegría. La acción apostólica y benéfica
en tales Institutos pertenece a la misma naturaleza de la vida religiosa,
puesto que tal acción es un ministerio santo y una obra de caridad propia de
ellos, que la Iglesia les ha encomendado y que han de realizar en su nombre.
Por lo mismo, toda la vida religiosa de sus miembros ha de estar imbuida de
espíritu apostólico, y toda su actividad apostólica ha de estar, a su vez,
informada de espíritu religioso, La acción apostólica y benéfica en
tales Institutos pertenece a la misma naturaleza de la vida religiosa, puesto
que tal acción es un ministerio santo y una obra de caridad propia de ellos,
que la Iglesia les ha encomendado y que han de realizar en su nombre. Por lo
mismo, toda la vida religiosa de sus miembros ha de estar imbuida de espíritu
apostólico, y toda su actividad apostólica ha de estar, a su vez, informada de
espíritu religioso (cf. PC 8).
3.
La vida religiosa laical: tanto de hombres como de mujeres, constituye
un estado completo en sí de profesión de los consejos evangélicos. Por ello, el
Sagrado Concilio, teniéndola en mucho a causa de la utilidad que reporta a la
misión pastoral de la Iglesia en la educación de la juventud, en el cuidado de
los enfermos y en el ejercicio de otros ministerios, alienta a sus miembros en
su vocación y les exhorta a que acomoden su vida a las exigencias actuales
(cf. PC 10).
4.
Los institutos seculares: aunque no son Institutos religiosos, realizan
en el mundo una verdadera y completa profesión de los consejos evangélicos,
reconocida por la Iglesia (cf. PC 11).
II. Celebración
Para la celebración de esta misa, el misal romano en
su tercera edición nos propone un formulario eucológico de nueva creación que
debe usarse conforme a las normas ya tratadas que rigen las misas por diversas
necesidades. Pueden usarse ornamentos de color blanco o del tiempo. Con este
formulario se aconseja usar la segunda plegaria por diversas necesidades (D2) o
bien, usarse con el prefacio de la profesión religiosa y las plegarias I, II o
III.
El formulario nos ofrece una doble oración colecta:
la primera puede ser usada por cualquier ministro, mientras que la segunda
solamente por un presbítero perteneciente al clero regular (que sea religioso).
La primera colecta recoge la teología renovada del Concilio Vaticano II en
cuanto que la santidad (= caridad perfecta) es la vocación común para todos los
fieles, pero solo muchos son llamados a vivirla desde la profesión de los
consejos evangélicos, la mejor forma de “seguir
las huellas de Cristo” y “signo del
reino” ante el mundo y la Iglesia. La segunda colecta habla de la orden
religiosa concreta como familia de Dios y reafirma que el ideal de la vida religiosa
no es sino la “caridad perfecta” y el
trabajo “por la salvación de los hombres”.
La oración sobre las ofrendas trae, a manera de
gracia que se demanda, la idea de comunión fraterna y la libertad de espíritu,
dos elementos necesarios para imitar a Cristo por la puerta estrecha, único
acceso a la salvación. Para la oración de después de la comunión se ofrecen dos
distintas con las mismas indicaciones que las dos colectas anteriores: la
primera invita a los religiosos a ser imagen viva de Jesucristo; mientras que
la segunda acentúa la idea del servicio perseverante que el religioso debe
ofrecer: testimonio del amor de Dios al mundo y la búsqueda incesante de los “bienes que no perecen”.
Para los textos bíblicos este formulario ofrece: de
cara a la antífona de entrada, Mt 19,21 donde se recuerda la exhortación de
Jesús al joven rico a abandonar las seguridades vendiendo todo lo que tiene,
dando ese dinero a los pobres, para mejor seguirlo en el total desasimiento. Para
la antífona de la comunión, se usa el siguiente Mt 19, 27-29 donde se recuerda
que la única riqueza de la vida religiosa es Cristo mismo, el ciento por uno
que se obtiene al dejarlo todo por Él.
III. Vida
Una vez analizado el formulario
litúrgico, estamos en condiciones de establecer algunos puntos que pueden
ayudarnos a valorar este género de vida singular dentro de la Santa Iglesia.
1. Una vida para seguir las huellas de Cristo:
es lo propio de la vida religiosa y consagrada. Hacer de la vida una continua
búsqueda del rostro de Dios. Vivir en la tensión del que sigue las huellas del
Amado. Unas huellas que se hallan en el santo Evangelio, en la comunidad de
hermanos, en la liturgia de la Iglesia, en la oración, reparación, inmolación,
etc. El religioso en sus diversas formas, carismas y actitudes, es testigo del
Resucitado y cifra toda su vida y existencia en ir en pos de Él. Buscan agradarle
en todo para que el Señor se sienta complacido, amado y reparado en las
ofensas.
2. “Imitar con alegría a tu Hijo por la senda
estrecha”: esta frase, recogida de la oración sobre las ofrendas, me parece
que es un perfecto resumen del ideal concreto de la vida religiosa. La obsesión
del religioso debe ser la de imitar a Cristo con alegría, seguir sus pasos,
pensar como Él, vivir como Él, amar como Él. Tener a Jesús como modelo de
humanidad nueva en virtud de su Encarnación. Pero el seguimiento alegre del
Señor no se puede realizar de cualquier modo, sino por la senda estrecha, que
es el camino seguro al cielo. La senda estrecha supone en el religioso un morir
cada día a uno mismo en aras de la
comunidad; la senda estrecha es la vivencia radical de los consejos evangélicos
y aceptar todo lo que supone la consagración sin ideologías ni prejuicios sin
gustos personales u opciones rocambolescas.
3. Lo que aporta un religioso al mundo de hoy:
el religioso o consagrado tiene mucho que decir al mundo en que desarrolla la
vida. Y debe hacer sin tardanza, al menos, con estos tres aportes:
Ø Dar testimonio del amor de Dios al mundo: los religiosos en todas sus funciones y carismas
ponen ternura y amor en medio de este mundo de soledades y escepticismos. En una
sociedad que rechaza el sufrimiento como lugar de encuentro y de gozo, los
religiosos son capaces de humanizar las situaciones más inhumanas. Colegios,
cárceles, hospitales, países pobres no pueden verse desnudos de religiosos a
riesgo de que quienes los habitan se topen con la amargura, la dureza y la
dureza del mundo, o lo que es aún peor, irse de este mundo sin ver una sonrisa
o una simple muestra de piedad.
Ø Relativización de los bienes materiales: los religiosos y consagrados han de ser para el
mundo signo profético de las realidades celestiales a las que aspiramos ya en
esta vida. Ante un mundo afanado en el tener y el poseer, en el acumular sin
límites, la vida religiosa, mediante el voto de pobreza, es profecía viva de
que los bienes de este mundo desaparecerá cuando nuestra única riqueza sea Dios
mismo. Frente al afán de autonomía e individualismo del hombre de hoy que no
admite reglas ni nada que pueda coartar su libertad, el voto de obediencia nos
recuerda que, en definitiva, todos estamos unidos a una voluntad divina y
superior a nosotros mismos que, respetando nuestra libertad e individualidad,
dirige nuestra vida con su providencia
hacia la consumación final cuando todo se someta al dominio y señorío de
Cristo. Cuando la sociedad se ha vuelto pansexualista, y la erótica del cuerpo
nos asalta por todos lados, la virginidad y la castidad son el contrapunto a
este coro mundano que nos recuerda la altísima dignidad del cuerpo humano y
nuestra responsabilidad de cuidarle y respetarle como templo del Espíritu
Santo.
Ø Libertad de espíritu: aparentemente hoy, cuando la libertad es un valor
en alza, nunca la sociedad ha estado tan esclava de sí misma, de la corrección
política o de la tecnología. Lo que se nos presentaban como garantes de nuestra
libertad de movimiento o de expresión a la larga nos ha hecho esclavos y
siervos de ellos mismos. Los religiosos y consagrados, viviendo en plenitud el
desasimiento de ellos mismos y de las cosas de este mundo por la profesión de
los consejos evangélicos, gozan de una libertad sin límites que no se ve
coartada por nada ni nadie. Nunca se es más libre que cuando se vive para
adorar y hacer compañía a nuestro Dios. La libertad de espíritu es la forma más
alta de libertad ya que éste no puede ser ni aprehendido ni ser clausurado por
nadie.
Así pues, solo queda por nuestra parte estimar y
querer la vida religiosa que “aunque no
pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo de
manera indiscutible, a su vida y santidad” (LG 44d). Gracias, hermanos
religiosos, por vuestro testimonio y entrega. Animaos a ser cada vez más fieles
a vuestro carisma y a vuestro compromiso ante el Señor. La Iglesia os necesita
para seguir siendo profecía en el mundo, no se puede permitir, por tanto, ver
la sangría de vocaciones que en las diversas órdenes, sobre todo en las
históricas, se esta dando. Es un drama que nos afecta a todo. ¿Cómo hemos
llegado hasta aqui? ¿Cómo se ha permitido esta situación calamitosa? No es a mí
a quien le toca dar respuesta, sino simplemente apuntar a los datos objetivos
que la realidad nos muestra: el cierre de noviciados y casas de formación, la
reducción de provincias y de conventos o monasterios, una vida religiosa que a
la vez que merma en España o Europa crece exponencialmente en países del tercer
mundo. Por doquier vemos religiosos que
han perdido el norte de su vocación y carisma rechazando, incluso, las
enseñanzas de la Iglesia y cuestionando a sus fundadores. Asistimos impertérritos
al espectáculo bochornoso de monjas mediáticas que pasan más tiempo ante las
cámaras que en la intimidad del claustro.
Sin embargo, también es cierto que de unos años para
acá, el Espíritu ha suscitado nuevas formas de vida religiosa que volviendo a
lo más prístino y tradicional de la índole religiosa ven crecer sus miembros de
una manera milagrosa dando gloria a Dios y a la Iglesia. Es curioso que en un
mundo donde brilla el hedonismo en su esplendor y el laxismo moral se respira
como una peste, sean los conventos y congregaciones más tradicionales y rigurosas
las que ven como cada día Dios bendice su entrega y testimonio con abundantes
vocaciones.
Así pues, démonos, todos, a la reflexión, y pensemos
que debemos hacer para que la llama de la vida religiosa y consagrada no se
apague en nuestro mundo ni en nuestra Iglesia.
Dios te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario