HOMILIA DEL IV DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos hermanos en el
Señor:
Estamos
inmersos en un mundo tan agitado por los vaivenes de las modas y las
ideologías, que los ruidos han apagado los sonidos y los eslóganes han ahogado
los discursos. Un mundo en que con tan solo 144 caracteres podemos inundar de
mensajes la red y éstos en menos de un segundo son capaces de dar la vuelta al
mundo propagando todo tipo de comunicado que, seguramente, en la mayoría de los
casos o no se leen o se obvian. Cada vez estamos más acostumbrados a discursos
insustanciales que prometen mucho y no concretan nada. Son discursos repetitivos, demagógicos,
moralistas, aleccionadores, diciéndonos cómo debemos pensar, cómo debemos de
hablar. Y todo ello sin ningún fundamento en la Verdad, sino más bien al
contrario: en mentiras y opinión.
Hoy
día, el simplemente hecho de buscar la Verdad es una hazaña prodigiosa,
encontrarla, un tesoro y anunciarla o proclamarla, un acto revolucionario. Verdad
y opinión se confunden porque no son lo mismo. La opinión puede contener algún
elemento de verdad, pero nunca la Verdad completa puesto que ésta es una y
única y no está sujeta a la variabilidad de las ideologías.
Hoy
como ayer, necesitamos, como pueblo y familia humana, una voz que se erija en
autoridad indiscutible en medio de las ideas mesiánicas que se levantan entre
las naciones. Una voz autorizada capaz de captar la atención de todos los que
pueblan el mundo; una voz capaz de someter los espíritus inmundos que buscan
apartarnos del amor de Dios. Una voz autorizada capaz de sobresalir por encima
de los huecos mensajes para sanar los corazones lastimados por el daño del
pecado. Es un profeta cuya voz merece la pena ser escuchada porque dirá las
palabras que Dios quiere, y no otra cosa. Sin embargo, al que desoiga esta voz
y haga todo lo contrario, le estará reservado un castigo eterno.
La
autoridad con la que Jesús habla no es otra que la de jefe o Maestro de la ley,
es decir, una voz que conoce la Palabra de Dios, que la predica y la expone,
que no inventa nada sino que da cumplimiento pleno a la que en ella se dice. Es
la autoridad de quien se percibe que se cree lo que dice. Una autoridad
reconocida, incluso, por las potencias maléficas, a las que manda callar.
Esa
voz autorizada que tanto demanda este mundo bullicioso, no es otra que la de
Jesucristo, el Hijo de Dios y Dios verdadero. Pero, lógicamente, esta deseada
voz no se puede oír hoy como hace veinte siglos sino que esta mediada por el
testimonio de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo y prolongación histórica de
la presencia del Resucitado entre nosotros. Hoy la Iglesia si quiere tener una
voz autorizada en medio de la humanidad, debe hablar lo que Dios disponga; debe
exponer claramente la doctrina revelada por la Escritura y la Tradición y ser
coherente con lo que su Señor pide de ella.
Y
aquí, queridos hermanos, entramos en juego nosotros, los cristianos, los
discípulos de Cristo, los fieles hijos de la Iglesia. A nosotros nos toca dar
testimonio de Jesús en el mundo; nuestras palabras y nuestras obras no pueden
ser altavoces de esos discursos vacíos y huecos que quieren cambiar el
Evangelio de Cristo por las nuevas ideologías (y no tan nuevas) que van
enquistando el alma a la par que desdibujan la impronta divina grabada en
ellas. No podemos permitirlo, queridos hermanos, nosotros, los bautizados,
somos responsables de este mundo que reclama la voz de Cristo. Nuestras palabras
y obras deben estar informadas por el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia,
porque esa es la fuente de nuestra verdadera autoridad y la única voz capaz de
someter a los demonios que acampan a sus anchas por el mundo.
Así
pues, hermanos, si por el bautismo fuimos hechos profetas, esto es, participes
del profetismo de Cristo; hemos de ser coherentes con este don y gracia
bautismal. En nosotros se cumple hoy el oráculo de Moisés: cada uno de nosotros
somos ese profeta suscitado en medio del mundo para enseñar con autoridad,
sanar, exhortar, anunciar y denunciar de tal manera que no sean nuestras
palabras sino las de Cristo las que sigan redimiendo al mundo. Así sea.
Dios
te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario