I. Misterio
Presentamos en este post el estudio de un
interesante tema del que hoy poco o nada se habla: la “Concordia”. Se trata, ya
de por sí, de una palabra en desuso. Etimológicamente, esta palabra viene de
dos sintagmas latinos: “Cum” + “Cordis”, es decir, con el corazón. La concordia
es una virtud humana que implica actuar y pensar empeñando el corazón, como
sede de los sentimientos, en cada una de ellos.
En lenguaje bíblico, el corazón es el centro de las
pasiones y los sentimientos, la sede de la conciencia y el lugar de encuentro
entre Dios y el hombre. El corazón va, por tanto, más allá de la visceralidad. El
corazón es el lugar de la inhabitación de Dios en el justo. Por tanto, no será
aventurado afirmar que la concordia tiene su fundamento primero en Dios mismo,
uno y trino. La unicidad esencial de Dios y las relaciones de las tres Personas
en la caridad son el paradigma donde basar las relaciones concordes entre los
humanos.
Pero la concordia, aun siendo una virtud escrita en
el corazón humano que tiene a Dios por autor, necesita ser instruida y formada
para que se encamine a su recto fin. Para
ello, Dios, como pedagogo enseña a su Iglesia y a cada cristiano, a través de
ella, a amar al prójimo con el corazón y la mejor guía para esto serán los diez
mandamientos y la asistencia de la gracia, recibida por medio de los
sacramentos. El oficio de santificar y el oficio de enseñar hacen que la
Iglesia se renueve en su amor y fidelidad a Dios.
Así, de este modo, la concordia se ve informada por
la gracia divina y la instrucción orgánica y sistemática. Pero también necesita
del don de la paz, que es el fin de toda virtud humana: sembrar la paz,
conservarla y fomentarla. No es una paz, en cuanto ausencia de conflicto, sino
una paz que penetra hasta las honduras del alma haciéndonos relativizar los
males que nos aquejan y valorar los bienes que a Dios nos acercan. Entremos,
pues, a analizar el formulario litúrgico.
II. Celebración
Para esta misa se ofrece un
formulario compuesto por dos oraciones colectas de nueva creación, una sobre
las ofrendas, tomada del misal romano de 1570[1], y
una de pos-comunión, también de nueva creación, más dos textos bíblicos. Este
formulario se ve completado usando una de las dos plegarias eucarísticas para
la reconciliación; o bien, el prefacio para la unidad de los cristianos. El
color de los ornamentos a usar para la celebración de esta misa se rige por la
norma universal para el uso de estos formularios, es decir, o bien el color del
día o bien blanco.
La primera oración colecta está
estructurada en tres pilares: Dios, los fieles y la Iglesia. Dios es denominado
como “suprema unidad y verdadera caridad”
puesto que la Trinidad es el fundamento de cualquier unidad y cualquier concordia
que se quisiera perseguir. Los fieles han de tener un solo corazón y una sola
alma, como don de Dios dentro de la Iglesia, quien se ve fortalecida porque
esta cimentada en la verdad y consolidada en la unidad estable de la concordia.
La segunda oración colecta sitúa a Dios en el papel de un pedagogo que enseña a
su hija la Iglesia a observar los mandamientos y para ello le da el espíritu
de paz y de gracia. Por su parte, la
Iglesia debe servirle de todo corazón y con una voluntad sincera de concordia.
La oración sobre las ofrendas
recuerda que la Iglesia solo puede verse renovada por el oficio de santificar,
esto es, los sacramentos; y el oficio de enseñar, por su doctrina. Doctrina y
liturgia son los pilares donde se asienta toda la pastoral de la Iglesia; y una
de esas acciones pastorales es la de fomentar la caridad y la concordia. La oración
de pos-comunión sitúa la unidad pretendida en el mismísimo sacramento de la
Eucaristía, a la que no duda en llamar “sacramento de la unidad”. Y puesto que
solo en la Iglesia puede recibirse la sagrada comunión, solo en la Iglesia
podrá vivirse la santa concordia que es don de Dios recibido en la paz y
ofrecido al prójimo con sinceridad.
Los textos bíblicos propuestos para
esta celebración son: como antífona de entrada Hch 4, 32-33 donde se nos invita
a tener una unión de corazones para un anuncio valiente, gozoso y creíble del
Evangelio. Para la antífona de comunión encontramos Jn 17, 20-21 donde podemos
escuchar ese grito angustiado y casi profético de Cristo en la noche de
Getsemaní: “ut unum sint (= para que
sean uno)”.
III. Vida
De este formulario se desprenden algunos puntos
esenciales para vivir coherentemente y en verdad la honrosa virtud de la
concordia:
a)
“Un solo corazón y una sola alma”: basado en Hch 4, 32; los fieles han
de vivir en comunión de corazones y esto, dentro de la Santa Iglesia. No
podemos pretender una unión ecuménica entre cristianos, si dentro de cada una
de las mismas iglesias y comunidades eclesiales surgidas de la reforma, no
tenemos unidad entre nosotros, los mismos cristianos.
b)
La concordia se basa en la Verdad: este axioma es fundamental si se
quiere mantener una unidad estable y no sujeta a los vaivenes del tiempo. Las opiniones
pueden contener elementos de verdad pero no son la verdad plena, puesto que
ésta es, por su misma naturaleza, una y única. Así pues, la concordia
consistirá, ante todo, en buscar lo verdadero y objetivo donde confluirán los corazones
y las mentes de todos. Por ello, la recta fe será lugar y fuente e concordia
mientras que la heterodoxia o la herejía, será, necesariamente, fuente de
conflictos y de discordia puesto que se aleja de la verdad y la rechaza.
c)
La concordia es un servicio a Dios: dicho lo anterior, no será
descabellado afirmar que la concordia, como virtud humana y ejercicio del
hombre basado en la Verdad, es el primer servicio a Dios. El primer culto
existencial ofrecido por Cristo en el Espíritu Santo. Los corazones están,
primeramente, encaminados a la comunión con Dios, donde halla su descanso, como
dijo san Agustín: "Nos
hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en
ti" (I, 1, 1). Y solo cuando los corazones de los fieles concuerdan en
Dios, pueden concitarse entre ellos.
Así, queridos lectores, vivamos esta semana la
virtud de la concordia poniendo nuestra fe y nuestro corazón en Dios mismo, y
desde Él a los hermanos más pobres.
Dios te bendiga
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