HOMILIA DEL III DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
Abrimos ya nuestra lectura continua del evangelio de
san Marcos, que nos acompañará a lo largo de todo este ciclo B. Y las lecturas
que, en conjunto, se nos ofrecen hoy en la liturgia de la Palabra, bien pueden
resumirse en este mensaje: “Conversión, fe y seguimiento”.
El profeta Jonás es enviado a la terca y cosmopolita
ciudad de Nínive a anunciar algo tan desagradable como es su irremediable
aniquilamiento, a menos que ésta cambie su conducta y se vuelva al Señor. Ante la
sorpresa del profeta, la ciudad decreta el ayuno y la penitencia y vuelca sus
fuerzas en agradar y seguir al Dios fiel y verdadero que ha tenido piedad de
ellos y se ha compadecido, salvando a la ciudad de su destrucción.
Los ninivitas vivían en la ignorancia hasta que, con
su predicación, Jonás les enseña los caminos del Señor para que los anden con
lealtad. Jonás les exhorta a la conversión porque les habla de un Dios bueno y
recto, misericordioso y bondadoso capaz de desdecirse de su primer impulso
iracundo y dar rienda libre a sus más profundas entrañas paternales.
Hoy, como entonces, Dios sigue enviando profetas
para querer seguir salvando a las ciudades y a sus habitantes. Dios no se
cansa, en pleno s. XXI, de realizar signos y prodigios, en la vida cotidiana,
dando, así, pruebas de su amor y su misericordia por nosotros. ¿Acaso no es un
signo la acción caritativa de la Iglesia hoy? ¿Acaso no es un signo de los
tiempos la constante entrega de tantos hermanos a la vida religiosa
contemplativa y activa? ¿Acaso no es un signo el compromiso de tantos
cristianos en el apostolado y la evangelización de la Iglesia? ¿Acaso no es un
signo la reacción pro-vida frente a la cultura de la muerte tan dominante hoy?
¿Acaso no es un signo de predilección el que Dios permita que los enfermos
mueran acompañados por el consuelo espiritual de la Unción? ¿Acaso no es un
signo la constante predicación de los buenos curas que invitan a la conversión
y a amar a Dios? En definitiva, hermanos, hay muchos más signos que debemos
aprender a descubrir y a leer en nuestra vida.
Ante la representación de este mundo que termina,
irrumpe en la última etapa de la historia el Logos divino, el éscaton definitivo, que no es otro que
el mismo Jesucristo, quien desde el principio de su ministerio público, no duda
en llamar a la conversión y a creer en el Evangelio, tal como Jonás hiciera en
la primera lectura, no será la última vez que Jesús se identifique con este profeta como signo dado por Dios a
los israelitas. Con esta exhortación, el evangelista pretende centrarnos en lo
que va a ser el núcleo de todo el evangelio de Jesús.
Pero Jesús da un paso más allá que Jonás: no basta
con la conversión y la fe sino que reclama el seguimiento y la adhesión a su
persona. En este sentido, el evangelista nos presenta los dos grupos de
hermanos que, dentro de los doce, van a constituir el sector de más confianza
de Jesús. Jesús pasa por el lugar donde ellos están trabajando sin más expectativas
en la vida que la de mantener el próspero negocio de la pesca ya que éste
suponía un copioso grupo de bienes materiales a mantener y un importante
capital humano que cuidar.
Sin embargo, Jesús no duda en lanzar su llamada e
invitarles a seguirle: “Venid” es el imperativo que resuena en su corazón de
forma tan apremiante que aquellos discípulos no pueden hacer otra cosa que ir
con él, sin necesidad ni de preparación psicológica para ello, ni de
discernimiento complicado para un seguimiento entusiasta, pues,…si es Jesús el
que llama…¿qué hay que discernir o pensar o marear?.
Pero ciertamente esta elección divina no es fácil ni
esta desprovista de amargura, pues supone abandonarlo todo (casa, familia,
ideales, expectativas, etc) sabiendo que solo ponemos nuestra confianza y
nuestra vida en la providencia que Jesús garantía con su palabra y su
divinidad.
Así pues, conversión de la vieja y caduca vida de
pecado, abrazo comprometido con la fe bautismal que puede ser fuerte, débil o
recién recuperada; y seguimiento confiado en pos de Jesús, forman un todo
espiritual que marcan el itinerario espiritual y sano del cristiano de ayer y
de hoy. Volvámonos, pues, desde ya hacia el mismo Jesucristo y andemos el
camino de la vida con Él.
Dios te bendiga
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