sábado, 14 de julio de 2018

LLAMADOS A SER PROFETAS


HOMILIA DEL XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

            Seguimos con el segundo domingo dedicado al carisma profético de los cristianos. Como el profeta Ezequiel hemos de ser valientes para profetizar en medio de un ambiente hostil, aun cuando nadie nos haga caso ni nos tome en serio. Hoy meditaremos sobre el origen de este profetismo: la llamada.

            En primer lugar, nos encontramos a Amós. Un personaje singular sin ascendencia profética. Un simple “pastor y cultivador de higos”. Pero que, sin embargo, ha sido llamado por Dios a una misión más alta que cualquier actividad de la vida, por importante que ésta fuera. Y, Amós es consciente de esta misión pues no admite la tramposa recomendación de Amasias, que quiere expulsarle del templo. Amós sabe que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

            El Evangelio, por otra parte, nos narra el envío de los doce apóstoles aun en vida de Cristo. Todo parte, de nuevo, de una llamada trascendente. De la llamada de Jesucristo. Cristo llama para ser enviados, dando autoridad a sus apóstoles. Cristo nos ha dado autoridad sobre los demonios y poder para curar enfermedades. Y este es el punto al cual quisiera llegar hoy con ustedes, queridos hermanos.


            Las recomendaciones que Cristo da a sus apóstoles (un bastón, ni pan, ni alforja, etc) pueden resumirse en ese empeño, paradójico, de Dios, de expoliarnos de toda seguridad mundana. Dios nos expropia de nuestros asideros para ser Él mismo nuestro único refugio, “alcázar donde me pongo a salvo”.  El enviado por Dios sabe que Él es su única seguridad. Tan solo admite que se lleve un par de sandalias, para no emporcarse con el polvo de este mundo. Dios nos necesita limpios para él. Llevamos un mensaje divino, no del mundo; si para el mundo pero no mundano. Las sandalias de la gracia pueden preservarnos de la suciedad del mundo hostil a Dios y a sus enviados.

            Los enviados de Dios, desposeídos de seguridades humanas y sostenidos por la gracia de Cristo, pueden, perfectamente, pertrecharse con ánimo generoso hacia l mundo en el que viven para hablar palabras que no son suyas, sino de aquel Tú trascendente que se empeña en dialogar con el hombre. Dios ha concedido a sus enviados autoridad sobre los demonios que atacan a este mundo queriendo apartarlo, sistemáticamente, del amor de Dios, su Creador. Hoy, cuando esos demonios cobran rostros y nombres diferentes, los cristianos tenemos que estar preparados para identificarlos y combatirlos con la oración y la Palabra de Dios. Del mismo modo, los cristianos, ungidos con el aceite en el bautismo, estamos llamados a poner el bálsamo del consuelo y a sanar enfermedades que están desangrando este mundo, querido por Dios.

            Así pues, en conclusión, hemos de sentirnos llamados  por Jesucristo y enviados por Él para hablar palabras suyas, no nuestras, al mundo. Palabras de vida, palabras de verdad, palabras de esperanza, palabras de eternidad. El mundo nos necesita y nos espera. Pero no caigamos en el error de gastar fuerzas en vano. A quien no quiera escuchar, donde no se quiera acoger a Dios y a sus enviados no merece la pena echarle las perlas del Evangelio. ¡Ánimo! Y a ser profetas en el mundo. Así sea.

           

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