HOMILIA DEL XVI DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
Como un eco del cuarto domingo de
Pascua, llegan estas lecturas que acabamos de oír donde el hilo conductor es la
imagen de Dios como Pastor. Ante la ineptitud de los responsables de la
comunidad de Israel, denunciada por el profeta Jeremías, Dios se decide a tomar
las riendas de su pueblo y se propone Él mismo como Pastor Único del rebaño. La
misma situación que encontrará Jesucristo en las gentes de su época, ante las
cuales siente lástima, y se decide a enseñarlas con tranquilidad.
Los malos pastores, denunciados por
Jeremías, son aquellos que han abandonado la ley de Dios, aquellos que
olvidaron que el pastoreo es, ante todo, un oficio de amor a Dios. Hoy, esta
profecía, se concretaría en aquellos pastores que ofrecen como doctrina sus
propias opiniones y criterios personales, obviando el predicar el Evangelio
conforme a la Tradición de la Iglesia. Pastores más apegados a sus gustos y
apetencias que a la preocupación por la grey de Cristo. Pastores que han
diluido su identidad sacerdotal de tal manera que hoy son prácticamente
irreconocibles. Pastores que han hecho del orden sacerdotal un “modus vivendi”
antes que una vocación sobrenatural.
Ante esos malos pastores que han
despreciado al Pueblo santo de Dios, y que ya no rezan por él, ni lo alimentan
con los sacramentos bien celebrados y la predicación esmeradamente preparada;
Dios no se queda de brazos cruzados sino que Él mismo se pone al frente de la
grey para ser su Pastor y mandar pastores entregados y solícitos. Ante la
acuciante necesidad de volver a atraer al rebaño disperso, Dios no duda en
ejercer su ministerio profético tranquilamente y con solicitud amorosa. Los
pastores que Dios mandará habrán de ser ante todo, sacerdotes comprometidos,
orantes, que vivan la vida sobrenatural sin olvidar que son humanos. Hombres,
sacados de este mundo, que amen a este mundo apasionadamente denunciando sus
incoherencias, sanando sus enfermedades y anunciando la buena nueva del Reino
de Cristo.
Este es otro aspecto del oficio
profético del Pueblo de Dios. Si el domingo pasado acentuábamos la dimensión
apostólica de los bautizados, como llamados y enviados por Cristo al mundo;
conviene que hoy meditemos, también, la dimensión pastoral del Pueblo de Dios,
que se concreta en la jerarquía eclesiástica (obispo, presbítero y diácono). A
estos compete la dirección espiritual de la masa seglar. Por eso es importante
que sean fieles, que no se dejen llevar de sus gustos personales; en otras
palabras, es necesario que sean hombres capaces de compadecerse por las
multitudes, de enseñar con calma los preceptos evangélicos y las enseñanzas de
la Iglesia; capaces de querer lo que Dios quiere para su grey.
El pastoreo de Cristo, prolongado,
vivido y actualizado en el ministerio sacerdotal, es, también, signo profético
del amor de Dios en el mundo. El pastoreo de Cristo es la raíz de toda misión
de la Iglesia en sus diversas concreciones. Así, apostolado seglar y ministerio
pastoral no son dos realidades contrapuestas o en continua dialéctica. No. Sino
las distintas formas que tiene Dios de cuidar del mundo, del hombre y de la
mujer de hoy.
Como Jesús sintiera lástima de aquella multitud que
andaba como oveja sin pastor, y se pusiera a hablarles, hoy Cristo, sintiendo
esa misma lástima, vuelve a mandar a sacerdotes y seglares para que pastoreando
y ejerciendo el apostolado, respectivamente, enseñen y reúnan al pueblo “con calma”.
Así pues, queridos hermanos, el oficio profético del
Pueblo de Dios, en su doble forma de ejercerlo, debe llevarnos, siempre, a
aunar esfuerzos para que Cristo sea conocido por todos y para que todos tengan
vida eterna en Él. Así sea.
Jesús hoy es traicionado por muchos de sus pastores que llevan a las almas a la perdición por eso hay que rezar mucho por los Sacerdotes y toda la jerarquía de la Iglesia Santa Teresita de Liseux decía que rezar por los Sacerdotes es rezar al por mayor
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