HOMILIA DEL XVII DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
Cerrando el ciclo de homilías sobre
el oficio profético del Pueblo de Dios; la liturgia de la Palabra nos ofrece
desde hoy, y a lo largo de los cinco domingos siguientes, un recorrido por el
capítulo seis del evangelio de Juan. Damos, así, un salto en nuestro recorrido
dominical Marcano y para adentrarnos, de este modo, en uno de los pasajes más
bellos, densos y profundos del cuarto evangelio.
En este domingo, el pasaje joánico
viene iluminado por un texto del segundo libro de Reyes. En un análisis formal,
observamos que el texto vetero-testamentario ofreció al evangelista un perfecto
esquema narrativo para construir el relato del milagro de la multiplicación de
los panes y los peces. Ambas narraciones pueden resumirse en la acción providente de Dios que, basándose
y potenciando la debilidad humana, asiste y remedia la necesidad de su pueblo,
ofreciendo, así, un signo de su presencia y providencia amorosa.
Así pues, bajo el binomio
“signo-providencia” se nos ofrece hoy una enseñanza divina que el salmo responsorial
ha concentrado a la perfección al invitarnos a acudir confiados a Dios, quien
abre su mano y sacia a todo viviente. Hoy, el Señor, vuelve a repartirnos su
pan y su gracia pero esta tarea, paradójicamente aun siendo Dios, no quiere
realizarlo solo: Jesús necesita de nuestra debilidad, de la cooperación humana.
Un aspecto, éste, propio de la teología católica. Dios y el hombre pueden
colaborar juntos para la salvación del mundo, pues el esfuerzo humano se ve
siempre arropado por la gracia divina y así, al ser potenciado, se obtienen
resultados extraordinarios.
De alguna manera, la multiplicación de los panes y
los peces, al tener su origen en la insuficiente cantidad que ofrece aquel
muchacho, nos está enseñando a que con la gracia de Dios: lo ordinario puede
volverse extraordinario; lo anodino en singular y único; lo meramente natural
en algo sobrenatural. Y esto es el milagro eucarístico, por ejemplo, de un pan
natural e insignificante, por la gracia de Dios, pasa a ser Cuerpo de Cristo,
pan de los ángeles, alimento de vida eterna.
Donde Dios está hay un rebosante derroche de gracia,
por eso sobra comida para volver a comer en otra ocasión. Este texto nos
invita, también, a reconocer que los milagros existen, que Dios puede hacer
milagros. Y que estos milagros divinos son siempre signos de algo: signos de su
presencia, signos de su amor, signo de su solicitud y providencia amorosa. Dios
es providente con nosotros, y por eso está, continuamente, procurándonos el pan
cotidiano tanto el pan natural como el pan eucarístico. A nosotros nos queda
tomar la actitud del niño del relato evangélico o la del de Baal-Salisá, esto
es, ofrecer la pobreza de nuestro pan, de nuestra vida, de nuestro esfuerzo, de
nuestro empeño diario por hacer las cosas bien, por ir perfeccionándonos
combatiendo los pequeños grandes defectos que tenemos. Si lo hacemos así, el
Señor tomará estos panes de la ofrece de la vida para, con su gracia, convertirlo
en algo extraordinario y sobrenatural que rebosa en amor a los demás. Así sea.
Dios te bendiga
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