sábado, 7 de julio de 2018

AL MENOS SABRÁN QUE HUBO UN PROFETA


HOMILIA DEL XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos:

            En este ciclo B de las lecturas de la Palabra de Dios en la misa, la liturgia nos regala tres domingos seguidos para meditar sobre el servicio profético de los cristianos en el mundo. Ser profeta es algo complicado y nunca bien mirado, en ninguna época. Ser profeta implica anunciar y denunciar pero, sobre todo, vivir en coherencia con lo que se cree y se predica para que aquellos que nos contemplan no encuentren desacreditada nuestra labor.

            Las lecturas de hoy vienen a confirmar esto mismo: nadie es profeta en su tierra. El profeta siempre va a contar con el desprecio entre los suyos; con el ser ignorado por sus coetáneos. El profeta siempre se granjea enemigos poderosos y se gana el ser ridiculizado, ser motivo de mofa y befa; el profeta jamás será llamado a dar su opinión ni obtendrá el aplauso del mundo. Pero, por otra parte, el profeta, si es fiel a su vocación y coopera humildemente con la verdad, siempre tendrá a Dios de su parte; se sentará al lado de los justos y no temerá por su vida, porque Dios le protege.


            Así pues, nuestro mundo hoy necesita, precisamente, de la vivencia del carisma profético de los cristianos. Como el profeta Ezequiel, los cristianos hemos sido enviados a un mundo rebelde “que se ha rebelado contra Dios”. Hoy, por doquier, asistimos a una ingeniería social que se basa en hacer leyes contra Dios y su santa ley: la ideología de género, que busca subvertir la realidad antropológica de la creación, pretendiendo imponer una visión del hombre y de la mujer ajena a toda racionalidad y ayuna de toda experiencia científica; el aborto y la eutanasia, medidas eugenésicas que impiden la vida bien desde el origen bien al final de la misma; los vientres de alquiler, donde se busca hacer de la maternidad un negocio para suplir un capricho o una carencia. Asistimos hoy a un laicismo rampante y atroz que, en aras de la libertad religiosa, busca, pertinazmente, recluir el hecho religioso al ámbito de lo privado despojando a la religión de cualquier manifestación pública o social. Un laicismo que pretende erradicar los credos pero que, curiosamente, se posiciona más a favor del Islán que del cristianismo, o dicho de otra manera: el laicismo hace opción por la maurofilia y la cristianofobia.

            La precariedad laboral, que impide el progreso feliz de las familias; los abusivos impuestos, sobre todo cuando nos pañales para niños tienen un 21% de IVA mientras que los preservativos tienen solo un 4 o 5% de IVA. El patriotismo idolatra que, últimamente, está creciendo en las naciones donde se elevan a categoría de sagrado los símbolos de la Patria, olvidando que un amor a la Patria sin referencia a Dios no es más que un intento inútil de subsistencia. El racismo o la xenofobia que surgen en los pueblos fruto de políticas gravosas de inmigración y de subsidios; el nacionalismo excluyente y exasperado que busca enemigos por doquier para sobrevivir. El paro, que merma las capacidades y ánimos de las personas.  

            Ante este panorama desolador, los cristianos no podemos claudicar ni ser “perros mudos” debemos despertar y reaccionar. Nuestro cometido, hoy día, es levantar la voz y anunciar el Evangelio de la Vida; la hermosura del plan de la Creación; la perfecta coherencia entre la fe y la razón. Es hora de dar la batalla de las ideas, con respeto pero con convicción. Es más lo que nos queda por ganar que lo que, momentáneamente, perderemos en este mundo. Como dice el rey David, es mejor caer en manos de Dios, que caer en manos de los hombres.


            Queridos hermanos, ser profeta supone, por tanto, poner nuestra vida en manos de Dios; vivir la libertad de los hijos de Dios como el más grande don que de Él hemos recibido. Ser profeta, en medio del mundo, es, ante todo, ser iglesia, tener conciencia de nuestro bautismo. Ser profeta es alejarnos de nuestras pasiones y sentimientos viscerales y caminar por la vía de la razón, de la paz, de la verdad y de la libertad. Ser profetas es ser hombres y mujeres de razón: capaces de pensar, analizar, contrastar y discernir, ayudados e iluminados por la luz de la fe, de la gracia divina que potencia nuestra naturaleza. Ser profetas es ser hombres y mujeres que buscan la verdad de Dios y la verdad del hombre, fundamentando la vida en el humanismo cristiano.

            En definitiva, hermanos, ser profeta es un don inmerecido de la gracia divina que implica una misión arriesgada, complicada, peligrosa pero apasionante y contagiosa. Ojalá que despertemos este don en nosotros y pase lo que pase, nos hagan caso o no, al menos, los que nos contemplen “sabrán que hubo un profeta” en medio de ellos. ¡Ánimo!

           

3 comentarios:

  1. Buenísimo artículo que es para estos tiempos. MUCHÍSIMAS GRACIAS

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  2. Menudo artículo nos viene al pelo, hoy se necesitan y hay profetas y no lo están pasando nada bien. Pero oremos por ellos y hagamos caso a los que hablan y bien de parte de Dios.

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