HOMILÍA DEL II DOMINGO DE ADVIENTO
Queridos
hermanos en el señor:
En este segundo domingo de Adviento, es el profeta Baruc
quién ilumina nuestro camino de esperanza hasta la venida de Cristo. En su
profecía encontramos una situación de cambio y transformación: pasar de la
oscuridad a la luz, de la muerte a la vida, de los escabroso a lo llano.
Jerusalén es descrito con rasgos de mujer: una mujer de
luto, una mujer llena de aflicción, una mujer que ha perdido la esperanza. Frente
a ese dolor y esa tristeza, Dios pretende iluminarla. Pretende transformarla y
conducirla a una situación mejor.
Mostrarse así, de esta manera, Grande con ella y
alegrar el corazón de todos sus habitantes. Hasta tal punto es así, que incluso
va a ser denominada de dos nuevas maneras: “Paz en la justicia” y “Gloria en la
piedad”. Estos dos nombres responden a la nueva realidad con que Dios dispone a
su pueblo para su llegada.
En el Evangelio de hoy encontramos esa misma
advertencia y transformación: en la predicación de San Juan Bautista, el
segundo de los personajes del Adviento, el pariente de Jesús, predica por todo Israel
un bautismo de conversión, usando al profeta Isaías. Recuerda a sus coetáneos la
necesidad de preparar el camino al Señor. El mesías está próximo. De hecho, no
tardará en aparecer a la orilla del Jordán, y, por tanto, el tiempo apremia.
Para disponer nuestro corazón y nuestra vida a su
llegada inminente, Queridos hermanos, conviene preguntarnos ¿Cómo vivir está
realidad espiritual? ¿Cómo preparar el camino del señor? Muchas veces las
regiones de nuestra alma son escabrosas, frías, y necesitan ser tocadas por la
gracia de Dios para convertirse en vergeles de amor donde Cristo, el mayor
amor, pueda habitar y reinar. De ahí que
la advertencia del Bautista resuene con fuerza en este Adviento.
Somos gente inmersa en una historia, como así lo
indica el evangelista al ofrecernos los detalles cronológicos: en un momento
concreto y particular de la historia universal aparece la gracia de Dios en el
mundo. Los cristianos, moviéndonos en esta misma historia humana, vivimos la espera
de la llegada de Cristo afectados por desafíos siempre viejos y siempre nuevos
que hacen arriesgado, a la par que contagioso, el cristianismo. La exhortación
de san Juan Bautista, en estos momentos de nuestra historia cristiana, es, ante
todo, un acicate a tomarnos en serio nuestro catolicismo, a no vivir a medias tintas,
sino con sacrificios y renuncias que complican la asistencia pero que, ante
todo, agradan a Dios que mira el amor de sus hijos.
Solo en la medida en que vivamos nuestro ser católico en
su plenitud e integridad, Dios mostrará su esplendor en nuestra vida hasta el
punto de abrirnos un horizonte espiritual que nos irá configurando, por su
gracia, con Jesucristo, a quien esperamos jubilosos e impacientes, limpios e
irreprochables, cargados de frutos de justicia para alabar y dar gloria a Dios.
Así sea.
Dios te bendiga
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