LA
INMACULADA CONCEPCIÓN
En esta noche santa del 7 de diciembre,
generalmente, desde hace siglos, los católicos de todo el mundo se reúnen en
vela para aguardar el día grande de nuestra madre la Virgen. Un día como hoy de
hace 164 años, Pio IX esperaba el que habría de ser uno de los actos más
importante de su pontificado: la proclamación del dogma de la Inmaculada
Concepción.
Años de celebración gozosa en el
anonimato del corazón cristiano amante de María; siglos de pronunciamientos a
favor y en contra, dieron paso a la expresión artística de una verdad escrita
en el pueblo cristiano pero aun no consignada por el supremo magisterio
eclesiástico. Arquitectos, pintores se disputaban en belleza y calidad por
plasmar en el lienzo y en la piedra lo que el corazón no podía contener ni las
palabras podían expresar. Un gran periodo de consulta y una aclamación popular
por parte del pueblo fiel, y en concreto del pueblo español, movieron al
entonces papa reinante a proclamar a María concebida sin pecado original.
Estas fueron sus palabras: “Declaramos que la doctrina que dice que
María fue concebida sin pecad original es doctrina revelada por Dios y que a
todos obliga a creerla como dogma de fe”. Tras estas palabras se sucedió el
júbilo en todo el mundo. A las campanas de las trescientas torres de Roma se
unieron los campanarios de todas las Iglesias del mundo. Se había hecho
justicia. La verdad de fe celebrada por el pueblo ya era dogma oficial de la
Iglesia católica, ya no caben opiniones a favor o en contra, la Concepción
Inmaculada de María debe ser aceptada y creída por todo hijo de la Iglesia.
La Concepción de María sin pecado
original ha sido patrimonio de la fe del pueblo de Dios prácticamente desde el
principio. Innumerables son los testimonios que ponen de relieve que la fiesta
se celebraba desde los siglos VII/VIII en Oriente y poco a poco se va
extendiendo a Occidente y a toda la Iglesia.
Desde el s. II los Santos Padres hablan
de María como la nueva Eva, vencedora del pecado, asociándola así a Cristo en
la lucha contra el diablo. Pero a pesar del arraigo que tenía esta creencia y
esta fiesta en el pueblo de Dios, también tenía sus detractores que
argumentaban en contra de este tema. Uno de ellos es Santo Tomas de Aquino,
cuyo impedimento lo veía en el carácter universal de la salvación de Cristo. La
autoridad de Santo Tomás de Aquino retrasó su definición en la historia.
Entre los teólogos que se decantaron
favorables al dogma está Duns Escoto, que rescata la fórmula de Eadmero: “pudo, convenía, luego lo hizo”. Con todo
ello, el primer intento de definición del dogma se dio en el Concilio de
Basilea, con una fórmula distinta a la actual, pero que al ser un Concilio
cismático no fue válido. Trento también toco el tema, pero se limitó a no
incluir a la Virgen en el decreto sobre el pecado original.
Por fin, el 8 de diciembre de 1854 se
ponía final a este largo camino: el Papa Pío IX mediante la Bula Ineffabilis Deus proclama a María “preservada inmune de toda mancha de la culpa
original en el primer instante de su concepción”. El pueblo acogió con piedad
y devoción este dogma de fe que ya llevaba largo tiempo calando en el sentir de
la gente.
Claro que la Madre de Dios no pudo
tener pecado original, era la rosa más bella en el jardín de Dios, la más
cuidada y la adornada con dones excelsos y privilegios desde el mismo instante
de su concepción. Pero la importancia y el sentido del dogma no se agota en
unas meras turbulencias históricas, sino que radica en el sentido que tiene
como imagen prefigurativa de la santidad de la Iglesia, es decir, la toda santa,
la que fue preparada como morada de Dios, es imagen de la santidad a la que
está llamada a vivir la Iglesia para ser también el espacio digno donde Dios
habite y sea mostrado a todos los hombres del mundo.
Pero ¿Por qué Dios otorgó a María el
privilegio de estar exenta de pecado original? ¿Qué motivación estaba en la
mente de Dios creador para dar tan gran don? Debemos partir de un principio:
los dogmas marianos tienen una doble dirección, por un lado son privilegio
singular de la Santísima Virgen María y, por otro, radican en ella en orden a
una misión en la historia de la salvación. En este caso, la concepción inmaculada de la Virgen María
está en orden a su Maternidad divina, esto es, a ser la Madre de Dios.
Que María fuera inmune al pecado y a
sus efectos, la hace, con más razón, la mejor valedora contra las asechanzas
del demonio y la más insigne defensora de la fe católica contra las herejías y
los enemigos de la fe. Así lo comprobamos en el admirable milagro obrado por
ella en la batalla de Empel: el 7 de diciembre del 1585, ante el catastrófico
fin que se les avecinaba a los Tercios de Flandes, frente al poderoso ejercito
holandés, Francisco Arias de Bobadilla se negó a capitular ante los enemigos de
España y de la fe católica, por lo que mandó cavar trincheras en el suelo para
resistir en el combate que, con toda seguridad, fuliminaría a las tropas
españolas. En esto, «Estando un devoto soldado español haciendo un hoyo en el
dique para resguardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía y de la
artillería que los navíos enemigos disparaban, a las primeras azadonadas que
comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura
Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los
colores y matices como si se hubiera acabado de hacer» (Tomo
LXXIII de la Biblioteca de Cánovas del Castillo).
En este momento, las tropas españolas interpretan,
acertadamente, que es un signo de protección delo cielo, el ánimo se levanta entre
aquellos hombres que, sin dudarlo y movidos de fe, se encomiendan a la
protección de la Santa Madre de Dios. A los pocos días, la batalla se libró con
la consiguiente victoria de los tercios españoles, quienes adoptaron la
devoción a la Inmaculada como patrona.
El milagro de Empel marca, de este modo,
el punto de inflexión en el camino de proclamación del dogma de la Inmaculada. en 1761 el Rey Carlos III la presentó como Patrona y
Protectora de España, instituyendo en su honor la Real y Distinguida Orden de
Carlos III. Distinción que se perpetúa en la actualidad el día 8 de diciembre
entre las Solemnidades Nacionales por excelencia. No cesando ahí la
distinción y en reconocimiento a la Iglesia Española por la magnitud en la
designación de la declaración dogmática, en 1864 la Santa Sede confirió a los
presbíteros españoles la facultad de llevar una casulla azul en su
conmemoración.
Desde esta noche del 7 y todo el dia 8
de Diciembre, hemos de reconocer, que el catolicismo español se viste de
fiesta, y el ambiente, por muy pagano que sea, no puede resistirse a ese
regusto mariano que solo las almas sensibles pueden apreciar.
«¡Celebremos la Inmaculada Concepción
de la Virgen María, adoremos a su Hijo, Cristo, el Señor!» así cantaremos
mañana al amanecer en el oficio divino de esta solemnidad. No cesemos nunca de
cantar con sonoras voces y alabanzas incesantes que María fue concebida sin
pecado original. Terminemos con los inmortales versos, cargados de piedad y de
amor, de Miguel Cid:
Todo el mundo en general
a voces,
Reina escogida,
diga que
sois concebida
sin pecado
original.
Hízoos vuestro
Esposo caro
libre de
leyes y fueros
y dio con
que defenderos
un
privilegio de amparo:
fue
privilegio especial
el ser de
Dios defendida,
con que
fuistes concebida
sin pecado
original.
Si mandó
Dios verdadero
al padre y
la madre honrar
lo que nos
mandó guardar
Él lo
quiso obrar primero:
Y así esta
ley celestial
en Vos la
dejó cumplida
pues os
hizo concebida
sin pecado
original.
El señor
con su poder
tanto de
gracia os llenó
que la
culpa no halló
en que
pudiese caer:
y así sin
haceros mal
la culpa
se fue corrida
porque os
halló concebida
sin pecado
original.
Toda Vos
resplandecéis
con
soberano arrebol
que
vuestra casa en el sol
dice David
que tenéis:
De
resplandor celestial
os cercó
el Rey de la vida
para
haceros concebida
sin pecado
original.
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