HOMILÍA DEL VI DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
Dos alternativas se nos ofrecen hoy
en el conjunto de las Escrituras: ser maldecidos por Dios o bendecidos; ser
dichosos u objeto de lamentos, creer en Cristo resucitado o ser unos desgraciados.
Así, a bocajarro, planteamos la cuestión hoy.
El profeta Jeremías advierte a
Israel que hay dos clases de hombres: los que confían en si mismos o en las leyes
humanas sin ningún tipo de mirada trascendente. Esos hombres son malditos
porque han prescindido de Dios. Porque han apartado su corazón del Señor. Sin embargo,
frente a este tipo de hombres, encontramos a los benditos de Dios, a aquellos
que han puesto su confianza en el Señor, que han echado sus raíces en las
corrientes de agua de la gracia de Dios, aquellas a las que la cierva acudía
presurosa a calmar su sed.
Siguiendo esta misma línea, encontramos
el discurso de Jesús en el Evangelio, las cuatro bienaventuranzas y los cuatros
“ayes” o lamentaciones. Los pobres, los hambrientos, los desconsolados, los
perseguidos por causa de la fe, son los verdaderos benditos y dichosos porque
será grande su recompensa en los cielos. Y porque precisamente su situación es
la que es porque no han cedido al chantaje que los poderes mundanos ofrecen. Los
malditos por los cuales hay que lamentarse son, por el contrario, los que viven
la vida sin tener en cuenta ni a Dios ni al prójimo.
La clave de la confianza en Dios,
por último, reside en las palabras de san Pablo: o creemos en que Cristo ha
resucitado o somo los hombres más desgraciados. Por que en la medida en que tengamos
fe en la resurrección del Señor y, por tanto, en la vida eterna nuestra confianza
en Dios irá creciendo y fortaleciéndose. Cuando uno sabe que su Señor está mas
allá de los criterios y leyes humanas, experimenta que su desconsuelo viene
porque no se consuela con los bienes de este mundo, su hambre no la sacian las
pompas y lisonjas que la sociedad ofrece, su pobreza reside en tener a Dios
como única riqueza.
Solo quien cree, verdaderamente, en
que ese Cristo resucitado será su juez al final de los tiempos, se siente tan
consolado y seguro que no tiene miedo a dar su vida por anunciarle, por dar
testimonio de la Verdad. Por eso será bienaventurado, porque frente a la
presión social, el desprecio ambiental y el hostigamiento, su corazón es libre
para con Dios.
Hermanos, hoy toca elegir: o benditos
o malditos; o bienaventurados o lamentables; o creyentes o desgraciados. Dios
ya ha tomado su parte por nosotros ¿y tú?
Dios te bendiga
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