HOMILÍA DEL VII DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
En este domingo el Señor pone la
guinda en el pastel, nos muestra la excelencia de la religión cristiana. La pedagogía
litúrgica de la Iglesia nos plantea el problema del obrar cristiano ante
situaciones difíciles y cómo actuar.
En la primera lectura, comprobamos con que nobleza actuó
el rey David cuando tuvo en sus manos el poder acabar con su enemigo y, sin
embargo, perdonó su vida porque la justicia es solo de Dios. Esta acción
ejemplar, dará pie, no solo para entender el Evangelio de hoy, sino para
comprobar que es posible vivirlo.
El señor nos ofrece tres acciones positivas que,
humanamente, es muy difícil vivir: amar a los enemigos, hacer el bien a los que
nos odian, bendecir y rezar por quien nos está haciendo daño. A continuación,
enumera otras cuatro acciones negativas que agitan nuestra alma y hacen que el
rencor o la violencia aniden en ella: la violencia, el robo, las exigencias y
el hurto.
La consecuencia es lógica: si nosotros, los
cristianos, reaccionamos como humanamente se esperaría, no nos distinguiremos
en nada de quienes no confiesan nuestra fe y nuestra moral. Los cristianos, en
este sentido, estamos urgidos por el Salvador, a reaccionar de una manera teologal,
esto es, con misericordia como es misericordioso el Padre del cielo.
Los cristianos estamos en el mundo para ser testigos
del amor y de la misericordia de Dios y dar ese mismo amor y esa misma misericordia
a quien no la ha experimentado, o llevarlas a donde no las conocen. Hermanos,
no podemos ser estériles en este sentido. Que si no sembramos la acción bondadosa
de Dios en este mundo, nadie lo hará. Que esto depende de nosotros; que Dios
confía en sus hijos para hacer del mundo un lugar habitable. Solo así podremos
ser, en verdad, hijos del Altísimo. Así sea.
Dios te bendiga
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