Con
el fin de prepararnos mejor para la celebración de este domingo ofrecemos el
formulario oracional (eucológico) de la misa correspondiente. Ha sido
íntegramente tomado de la compilación veronense (s.V). No es un sacramentario
en sentido estricto sino una colección de misas atribuidas a san León Magno
aunque esto último no es muy probable.
Antífona
de entrada
«Sálvanos, Señor
Dios nuestro, reúnenos de entre los gentiles: daremos gracias de tu santo
nombre, y alabarte será nuestra gloria». Esta antífona para el
introito de la misa esta tomada del salmo 105 versículo 17. El salmista habla
de parte del pueblo de Israel pidiendo la salvación: ésta consiste en congregar
al pueblo que ha sido dispersado por toda la tierra; sólo tras esta
congregación puede producirse la acción de gracias y la alabanza. Cada domingo
la Iglesia es congregada de su dispersión para celebrar la Eucaristía,
sacrificio de expiación y alabanza a gloria de Dios.
Oración
Colecta
«Señor, concédenos amarte con todo el
corazón y que nuestro amor se extienda también a todos los hombres. Por nuestro
Señor Jesucristo». Esta breve pero
densa oración está inspirada en Mt 22, 37-39 cuando Jesús es abordado por un
doctor de la ley que le pregunta por el mandamiento más importante de la ley.
Jesús pone en plano de igualdad ambas cosas: el amor a Dios y el amor al
prójimo. También en la primera carta de san Juan se retoma este tema tachando
de mentiroso a quien ama a Dios y aborrece a su prójimo (cf. 1Jn 4, 20-21). El
amor no puede ser egoísta pues siempre busca abrirse a horizontes nuevos. En esta
oración se recoge el eco del “Shemá”
israelí (cf. Dt 6, 4-5).
Oración
sobre las ofrendas
«Presentamos, Señor, estas ofrendas en tu
altar como signo de nuestra servidumbre; concédenos que, al ser aceptadas por
ti, se conviertan para tu pueblo en sacramento de vida y redención. Por
Jesucristo nuestro Señor». Esta oración pivota en la
siguiente trilogía verbal: “presentar-ser aceptadas-convertir”. El pueblo de
Dios presenta ante el altar los dones del pan y del vino que han sido extraídos
de la tierra y que fueron manufacturados por hombres y mujeres anónimos. Estos dones
no se ofrecen como en los ritos paganos que ofrecían cosas a la divinidad; en
el culto cristiano el pan y el vino no son fines en sí mismos sino la materia
sacramental que por la fuerza del Espíritu Santo se transformarán en
Jesucristo, auténtica y verdadera víctima ofrecida. Por eso, al presentar los
dones, Dios los acepta con amabilidad y en virtud de su aceptación y la acción
pneumática del mismo, son convertidos en sacramento de vida y redención.
Antífonas
de comunión
«Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia, Señor, que no me avergüenzo de haberte invocado».
Tomada del salmo 30 versículos 17-18. La Sagrada comunión es presencia real,
sustancial y verdadera del Señor. Por este motivo, este salmo expresa el
pensamiento espiritual del fiel al acercarse a comulgar: un corazón iluminado
por la misericordia del Señor que se nos da en alimento.
«Dichosos los
pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los
sufridos, porque ellos heredaran la tierra» tomada de Mt 5, 3-4.
Cristo predicó las bienaventuranzas siendo la bienaventuranza máxima tenerle a Él.
Esto es precisamente el fruto espiritual máximo de la comunión: Cristo presente
en nuestros corazones por la participación en su cuerpo y en su sangre.
Oración
de pos-comunión
«Reanimados por estos dones de nuestra
redención te suplicamos, Señor, que el pan de vida eterna nos haga crecer
continuamente en la fe verdadera. Por Jesucristo nuestro Señor».
La gracia que pedimos al recibir al Señor en comunión sacramental es la de
crecer en la “fe verdadera”. El cuerpo y la sangre del Señor son calificados
como “dones de nuestra redención”; compendiando así el aspecto cristológico de
la fe: la fe auténtica se traba en la adhesión a Cristo, único Redentor.
Visión
de conjunto
Uno de los grandes males que aqueja a la sociedad de hoy
es su falta de coherencia, es decir, la contradicción entre las palabras y los
hechos. La liturgia de este domingo, presente en la Iglesia desde el s.V, nos
recuerda que en la vida de los cristianos no puede haber contradicción entre el
amor a Dios y el amor al prójimo.
Cuando Dios creó al hombre y a la mujer los hizo a imagen
y semejanza suya, es decir, llevamos en nosotros la impronta divina de la
eternidad, lo que supone una semejanza, es decir, una vida de continua
perfección hasta la configuración final con Él.
Pero
hay veces que, por la razón que sea, se distorsiona en nosotros la imagen de
Dios plasmada en el hombre. Las críticas, las maledicencias, los chismes, las
envidias, los rencores,… ejercen en nosotros una fuerza tal que nos hacen caer
con facilidad en una especie de esquizofrenia espiritual que lleva, en primer
lugar, al amor a Dios y desprecio del hombre para concluir en el desprecio del
hombre y el aborrecimiento de Dios.
Así
pues, amor a Dios y amor al prójimo no son cosas contradictorias ni
complementarios, sino que van de la mano y son simultáneas; de tal modo que es
imposible no amar al Uno sin amar a los otros. Solo desde esta caridad
espiritual a Dios y al hombre podemos presentar nuestra ofrenda en el altar
para que el amor de Dios, que es el Espíritu Santo, la haga fecunda y la
convierta en sacramento de vida y redención.
La
fe verdadera se basa, pues, en el amor verdadero; y el amor verdadero es un
amor basado en la esperanza verdadera, es decir, la fe y la esperanza en Dios y
el amor a Dios y al prójimo. Pero… ¿En qué medida vivo estas virtudes
teologales? ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Descubro la imagen de Dios en
los prójimos? ¿Con qué frecuencia caigo en los pecados que difuminan la
impronta divina en los prójimos? ¿Soy coherente con mi fe y mi vida?
Como
ejercicio espiritual proponte este domingo presentar en el altar de Dios la
ofrenda de tu vida. Pon en la patena a aquella o aquellas personas a las que te
cuesta amar siempre y de verdad. Ofrece la misa por ellas y que Dios sane tu
corazón.
Dios
te bendiga
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