viernes, 27 de enero de 2017

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO



Con el fin de prepararnos mejor para la celebración de este domingo ofrecemos el formulario oracional (eucológico) de la misa correspondiente. Ha sido íntegramente tomado de la compilación veronense (s.V). No es un sacramentario en sentido estricto sino una colección de misas atribuidas a san León Magno aunque esto último no es muy probable.

Antífona de entrada

«Sálvanos, Señor Dios nuestro, reúnenos de entre los gentiles: daremos gracias de tu santo nombre, y alabarte será nuestra gloria». Esta antífona para el introito de la misa esta tomada del salmo 105 versículo 17. El salmista habla de parte del pueblo de Israel pidiendo la salvación: ésta consiste en congregar al pueblo que ha sido dispersado por toda la tierra; sólo tras esta congregación puede producirse la acción de gracias y la alabanza. Cada domingo la Iglesia es congregada de su dispersión para celebrar la Eucaristía, sacrificio de expiación y alabanza a gloria de Dios.

Oración Colecta

«Señor, concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda también a todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo». Esta breve pero densa oración está inspirada en Mt 22, 37-39 cuando Jesús es abordado por un doctor de la ley que le pregunta por el mandamiento más importante de la ley. Jesús pone en plano de igualdad ambas cosas: el amor a Dios y el amor al prójimo. También en la primera carta de san Juan se retoma este tema tachando de mentiroso a quien ama a Dios y aborrece a su prójimo (cf. 1Jn 4, 20-21). El amor no puede ser egoísta pues siempre busca abrirse a horizontes nuevos. En esta oración se recoge el eco del “Shemá” israelí (cf. Dt 6, 4-5).

Oración sobre las ofrendas

«Presentamos, Señor, estas ofrendas en tu altar como signo de nuestra servidumbre; concédenos que, al ser aceptadas por ti, se conviertan para tu pueblo en sacramento de vida y redención. Por Jesucristo nuestro Señor». Esta oración pivota en la siguiente trilogía verbal: “presentar-ser aceptadas-convertir”. El pueblo de Dios presenta ante el altar los dones del pan y del vino que han sido extraídos de la tierra y que fueron manufacturados por hombres y mujeres anónimos. Estos dones no se ofrecen como en los ritos paganos que ofrecían cosas a la divinidad; en el culto cristiano el pan y el vino no son fines en sí mismos sino la materia sacramental que por la fuerza del Espíritu Santo se transformarán en Jesucristo, auténtica y verdadera víctima ofrecida. Por eso, al presentar los dones, Dios los acepta con amabilidad y en virtud de su aceptación y la acción pneumática del mismo, son convertidos en sacramento de vida y redención.

Antífonas de comunión

«Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia, Señor, que no me avergüenzo de haberte invocado». Tomada del salmo 30 versículos 17-18. La Sagrada comunión es presencia real, sustancial y verdadera del Señor. Por este motivo, este salmo expresa el pensamiento espiritual del fiel al acercarse a comulgar: un corazón iluminado por la misericordia del Señor que se nos da en alimento.

«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredaran la tierra» tomada de Mt 5, 3-4. Cristo predicó las bienaventuranzas siendo la bienaventuranza máxima tenerle a Él. Esto es precisamente el fruto espiritual máximo de la comunión: Cristo presente en nuestros corazones por la participación en su cuerpo y en su sangre.  

Oración de pos-comunión

«Reanimados por estos dones de nuestra redención te suplicamos, Señor, que el pan de vida eterna nos haga crecer continuamente en la fe verdadera. Por Jesucristo nuestro Señor». La gracia que pedimos al recibir al Señor en comunión sacramental es la de crecer en la “fe verdadera”. El cuerpo y la sangre del Señor son calificados como “dones de nuestra redención”; compendiando así el aspecto cristológico de la fe: la fe auténtica se traba en la adhesión a Cristo, único Redentor.

Visión de conjunto

            Uno de los grandes males que aqueja a la sociedad de hoy es su falta de coherencia, es decir, la contradicción entre las palabras y los hechos. La liturgia de este domingo, presente en la Iglesia desde el s.V, nos recuerda que en la vida de los cristianos no puede haber contradicción entre el amor a Dios y el amor al prójimo.

            Cuando Dios creó al hombre y a la mujer los hizo a imagen y semejanza suya, es decir, llevamos en nosotros la impronta divina de la eternidad, lo que supone una semejanza, es decir, una vida de continua perfección hasta la configuración final con Él.  

Pero hay veces que, por la razón que sea, se distorsiona en nosotros la imagen de Dios plasmada en el hombre. Las críticas, las maledicencias, los chismes, las envidias, los rencores,… ejercen en nosotros una fuerza tal que nos hacen caer con facilidad en una especie de esquizofrenia espiritual que lleva, en primer lugar, al amor a Dios y desprecio del hombre para concluir en el desprecio del hombre y el aborrecimiento de Dios.

Así pues, amor a Dios y amor al prójimo no son cosas contradictorias ni complementarios, sino que van de la mano y son simultáneas; de tal modo que es imposible no amar al Uno sin amar a los otros. Solo desde esta caridad espiritual a Dios y al hombre podemos presentar nuestra ofrenda en el altar para que el amor de Dios, que es el Espíritu Santo, la haga fecunda y la convierta en sacramento de vida y redención.

La fe verdadera se basa, pues, en el amor verdadero; y el amor verdadero es un amor basado en la esperanza verdadera, es decir, la fe y la esperanza en Dios y el amor a Dios y al prójimo. Pero… ¿En qué medida vivo estas virtudes teologales? ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Descubro la imagen de Dios en los prójimos? ¿Con qué frecuencia caigo en los pecados que difuminan la impronta divina en los prójimos? ¿Soy coherente con mi fe y mi vida?

Como ejercicio espiritual proponte este domingo presentar en el altar de Dios la ofrenda de tu vida. Pon en la patena a aquella o aquellas personas a las que te cuesta amar siempre y de verdad. Ofrece la misa por ellas y que Dios sane tu corazón.



Dios te bendiga

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