¡Ay, Dios mío! Cuántas
veces vamos a la Eucaristía y recitamos las oraciones como papagayos sin ser
conscientes de lo que decimos. Uno de los casos más palmarios es la famosa
oración “El Señor reciba de tus manos”, que solemos recitarla (o mejor dicho, musitarla)
como quien tiene prisa por acabarla. En este artículo queremos hacer un breve
comentario histórico-litúrgico y espiritual de esta oración para una mejor
participación activa en la Santa Misa.
Para una mejor intelección
de esta oración la dividiremos en dos partes: la que corresponde al ministro celebrante
y la que corresponde a la asamblea celebrante.
1.
«Orad, hermanos, para que este sacrificio
mío y vuestro sea agradable a Dios Padre, Todopoderoso».
Desde antiguo fue
considerada como la introducción a la oración secreta (la actual oración sobre
las ofrendas) y por tanto del canon romano. La fórmula ha variado en unos
sitios u otros. En un primer momento se dirigía a los ministros asistentes, en
otros lugares se añadía “fratres et
sorores”, es decir “hermanos y hermanas” extendiendo así la invitación a
todo el pueblo congregado (circunstantes). El texto actual lo hallamos en el s.
XII en los ordinarios italianos. He aquí un cuadro comparativo de las distintas
redacciones:
Misal Romano
de 1570
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Misal lionés
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Misal
Cartujano
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Misal Dominicano
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Orad, hermanos, para que este
sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso
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Orad por mi, hermanos, para que
este sacrificio mío y vuestro sea agradable ante la faz de Dios
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Orad, hermanos, por mi, que soy
un pecador, ante el Señor Dios nuestro
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Orad, hermanos, para que este
sacrificio mío y vuestra sea agradable a Dios
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Esta oración es la
apología más antigua del conjunto de oraciones del ofertorio, pues ya aparece
en el Breviarium de Juan Archicantor. Veamos los aspectos de esta exhortación,
detenidamente:
“Orad hermanos”:
el verbo en modo imperativo indica que estamos no ante una oración propiamente
dicha, sino más bien ante una monición exhortativa. El sacerdote ruega para que
se pida por él, que ha sido puesto al frente de la comunidad y en nombre de
esta se presenta ante Dios. Se trata de unir sus fuerzas a las de la comunidad
para la gran oración que se avecina. Esta exhortación hace sentir al ministro
como parte de la asamblea y le hace tomar conciencia de su papel como mediador
de la misma ante Dios.
“este
sacrificio”: la monición nos sitúa ante el gran
misterio que va a trabarse en el altar, la actualización incruenta del
sacrificio de Cristo en la Cruz. Se ha conservado la doble vertiente que este
concepto tiene hoy en la liturgia: 1. La misa como sacrificio y 2. El
sacrificio del banquete pascual. El Cordero inmolado en el ara del altar es
para refección de los fieles y aumento de gracia.
“mio
y vuestro”: esta doble referencia a los actores del sacrificio
expresa la teología de la doble participación del único sacrificio de Cristo:
el sacerdocio bautismal y el sacerdocio ministerial. El Concilio IV de Letrán
afirma: “Nemo
potest conficere hoc sacramentum (Altaris) nisi sacerdos rite ordinatus”
(DS 802); es decir, que nadie puede confeccionar el sacramento del altar si no
es un sacerdote convenientemente ordenado, de ahí la especificación “mio” pero también el pueblo ofrece y
participa del mismo, por eso la expresión “vuestro”. Es, en definitiva, una forma
de expresar la fe de la Iglesia y la participación activa en la celebración.
“sea
agradable”: en latín “fiat
acceptabile” una expresión muy presente en la liturgia en diversas formas “acceptabile”, “acceptabilem”, “acceptabilemque”.
Y que en este momento de la celebración está estrechamente relacionado con el
Canon Romano, donde vuelve a pedirse que el Espíritu Santo haga esta ofrenda “agradable
a Dios”. Está inspirada en el texto paulino de Rm 12,1.
“a
Dios Padre Todopoderoso”: es el sujeto al que va dirigida
nuestra oración y deseo. Es el sacrificio del Hijo ofrecido al Padre en el
Espíritu Santo. La rimea hipóstasis de la Trinidad va especificada con sus dos
atributos más importantes que lo identifican “Padre” y “Todopoderoso”.
2.
«El Señor reciba de tus manos este
sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda
su santa Iglesia».
La respuesta a esta
monición fue introducida más tarde en la liturgia. En un principio a la monición
sacerdotal era recibida en silencio y no será hasta el s. XII, cuando la
oración se dirige directamente a los fieles, el momento en que se redacte una
respuesta fija para ella.
La primera respuesta
que se fija es una centonización del salmo 19 y los versículos 3-5 del mismo.
Remigio de Auxerre (+ 908) coloca los versículos 2-4 del mismo salmo. El devocionario
de Carlos el Calvo coloca las palabras del Ángel a María en Lc 1,35. En el s.
XI aparece la forma actual que se extenderá fuera de Italia debido a la
difusión del misal de los frailes menores en el s. XIII.
Veamos algunos aspectos
de esta respuesta:
“El Señor reciba de tus manos”:
la fuerza recae en el verbo “suscipere” que signica “tomar”, “recibir”, “atender”,
“volcarse sobre algo”. La asamblea litúrgica pide que Dios se digne atender
aquello que va a ser ofrecido por manos del ministro en nombre de ellos. La expresión
“mio” encuentra aquí su correlativo “tus manos”.
“este sacrificio”:
seguimos en la teología del sacrifio-banquete ya expresada anteriormente. A
continuación se enumera la triple dimensión del sacrificio eucarístico.
“alabanza y gloria de su nombre”:
es la primera dimesión. Es un sacrificio expiatorio y laudativo. Expiatorio porque
ha de ser “agradable/acepto” por parte de Dios; laudativo porque si para Dios
es agradable entonces alabara su gloria y su nombre. Es decir, la expiación
conlleva la alabanza.
“nuestro bien”:
es la segunda dimensión. La Eucaristía tiene un primer efecto en los que
asisten a ella. La participación en los misterios santifica a los fieles.
“el (bien) de toda su santa Iglesia”:
es la tercera dimensión. También la Eucaristía conlleva un segundo efecto para
toda la Iglesia, presente o no en la celebración. Este efecto se da en virtud
del dogma de la comunión de los santos. La fuerza de la celebración traspasa
los muros del templo y une a todos los fieles dispersos por el mundo entero.
3.
Valoración de conjunto
Tras este somero análisis
podemos colegir que estamos ante uno de los textos más singulares de la
celebración eucarística. Es difícil englobarla en el cuadro de las oraciones
litúrgicas, puesto que por su literalidad parece más una monición al pueblo
invitándolo a orar que una oración propiamente dicha. No obstante, la respuesta
del pueblo recoge la invitación del ministro y la convierte en oración a Dios
Padre.
Es una oración que se
enmarca en el campo de la participación activa de los fieles en la liturgia.
Potencia dicha participación y saca a la comunidad de los muros del templo para
situarla en el conjunto del pueblo de Dios que se extiende por toda la tierra.
Sería bueno que al
asistir a la Santa Misa no fuéramos mudos cual convidados de piedra sino parte
activa e integrante de la celebración. Que los sacerdotes fuéramos conscientes
de que la celebración no es solo cosa nuestra sino que debemos acercarnos al
altar con la humildad que da el saber que el sacrificio no es solo mío sino “mío
y vuestro”. Que los sacerdotes no cometan el despropósito de cambiar esta endíadis
por expresiones “sacrificio nuestro”, “sacrificio de la Iglesia” o cosas
semejantes.
También sería de desear
que los fieles, al meditar y recitar esta oración se sintieran parte de la
Iglesia, se tomaran su vida espiritual en serio porque en esta oración es donde
se pone la vida en juego. Todo lo que vivimos, sufrimos, reímos, trabajamos,
padecemos en la vida ordinaria tiene su repercusión y fin en el altar del Señor.
Los pequeños sacrificios de la vida han de unirse al gran sacrificio de la
Eucaristía.
Aprovechemos esta
oportunidad y llevemos las fatigas de cada día a la mesa del Señor,
descarguemos nuestros esfuerzos en sus manos. Presentemos nuestro cuerpo como
Hostia viva, santa y agradable a Dios.
Dios te bendiga.
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