El
pasado sábado 28 de enero, memoria de santo Tomás de Aquino, se celebró en el
seminario diocesano de Plasencia, mi diócesis, el primer encuentro diocesano de
monaguillos enmarcado en el plan vocacional “Tiempo de bregar”. Fue una jornada preciosa aunque con poca
participación (esperamos que en el futuro vaya aumentando).
A
las 11h comenzó el encuentro con el juego “la alegría de la fe” en que
participaron los monaguillos, por grupos, con gran éxito en sus respuestas. A las
12h hicimos una visita guiada a la catedral para conocer dos cosas importantes:
la catedra del obispo y a nuestros patronos diocesanos: san Fulgencio y santa
Florentina. A las 13h hicimos un último juego sobre los objetos y ornamentos
litúrgicos para, a continuación, dar inicio a la celebración de la santa misa.
La Eucaristía fue presidida por el rector del seminario, concelebrada por los
sacerdotes asistentes y animada
litúrgicamente por los seminaristas. Tras la santa misa tuvimos la
comida y tras unos juegos deportivos volvimos para casa.
Qué
frescura y pureza desprendían aquellos niños que cada domingo acuden a servir
al Señor. Qué limpieza y candor rezumaban las caras inocentes de aquellos que
dominicalmente actúan cual querubines en la presencia de Dios. Desde tiempos
antiguos ya quiso Dios que los niños estuvieran cerca de Él y le sirvieran en
su templo. Recordemos el caso del niño Samuel, que fue donado por su madre Ana
para que viviera en el templo bajo la autoridad del sacerdote Elí (cf. 1Sam 3,
1-10). El mismo Jesucristo dijo: “dejad
que los niños se acerquen a mi” (cf. Mc 10,14) y comparó la fe verdadera
con la inocencia de un niño que se admira y se pregunta por todo. No debemos
olvidar qué grandeza de espíritu y ánimo heroico mostraron aquellos niños que
dieron testimonio de Jesús a costa de su propia vida: san Tarsicio, los santos niños
Justo y Pastor, santa Lucia, santa Inés, santa Eulalia de Mérida o san José
Sánchez del Rio.
El
Bendicional (B) es un libro litúrgico
donde se recogen todos los formularios que se han de usar para impartir la
bendición a objetos, personas o lugares tanto del ámbito sagrado como profano.
El formulario para la bendición de un acólito (monaguillo) no instituido (B I,V
) nos ofrece unos rasgos de estos “pillos” que corretean por nuestras iglesias. La
oración de bendición (B 422) destaca la “bondad y alegría” de los niños que
adornan y animan nuestras comunidades. Pero estas deben ser una bondad y alegría
que vaya más allá de la pura exterioridad; han de ser una bondad y alegría
trascendental, es decir, referida a Dios. A nuestros monaguillos les ha de
venir de su contacto con el altar, de su cercanía con el misterio de Cristo,
por eso, esta misma oración dice que la alegría y la bondad de los monaguillos
contribuyen “a revelar la grandeza del
misterio pascual de tu Hijo”.
Estas
vidas infantiles son muy agradables a Dios, la alegría de su santo templo tal como se decía en aquella antigua oración a los pies del altar "Introibo ad altare Dei/ Ad Deum qui laetificat iuventutem meam" (me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud). La monición
del rito de bendición de un acólito (B 414) lo expresa con gran belleza: “cada día de vuestra vida que transcurre en
la fidelidad al Señor es una ofrenda agradable a sus ojos”. Los monaguillos
deben aprender a vivir su vida como “ofrenda agradable”, es decir, una vida que
gire en torno a Dios, una vida llena del amor de Dios. Para ello, es
indispensable que tengan contacto directo con los misterios a los que sirven;
que sientan a Jesús como alguien cercano que interpela sus vidas.
El
monaguillo, por su ministerio, es el fiel más cercano al altar. De ahí que
tenga que ser instruido en el camino de la santidad y la pureza (B 425). Santidad
y pureza van de la mano en los niños porque tienen su raíz en la inocencia y la
sinceridad de pensamientos y palabras de estos. Todo parte del grado de
confianza que hayan adquirido con su sacerdote. Es importante, en este sentido,
la dirección espiritual, la catequesis propia de monaguillos y, sobre todo, la pedagogía
mistagógica.
¿Qué es la pedagogía
mistagógica? Hacerles descubrir lo oculto bajo el velo de lo sacramental, esto
es, a Cristo mismo presente en el ministro, en las especies eucarísticas, en
los sacramentos, en su Palabra, en la Iglesia que suplica y entona salmos (cf.
SC 7). Porque en la medida que uno va tomando conciencia de cuán grande es el
misterio al que se sirve y del que se participa, mayor será la reverencia y la
pureza con que queramos acercarnos a él. Y ahí es donde hay que conducir a
nuestros hermosos "pillos": a descubrir el misterio que se oculta bajo una
casulla, una estola, un cáliz, un corporal, el pan o el vino.
Es
precioso, pues, a los ojos del Señor tener monaguillos alrededor del altar. Monaguillos
“pillos” que le amen y le sirvan. Niños amigos de Jesús. Niños llenos de bondad
y alegría, de santidad y pureza por su contacto con el altar y
los misterios que en él se celebran. Que alegría y que belleza ver los
presbiterios de nuestros templos diocesanos copados de monaguillos, sus altares
asistidos por ellos. Los monaguillos son cantera de vocaciones por eso hemos de
cuidarlos y rezar por ellos. Los monaguillos son esperanza y germen de la
Iglesia de mañana, son un don de Dios. Confiemos a María santísima a nuestros queridos
“pillos” para que ella los cobije bajo su manto y los una cada día más a su
hijo, Jesús.
“Oh Dios, que has enviado al mundo a
Jesucristo, tu Hijo, para salvar a los hombres, bendice ╬ a estos hijos tuyos que hoy se presentan
ante ti, para que los hagas dignos de servir en el altar, y contribuyan, con su
bondad y alegría, a revelar la grandeza del misterio pascual de tu Hijo. Que vive
y reina por los siglos de los siglos. Amén”.
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