Antífona de entrada
«Inclina tu oído, Señor, escúchame. Salva a
tu siervo que confía en ti. Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando
todo el día». Del salmo 85, versículos del 1 al 3. Al iniciar nuestra
celebración del domingo, estos versos pretenden poner palabras a las veces que
nos sentimos ahogados por el peso de la vida. En la santa misa es donde mejor
podemos descargar nuestro grito de auxilio porque sabemos que es éste, y no otro,
donde Dios se inclina para acoger y recoger la súplica confiada de sus hijos. Nuestra
alabanza, que sube al cielo, regresa a nosotros en forma de bendición,
misericordia y santificación.
Oración colecta
«Oh Dios, que unes los corazones de tus
fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar
lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros
ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos. Por nuestro Señor Jesucristo».
Presente en los sacramentarios gelasiano antiguo (s. VIII) y de Angoulenme (s.
IX) y en el misal romano de 1570. Esta oración pivota sobre dos palabras “amar”
y “esperar” los gozos verdaderos pues son tanto lo que se prescribe como lo que
se promete. Solo este amor guiado por la esperanza puede mantenernos firmes y
en pie en medio de los avatares que nos asaltan en el camino de la vida.
Oración sobre las
ofrendas
«Señor, que adquiriste para ti un pueblo de
adopción con el sacrificio de una vez para siempre, concédenos propicio los
dones de la unidad y de la paz en tu Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor».
Esta oración, de nueva creación, está centrada en el sacrificio reconciliador
de Cristo testimoniado por san Pablo en Col 1,20. ¿En qué consiste esta
reconciliación? En los dones de la unidad y de la paz. Unidad y paz,
primeramente entre la comunidad humana y consecuentemente entre los miembros de
la Iglesia toda por quien se ofrece este sacrificio de alabanza.
Antífonas de comunión
«La tierra se sacia de tu acción fecunda,
Señor, para sacar pan de los campos y vino que alegre el corazón del hombre».
Del salmo 103, versículos 13 y del 14 al 15. Esta antífona sintetiza la
dimensión cósmica de la liturgia: toda la naturaleza está al servicio del poder
y de la manifestación de lo divino y sobrenatural. El pan de los campos y el
vino alegre de la vida, puestos en el altar y transformados por la acción del
Espíritu Santo, vuelven a nosotros como Cuerpo y Sangre de nuestro Señor
Jesucristo. De lo puramente natural a lo grandiosamente sobrenatural.
«El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día, dice el Señor». Tomada de
Juan 6, versículos 54. Vuelve a aparecer el evangelio según san Juan como una
constante de la acción eucarística. Una vez más se nos vuelve a invitar a
saciarnos de estos celestes alimentos que nos dan a pregustar la vida eterna.
Oración para después de
la comunión
«Te pedimos, Señor, que realices plenamente
en nosotros el auxilio de tu misericordia, y haz que seamos tales y actuemos de
tal modo que en todo podamos agradarte. Por Jesucristo, nuestro Señor».
Tomada del misal romano de 1570. Esta ha sido la gran aspiración de los
personajes más insignes de la Escritura: agradar a Dios en todo. Por conseguir
este fin, no dudaron en dejar todo e incluso sacrificar lo que más quisieron. Hoy,
el cristiano del s. XXI, debe buscar en medio de “las vicisitudes de este mundo” (o.coll.) el modo y las formas de
seguir agradando a Dios con su oración, palabras y obras para ser tales.
Visión de conjunto
La
vida nunca es fácil. En el tradicional himno mariano “Salve Regina” se define la vida como “lacrimarum valle (= valle de lágrimas)”. Ciertamente es así pero no
del todo. Yo creo que la vida es un
camino de rosas. Si. Hay espinas que pueden punzarnos pero la suave
textura de sus pétalos contrasta con la aspereza de éstas. Y todo esto,
envuelto en una fragancia aromática que hace las delicias de nuestras
pituitarias. Lo que quiero decir con
todo esto es que a veces nos fijamos en la dureza de la vida, en lo mal que
esta todo y no percibimos la bondad que Dios va sembrando a nuestro alrededor. Ni
ser acríticos optimistas ni agoreros pesimistas sino hombres y mujeres
centrados y con ánimo fuerte para capear los malos momentos y disfrutar los
buenos.
Quien
piense que por ser cristianos se nos tiene ahorradas las vicisitudes de la
vida, está muy equivocado. No somos ni más ni menos humanos que otras personas.
De carne y hueso como tantos otros. La diferencia está en la vivencia de esas vicisitudes.
O vivirlas desde el amor o vivirlas desde el desaliento; o vivirlas desde la
esperanza o vivirlas desde la más triste de las desesperaciones. Para el
cristiano no hay nada ajeno que no haya padecido o vivido el mismo Señor
Jesucristo. Todo acontecimiento humano tiene sentido desde la fe. Todo puede
ser vivido desde la unión con Jesucristo.
Necesitamos
crecer en este misterio de amor: la unión con Jesús, pues Él nos ha dicho que
sin Él no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5). La unión con Jesús es un movimiento
espiritual que nos hace gustar los bienes celestiales y poner todo nuestro
empeño en conseguirlos. Para ello es de capital importancia la oración asidua y
detenida ante Jesús-Eucaristía. Dado que la contingencia humana no siempre
permite la constancia en el bien, es necesario acudir al sacramento de la
reconciliación con frecuencia. Pero previamente será necesario un elaborado
examen de conciencia para, no solo escrutar nuestra conciencia y los pecados
sino también analizar las causas y circunstancias que han rodeado o llevado a
esos pecados.
La
devoción a María, Madre del Verbo encarnado, será el lazo de amor que ciña todo
nuestro culto y amor a Jesucristo. El ejemplo de los santos y la invocación
constante a estos reclamando su intercesión nos será de gran valimiento para
esta empresa de la vida cristiana que nos disponemos a acometer. No podemos
olvidar nuestra obediencia y amor a las directrices y medios que la Iglesia nos
ofrece: la liturgia, los ejercicios de piedad y de devoción. Todo esto nos
conducirá a una más y perfecta unión con Jesucristo que se traducirá en
actitudes morales nuevas: el amor a Dios y el amor al prójimo, sin límites ni
miramientos.
Lo
dicho: las vicisitudes y dificultades no se nos ahorrarán pero la vivencia de
las mismas desde el amor y la esperanza harán que mantengamos siempre firme el
ánimo, mientras buscamos nuestra unión con Jesucristo, sentido último de la
existencia humana.
Dios
te bendiga
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