HOMILIA
DEL XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el
Señor:
En
el día de hoy las lecturas de la liturgia nos ofrecen tres claves para una
serena reflexión acerca de estos textos: una pregunta, un nombre y una promesa.
Una
pregunta: “¿Quién soy yo?”.
Jesús, como hace 2000 años, nos lanza hoy esta misma pregunta. Es importante
conocer la identidad de nuestro Dios para poder amarle y seguirle. No basta con
las apreciaciones de otros, ni con los discursos ateos que dibujan a Cristo
como un revolucionario o un instructor moral de la humanidad. No. La respuesta
a esta pregunta solo tiene una respuesta: Tú eres Cristo, el Señor, el Hijo de
Dios.
Son
muy explícitas estas palabras del beato Pablo VI “Jesucristo es el Mesías, el Hijo
de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios invisible, él es el primogénito de toda criatura, y todo se
mantiene en él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; él
nació, murió y resucitó por nosotros. Él es el centro de la historia y del
universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de
dolor y de esperanza; él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente
nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra
felicidad […]Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega, el rey
del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro
destino; él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; él
es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno,
infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según
la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo místico”
(Homilía del 29 de noviembre de 1970).
Un
nombre: “Tú eres Pedro”.
Como a Eliaquín, el primero de los apóstoles es revestido de autoridad sobre la
casa de Dios. Esta autoridad no le viene por sus cualidades personales, sino
por ser el primero quien de manera enérgica confiesa plenamente la fe en el
misterio de Cristo. Al reconocer la identidad verdadera de Cristo, Éste le
otorga una nueva identidad: ahora Pedro será hasta el final de los tiempos
quien guiará a los que nacen no de carne y de la sangre sino de la fe en Cristo
por el Bautismo. El ministerio petrino, fundado por voluntad del mismo
Jesucristo, se ha ido sucediendo a lo largo de dos milenios hasta el día de hoy
dirigiendo la nave de la Iglesia hacia la Patria celestial.
Pero
no podemos pensar que este oficio lo realiza el Papa de cualquier manera ni que
cualquier cosa que diga se considera magisterio. No. El Papa ejerce su
ministerio como cabeza de un cuerpo, de un colegio episcopal. Y siempre en
clara sintonía con la Tradición de la Iglesia y el Evangelio de Cristo. El Papado
no es un privilegio sino un servicio a la Iglesia, y así hemos de entenderlo. De
este modo, nuestra fidelidad y afecto al romano pontífice será acertada y sin
radicalismos.
Una
promesa: “No la derrotarán”.
La comunidad de fieles dirigida por Pedro bajo las inspiraciones del Espíritu
Santo, y que llamamos Iglesia, es la destinataria de esta promesa. Desde su
fundación por Cristo no ha estado exenta de ataques por parte de todos los que
han visto en ella un enemigo peligroso para sus intereses. Desde los judíos,
los romanos y los árabes hasta el yihadismo actual, pasando por los herejes,
nacismo y comunismo, la Iglesia ha sobrevivido a todas las afrentas y
embestidas. Pero hoy el ataque del demonio no es externo a ella, sino interno.
Hoy,
los peores enemigos de la Iglesia están dentro, como predijo el beato Pablo VI “A través de alguna grieta ha entrado, el
humo de Satanás en el templo de Dios” (Homilía del 29 de Junio del 1972).
Estos enemigos son la defección de muchos miembros de la Iglesia para vivir coherentemente
con la Verdad que han conocido; los nuevos herejes que pretenden presentar como
moderno las falsedades que en tiempo pretéritos hicieron daño a la Iglesia; el “carrerismo”
de algunos que no tienen miramiento en sus métodos para conseguir puestos en la
Iglesia; los grupos de base que fomentan la discordia contra lo que llaman “Iglesia
institucional”, etc.
Así
pues, Cristo, Pedro e Iglesia son algo más que tres palabras. En realidad, son
tres claves para vivir en católico. Tres elementos de un mismo horizonte de
salvación fundamentales para la supervivencia de la fe en estos momentos tan
complicados en que nos ha tocado vivir. Solo podemos confesar la verdadera fe
en Cristo Jesús, Hijo de Dios vivo en el seno de la Santa Iglesia, quien guiada
por Pedro y sus sucesores, tiene el grave deber de conducir a todos los
pueblos, razas y naciones a un único destino de salvación eterna. Amén.
Dios
te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario