Antífona
de entrada
«Yo te invoco
porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme».
Tomada del salmo 16, versículos 6 y 8. Cada domingo, los cristianos nos
reunimos en asamblea santa para invocar a nuestro Dios e implorar de Él su
misericordia y protección para nosotros, para la Iglesia y para el mundo
entero. Y hacemos esto, movidos por la gran confianza que tenemos en que Él
inclina su oído hacia nosotros que somos sus predilectos.
La
sombra es una imagen muy común en la Biblia para expresar la acción del
Espíritu. Cubrir con la sombra implica que es el Espíritu el que fecunda algo.
Algunos textos significativos son Gn 1, 2b “el
espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas”; Sal 63 (62) “y a la sombra de tus alas canto con júbilo”;
Sal 91 (90) “que vives a la sombra del
omnipotente”; Mt 17, 5 “una nube
luminosa los cubrió con su sombra” Lc 1, 35 “el poder del altísimo te cubrirá con su sombra”. La “sombra de
tus alas” es una expresión que en la liturgia de la Iglesia reviste un
significado fundamental: es imagen del Espíritu Santo que como en otros
momentos de la Escritura alberga la presencia de Dios y hace posible que lo que
es mera naturaleza sea potenciado hasta alcanzar un nivel superior a su
condición. Entremos, pues, con espíritu generoso en la celebración invocando
con gran confianza la asistencia del Espíritu de nuestro Dios.
Oración
colecta
«Dios
todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable,
y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón. Por nuestro Señor, Jesucristo».
Esta oración pertenece a la familia de los sacramentarios gelasianos (ss.
VIII-IX) y mantenida en el misal romano de 1570. Esta oración está centrada en
la voluntad humana como segundo elemento necesario para el servicio divino. El
primer elemento es la gracia que antecede, acompaña y sostiene nuestras obras,
pero no es violenta sino que necesita, también, de la cooperación del hombre:
su voluntad de hacer algo. Esta voluntad, a veces débil e inclinada al mal, se
ve fortalecida por el auxilio divino para mejor servir a Dios. La cooperación
gracia y voluntad es lo que llamamos, en teología, la “sinergia”, esto es,
obrar en conjunto o la cooperación de dos causas.
Oración
sobre las ofrendas
«Concédenos,
Señor, estar al servicio de tus dones con un corazón noble, para que, con la
purificación de tu gracia, nos sintamos limpios por los mismos misterios que
celebramos». Pertenece a la compilación veronense (s. V). El tema central
de esta oración no es otro que los dones presentados como posibilidad del
misterio celebrado. Me explico: el misterio cristiano no es algo que se
desenvuelva en el vacío de lo abstracto sino que se manifiesta y realiza a
través de soportes materiales, o lo que es lo mismo, los signos sacramentales
(agua, aceite, pan, vino, etc). De este modo, los dones nos mueven a estar al
servicio del misterio celebrado y éste puede purificarnos, creando en nosotros
un corazón limpio y nuevo.
Antífonas
de comunión
«Los ojos del
Señor están puestos en quien lo teme, en los que esperan su misericordia, para
librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre». Del salmo
32, versículos 18 al 19. Con “temor y temblor” (cf. Flp 2,12) deberíamos
acercarnos a recibir la Sagrada Comunión al saber que Dios no está mirando a
cada uno para entrar en nosotros con todo su amor, poder y misericordia para
darnos a pregustar la vida eterna, de tal modo que no temamos el morir sino que
lo consideremos una ganancia. En tiempos de hambre de Dios, de dudas de fe o de
sequedad espiritual, acercarnos a la comunión es el mejor remedio para dejar
que Dios actúe en nosotros reanimando nuestra fe, fortaleciendo nuestra esperanza
e informando la caridad.
«El Hijo del
hombre ha venido para dar su vida en rescate por muchos». Del Evangelio
según san Marcos, capítulo 10, versículo 45. Y esta vida hoy nos llega a través
de la recepción de su Cuerpo y Sangre con las disposiciones debidas.
Oración
de postcomunión
«Señor, haz
que nos sea provechosa la celebración de las realidades del cielo, para que nos
auxilien los bienes temporales y seamos instruidos por los eternos. Por
Jesucristo, nuestro Señor». Excepto la invocación inicial, toda la oración
aparece en la compilación veronense (s. V). Con esta oración, buscamos
relativizar los bienes temporales, que son terrenos y caducos, para, también,
saber hacer un buen uso de ellos. Los bienes materiales no son malos en sí
mismos sino en la medida en que ponemos en ellos el corazón y acabamos
olvidando los bines celestiales y eternos que deben instruirnos en aquella
realidad que hoy nos queda lejos pero que cada día nos está mas cerca.
Visión
de conjunto
El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de
Dios. Es el único ser sobre la faz de la tierra dotado de alma racional y
voluntad de actuación. Esta voluntad del hombre es la que le impulsa a actuar
siendo sus actos moralmente buenos o malos en función de su conciencia bien
formada según la luz divina que lo alumbra desde el interior, como dice el
Catecismo de la Iglesia Católica: “La
persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la
razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador.
Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero.
Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien” (1704).
La voluntad humana está determinada por la libertad,
signo de eminente de la imagen divina en él. Pero tras la caída de Adán, la
voluntad humana se vio afectada por la inercia destructora del pecado original.
Sus facultades se vieron afectadas y, por tanto, inclinadas hacia el mal y propensas
al mal uso de la libertad, como ha recordado el Concilio Vaticano II: “de ahí que el hombre esté dividido en su
interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una
lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las
tinieblas” (GS 13,2).
Por este motivo, la voluntad humana en su libre
actuar necesita del auxilio de la gracia para enderezar los actos humanos de su
inclinación al mal y encaminarlos hacia la búsqueda del bien y la verdad. Así
pues, bien determinada la voluntad por la gracia el hombre puede hacer cosas
buenas y cooperar con Dios en la obra de la redención. A esta cooperación la
llamamos, como ya apuntamos más arriba, la “sinergeia
o sinergia” (usaremos esta última).
La sinergia resulta del encuentro entre dos fuerzas:
la voluntad de Dios y la voluntad del hombre. En Cristo, hombre perfecto y
modelo de todo lo humano, se encontraron ambas dos en la misma persona. Las dos
naturalezas de Cristo son perfectas y completas pero no supuso ningún tipo de
esquizofrenia en Él puesto que todo estaba determinado por su libre aceptación
de la voluntad del Padre, de tal modo, que lo humano en Cristo estaba
supeditado a lo divino. En Cristo hay, por tanto, una primera sinergia en la
misma persona.
Sin embargo, los humanos solo tenemos una única
voluntad, la humana. Para nosotros, la sinergia será aceptar la voluntad divina
y cooperar con ella informados por la gracia. Aquí radica una de las
diferencias grandes con la teología luterana: mientras que para el pesimismo
antropológico de Lutero, solo la gracia es lo que cuenta puesto que el pecado
original ha destruido totalmente la voluntad humana y su libre actuación; para
la teología católica, la gracia divina no se pierde en el vacío sino que supone
la voluntad humana y la potencia para que pueda obrar el bien serle imputado el
mérito de Jesucristo. Aquí, a veces, caminamos en la cuerda floja: ¿Qué es de
Dios? ¿Qué es mío? Llegados a este punto, solo nos movemos por intuiciones
espirituales o mociones internas que nos indican si vamos bien o no, o si hemos
acertado o no con nuestras decisiones.
La voluntad del hombre ha de estar encaminada
únicamente a buscar hacer la voluntad de Dios. Amar el bien y la verdad y
buscarlos denodadamente para, como nos enseña san Ignacio de Loyola, “alabar, hacer reverencia y servir a Dios
nuestro Señor” (EE.EE. 23). Será necesario para este fin invocar cada día
la asistencia del Espíritu Santo para que con su luz santísima entre hasta el
fondo de nuestra alma y nos enseñe lo que es bueno y recto a nuestra conciencia
para que apetezcamos y obremos siempre el bien y lo mejor.
Dios te bendiga
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