sábado, 14 de octubre de 2017

TRAJE DE BODAS


HOMILIA DEL XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

            Si el domingo pasado, las lecturas nos invitaban a meditar sobre la necesidad de dar frutos de buenas obras, las de este domingo siguen la misma línea teológica. Si el domingo pasado, el evangelista Mateo nos presentaba una síntesis de la Historia de la Salvación de forma alegórica, este domingo nos plantea otra parábola en labios de Jesús que viene a ser otra alegoría sobre las bodas escatológicas que Dios quiere celebrar con la humanidad. La parábola continúa el mismo esquema literario: dos llamadas a los primeros invitados, a un primer destinatario que rechaza dicha propuesta, y una llamada definitiva a un segundo invitado, a un segundo destinatario que abraza la propuesta y se queda con ella. A los primeros se la quita y al segundo se le da para que de nuevos y buenos frutos.

            Se trata, hoy, de un rey que quiere celebrar la boda de su hijo, imagen del tiempo mesiánico que se inaugura con Jesucristo. Para dicha fiesta se ha dispuesto un banquete repleto de toda clase de manjares exquisitos y vinos de solera, se trataría de ese banquete definitivo que ya Isaías había profetizado en la primera lectura y que estaba abierto para todos los que quisieran acercarse a él. Para dar a conocer este banquete último de bodas, el rey manda a sus criados por dos veces a los primeros destinatarios de la fiesta, es decir, manda profetas, signos y señales al pueblo de Israel, primer destinatario de la salvación. Pero, también, por dos veces, este pueblo rechaza la invitación. Frente al acto libre de la bondad de Dios nos topamos con el rechazo terco del pueblo judío que no atiende a la urgencia final de estos tiempos que Jesús inaugura, hasta, incluso, matar a los enviados. La consecuencia no se hace esperar: el rey enfadado les arrebata la invitación y los destruye; e, incluso, aniquila la ciudad, como ocurrió, efectivamente, en el año 70 con la destrucción del Templo de Jerusalén y la ciudad.

            Aun así, la boda ni se retrasa ni se anula. La invitación ahora se dirigirá a los no destinatarios principales, a los que pululan por los cruces de los caminos, a los que negocian en los mercados, es decir, a la gente normal que hace su vida, que lucha por vivir y se siente marginada por las élites como si pensaran que esto de la salvación no va con ellos. Pues bien, la invitación a participar de los tiempos nuevos de Cristo va dirigida a todos sin excepción, buenos y malos: marginados de Israel, publicanos y despreciados, pecadores y justos para formar un nuevo pueblo integrados por todos a condición de que den frutos nuevos de buenas obras. De ahí la importancia de ir bien vestido a la boda con el traje de fiesta. No basta con formar parte de los nuevos invitados, o entrar de cualquier manera en la boda, sino que debemos ir bien vestidos, bien dispuestos para no desmerecer el festín en el que estamos, que es la Iglesia. Por eso, el rey no dudará en expulsar de la boda a aquel invitado-intruso que no se había molestado en prepararse bien, el típico invitado gorrón que se cuela para aprovecharse del banquete sin importarle nada más.


Vemos, así que efectivamente muchos son los llamados a la salvación, o dicho de otra manera, la llamada a salvarse es universal pero son pocos los que perseveran en esta llamada y fracasan. Todos hemos sido convidados a participar de la redención operada por Jesucristo pero muy pocos son los que la hacen suya, las que la aceptan en sus vidas. Aquí se esconde el sentido profundo del cambio en la traducción de las palabras del cáliz: no es “por todos” sino “por muchos”, ofreciendo así una visión más realista de la salvación.


Ahora bien, nosotros, los cristianos, los miembros de este nuevo Pueblo de Dios ¿Cómo lo vivimos? Ahora nosotros somos los convidados a las bodas escatológicas de Jesucristo; los llamados a entrar en la sala del festín donde los manjares exquisitos y los vinos de solera nos esperan, pero… ¿cómo vamos a entrar? ¿Tenemos el vestido de fiesta preparado? ¿Cómo es nuestra actitud hacia los dones de Cristo? A este banquete no se puede acceder de cualquier manera, la invitación es gratuita pero no barata: se nos exige el cambio y la conversión. Hay quienes ingenuamente piensan que con pertenecer a la Iglesia hay bastante, sin preocuparse de vivir honestamente la fe. Eso es un error garrafal de consecuencias nefastas, como vimos en la parábola.

En estos tiempos que corren tenemos que sentir la urgencia de confeccionarnos el traje nuevo de fiesta, que no es otra cosa que la coherencia de la fe, la vivencia honrada del trabajo cotidiano, de la caridad sincera, de la esperanza cierta. El traje nuevo es el amor a Dios expresado en todas sus formas, externas e internas, que los cristianos tenemos que aprender a vivir. En definitiva, queridos hermanos, este domingo la llamada a perseverar en las buenas obras de fe se hace más urgente, si cabe, dado los tiempos últimos en que nos toca vivir. No nos desanimemos sino que continuemos adelante poniendo nuestra confianza en Dios de quien viene todo bien y quien nunca abandona a sus hijos. Así sea.

Dios te bendiga

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