HOMILÍA DEL XXX DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
Las lecturas de este domingo no
admiten muchas explicaciones puesto que son bastantes elocuentes por si mismas.
Le ley de Dios se fundamenta y sostiene en dos pilares: el amor a Dios y el
amor al prójimo. Ambas cosas no son contradictorias sino que van de la mano
hasta el punto de depender la una de la otra.
La pregunta tramposa que le hacen
los juristas judíos a Jesús es muy sencilla “¿Cuál es el mandamiento principal
de la Ley?” esto es, dónde está el núcleo y síntesis de todo lo dispuesto por
Dios; dicho de otra manera ¿Qué es lo que más agrada a Dios y da sentido a toda
la ley de su voluntad?
Aunque lejana en el tiempo, esta pregunta continúa
formulándose de distinta manera en nuestro tiempo. No son pocas las veces qué oímos
“Es más importante hacer buenas obras que rezar tanto”, “los que van a misa son
los peores porque mucho golpe de pecho pero luego no ayudan a nadie”, o la
frase bochornosa del liberal y agnóstico americano, Robert G. Ingersoll “las
manos que ayudan son más nobles que los labios que rezan”. Olvidando,
precisamente, que los labios que rezan pertenecen, la mayoría de las veces, a
las manos que ayudan.
La respuesta de Jesús despeja toda duda que pueda
surgir en este binomio Dios-prójimo. El amor a Dios no es otra cosa que la
vivencia fiel de la Alianza con Él. El amor a Dios es un movimiento de la
persona entera (corazón, alma y ser), de su voluntad de acción. En este empeño,
el hombre ha de poner toda su vida y sus capacidades. Del amor a Dios es el
fundamento de toda la ley y el manantial de donde fluyen el resto de preceptos,
incluido el de Lv 19, 18 donde se indica el amor al prójimo.
Pero incluso el amor al prójimo, para los
cristianos, es un mandamiento determinado por la cláusula “como a ti mismo”. ¿Cómo
entender esto? Si hay gente que no se estima ni se quiere ¿cómo puede amar,
así, a nadie? Debemos saber interpretar esta expresión. El “como a ti mismo”
depende del amor a Dios ¿por qué? Porque cada uno de nosotros es, en sí mismo,
imagen y semejanza de Dios; y esto es lo que debemos aprender a ver en los
demás, de ahí que amar al prójimo como a uno mismo significa amar la imagen de
Dios en el otro, el reflejo de mi yo en un tú que me interpela y me hace
procurar y querer su bien. Esta es la base del humanismo cristiano: descubrir
la presencia de Dios en el prójimo, por eso Jesús dice “el segundo es semejante
al primero”, porque amar a Dios y amara al prójimo en cuanto imagen de Dios, es
lo mismo. No hay distinción.
Esta identificación de la caridad, que como hemos
pedido en la oración colecta, debe ir aumentando en nosotros, es el nudo que unifica y sostiene toda la
Torá, es decir, la ley judía y la nueva ley de los cristianos. Aquí radica el “quid”
del avance moral del cristianismo. Luego, la lectura del libro del Éxodo será
la que nos ayude a concretar ese amor a Dios y al prójimo; la búsqueda de la
justicia y de la misericordia.
Así pues, queridos hermanos, no nos podemos
conformar con las críticas frívolas ni los consejos edulcorantes de que solo
basta con ser buenas personas. No. Lo nuestro no es altruismo ni filantropía
sino Amor con mayúsculas. Un amor sin medida a Dios y sin límites al prójimo,
amando en ellos lo que amamos en nosotros, esto es, nuestro ser imagen y semejanza
de Dios, hijo de Dios por adopción. Así sea.
Dios te bendiga
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