sábado, 28 de octubre de 2017

AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO


HOMILÍA DEL XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:

            Las lecturas de este domingo no admiten muchas explicaciones puesto que son bastantes elocuentes por si mismas. Le ley de Dios se fundamenta y sostiene en dos pilares: el amor a Dios y el amor al prójimo. Ambas cosas no son contradictorias sino que van de la mano hasta el punto de depender la una de la otra.

            La pregunta tramposa que le hacen los juristas judíos a Jesús es muy sencilla “¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?” esto es, dónde está el núcleo y síntesis de todo lo dispuesto por Dios; dicho de otra manera ¿Qué es lo que más agrada a Dios y da sentido a toda la ley de su voluntad?

Aunque lejana en el tiempo, esta pregunta continúa formulándose de distinta manera en nuestro tiempo. No son pocas las veces qué oímos “Es más importante hacer buenas obras que rezar tanto”, “los que van a misa son los peores porque mucho golpe de pecho pero luego no ayudan a nadie”, o la frase bochornosa del liberal y agnóstico americano, Robert G. Ingersoll “las manos que ayudan son más nobles que los labios que rezan”. Olvidando, precisamente, que los labios que rezan pertenecen, la mayoría de las veces, a las manos que ayudan.


La respuesta de Jesús despeja toda duda que pueda surgir en este binomio Dios-prójimo. El amor a Dios no es otra cosa que la vivencia fiel de la Alianza con Él. El amor a Dios es un movimiento de la persona entera (corazón, alma y ser), de su voluntad de acción. En este empeño, el hombre ha de poner toda su vida y sus capacidades. Del amor a Dios es el fundamento de toda la ley y el manantial de donde fluyen el resto de preceptos, incluido el de Lv 19, 18 donde se indica el amor al prójimo.

Pero incluso el amor al prójimo, para los cristianos, es un mandamiento determinado por la cláusula “como a ti mismo”. ¿Cómo entender esto? Si hay gente que no se estima ni se quiere ¿cómo puede amar, así, a nadie? Debemos saber interpretar esta expresión. El “como a ti mismo” depende del amor a Dios ¿por qué? Porque cada uno de nosotros es, en sí mismo, imagen y semejanza de Dios; y esto es lo que debemos aprender a ver en los demás, de ahí que amar al prójimo como a uno mismo significa amar la imagen de Dios en el otro, el reflejo de mi yo en un tú que me interpela y me hace procurar y querer su bien. Esta es la base del humanismo cristiano: descubrir la presencia de Dios en el prójimo, por eso Jesús dice “el segundo es semejante al primero”, porque amar a Dios y amara al prójimo en cuanto imagen de Dios, es lo mismo. No hay distinción.


Esta identificación de la caridad, que como hemos pedido en la oración colecta, debe ir aumentando en nosotros,  es el nudo que unifica y sostiene toda la Torá, es decir, la ley judía y la nueva ley de los cristianos. Aquí radica el “quid” del avance moral del cristianismo. Luego, la lectura del libro del Éxodo será la que nos ayude a concretar ese amor a Dios y al prójimo; la búsqueda de la justicia y de la misericordia.

Así pues, queridos hermanos, no nos podemos conformar con las críticas frívolas ni los consejos edulcorantes de que solo basta con ser buenas personas. No. Lo nuestro no es altruismo ni filantropía sino Amor con mayúsculas. Un amor sin medida a Dios y sin límites al prójimo, amando en ellos lo que amamos en nosotros, esto es, nuestro ser imagen y semejanza de Dios, hijo de Dios por adopción. Así sea.
                                                           Dios te bendiga


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