TENED
ENTRE VOSOTROS LOS SENTIMIENTOS DE PROPIOS DE CRISTO JESÚS
(Meditación
para el Domingo de Ramos)
Quisiera este año traer a la memoria esta preciosa meditación del Domingo de Ramos escrita por el P. Mariano Perrón, buen amigo que se me fue este año, recientemente. espero que os ayuden sus sabias reflexiones para menor vivir la Solemnidad de este día.
Si comparamos las lecturas de Semana Santa en cualquiera de sus tres ciclos, A, B o C, encontraremos sólo una diferencia: los evangelios usados en la solemne procesión de entrada para la misa, así como los de la Pasión, corresponden a su propio ciclo (A: Mateo, B: Marcos y C: Lucas). En cuanto a la Pasión según san Juan, se repite el Viernes Santo en los tres ciclos. Las demás lecturas, tanto las del Antiguo como las del Nuevo Testamento, también son las mismas año tras año.
Si comparamos las lecturas de Semana Santa en cualquiera de sus tres ciclos, A, B o C, encontraremos sólo una diferencia: los evangelios usados en la solemne procesión de entrada para la misa, así como los de la Pasión, corresponden a su propio ciclo (A: Mateo, B: Marcos y C: Lucas). En cuanto a la Pasión según san Juan, se repite el Viernes Santo en los tres ciclos. Las demás lecturas, tanto las del Antiguo como las del Nuevo Testamento, también son las mismas año tras año.
El
texto que proponemos como lema de esta amplia meditación no es una frase del
Evangelio, sino una exhortación de Pablo a los cristianos de Filipos. Pretendemos,
así, recalcar el papel importantísimo que desempeña el himno cristológico de
Filipenses 2:6-11 como clave fundamental para captar el significado más hondo
de la vida, muerte y resurrección de Cristo, lo que se ha llamado la
cristología de La kénosis, el “vaciamiento”, el despojo de su categoría divina
por parte de Cristo.
El
esquema de abajarse desde su elevada condición divina hasta la más humilde
situación humana para ser exaltado a la más alta posición de gloria proporciona
una descripción clara y concisa de los planes de Dios para ofrecer la salvación
a la humanidad. No solo eso, sino que nos proporciona las orientaciones para descubrir
lo que significa la vocación cristiana como llamamiento a un estilo de vida
que, como el de Jesús, no concuerda con nuestra manera “natural” de entender la
existencia, tan razonable y, desde luego, tan cómoda y acomodaticia.
Una vez más hemos de recordar las palabras de Isaías: “vuestros
caminos no son mis caminos”. Para Pablo, sin duda, la Iglesia de Filipos, y en ese sentido
cualquier comunidad cristiana, es una imagen de Cristo, su cuerpo visible en
este mundo; de aquí la importancia de su comportamiento, “con los
sentimientos propios de Cristo Jesús” en medio
de su generación, donde han de brillar como luces vivas (2:15).
Sin duda, la fe es una
manera de concebir la vida, sus valores, su objetivo y su sentido. La actitud
de Jesús es la del “perfecto hombre nuevo”, que “ve” la realidad según los
planes y el designio de Dios y, de ese modo, representa la clase de hombre que estamos
llamados a ser: aquel que ve la realidad
desde la perspectiva de Dios y hace suyos sus planes, por dolorosos que
parezcan.
Desde el comienzo de su
ministerio, “ve” con toda lucidez lo que el Padre le ha preparado: su papel
será el del Siervo Sufriente, de tal modo que mediante su abnegación y
sacrificio pueda nacer el Reino de Dios. Es posible que, frente a la imagen de
un Jesús seguro de su señorío, tal como nos lo presenta el evangelio de Juan
(aunque también en éste podamos hallar momentos de angustia: 12:27), nos
resulte desconcertante el Hijo del Hombre que nos ofrece Marcos: Jesús se
enfrenta a su futuro con todos los temores que cualquier humano sentiría ante
una perspectiva tan tremenda. Y lo hace con la lucidez de quien sabe que, a
pesar de su confianza en el Padre, tendrá que someterse al dolor y al abandono
más absolutos. Resulta estremecedor el grito “con voz potente” de Jesús en los
sus últimos momentos en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”.
Si leemos atentamente la
historia de la Pasión, lo que vemos, por encima de todas las cosas, es a un
Jesús plenamente conocedor de su futuro inmediato y de su significado: en Betania
presintió la unción para su propio entierro (14:3-9); durante la cena de
Pascua, anunció que uno de los Doce le iba a traicionar (14:17-25) y predijo la
negación de Pedro (14:27-31). En Getsemaní hallamos las expresiones más duras
respecto a sus sentimientos: “Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a
Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice: ‘Mi alma está triste
hasta la muerte’”. En su oración, reza y pide verse libre de aquel trago amargo
(14:32-41)… Podríamos seguir leyendo y ver cómo sintió la misma angustia y el
mismo temor que cualquier otro hombre habría experimentado en un trance
semejante; y cómo, a pesar de toda la dureza que entrañaba su misión, libremente
eligió y aceptó la voluntad del Padre y sus planes de salvación, tan difíciles
de entender y asumir desde una perspectiva puramente humana. “Por eso
Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre…:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”. Sin duda, las palabras de Filipenses son
algo mucho más que un “himno cristológico”. A lo que nos invita Pablo es a
asumir esa misma fe que implica un heroísmo que hoy día están viviendo algunos
hermanos nuestros perseguidos a causa de su fidelidad.
Los cuatro relatos de la
Pasión nos ofrecen, en primer lugar, la descripción de los acontecimientos de
los últimos días de la vida de Jesús. Los cuatro evangelistas, además, nos
proporcionan un retrato de las gentes que rodeaban al rabí y profeta al que
habían seguido, admirado, reconocido como hombre de Dios, traicionado y
abandonado. Esos personajes bien pueden ser el espejo en que veamos los rasgos
de nuestra propia personalidad y nuestra actitud en el seguimiento de Jesús. Si
miramos en profundidad, ninguno de ellos es absolutamente malvado (ni siquiera
Judas o las autoridades judías, que piensan que actúan en defensa del pueblo de
Israel frente a la amenaza de la disidencia religiosa y la tiranía romana), y
todos ellos juntos presentan una imagen completa de nuestra contradictoria
naturaleza humana.
Ciñámonos ahora al texto
de Marcos. El primer personaje que hallamos no parece formar parte de la
Pasión, pero ella y sus acciones son el mejor anuncio y una clave básica para
todos los acontecimientos que están a punto de ocurrir. Después de su entrada
en Jerusalén, la “purificación” del Templo y sus largas discusiones con sus
adversarios, Jesús vuelve a Betania. Allí, en casa de Simón el leproso, una mujer
desconocida (atención a los detalles: de ella no se dice que sea una pecadora, o
que se trate de María la hermana de Marta y Lázaro, o de la Magdalena), le unge
con un carísimo perfume de nardo, y el derroche que supone aquel gesto provoca
el escándalo de los presentes. Nadie es capaz de captar el signo profético que
sólo Jesús entiende y explica: “se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la
sepultura” (14:8). También ha anticipado el papel que Jesús como rey y
sacerdote desempeñará en su Pasión. Curiosamente, de ella se recordará el
gesto, ¡aunque no sepamos su nombre! (14:9). Y el sentido de su actitud de
generosidad silenciosa y devota se verá completada por las palabras del
centurión romano al ver morir a Jesús: “Verdaderamente este hombre era Hijo de
Dios” (15:39). Un pagano proclamará lo que había enunciado Marcos en la primera
línea de su Evangelio.
Los discípulos merecen
especial atención. Los tres más próximos a Jesús no pudieron mantenerse
despiertos ni “una hora” (14:37) mientras él se sentía lleno de “espanto y
angustia” y rezaba por verse libre de aquel amargo trago (14:33-35). Incluso
Simón Pedro, que había alardeado de la firmeza de su fe y decía que estaba
dispuesto a “morir con él” (14:29-31), cuando una criada le identifique como
discípulo de Jesús, jurará ¡tres veces! que no le conoce (14:66-72). Judas,
“uno de los Doce” como subraya Marcos, le pondrá en manos de las autoridades
judías que maquinan su muerte (14:10-11), y el beso con que saludará a Jesús
será la señal para que lo identifiquen quienes van a arrestarle y se lo lleven
preso (14:43-46). Uno de los presentes (suponemos que un discípulo: de hecho,
Juan 18:10-11 atribuye la acción a Pedro) trató de defenderle con una espada
(14:47); otro, un joven, escapó aunque aquello supusiera la vergüenza de
quedarse desnudo (14:51). Pero, al final, estaban tan atemorizados ante los
acontecimientos, que todos los discípulos lo abandonaron y huyeron (14:50).
En cuanto a las autoridades,
sabemos de sobra el papel que desempeñaron. Quienes pertenecían a la clase
dirigente religiosa, sacerdotes, fariseos, escribas, estaban convencidos de que
Jesús constituía, no sólo e promotor de ideas religiosas que ponían en cuestión
la doctrina oficial, sino que era un verdadero peligro para la estabilidad
social y política de Israel: después de recurrir a testigos falsos para que
adujeran pruebas y así poder entregarle a Pilato, el gobernador romano
(14:55-61), fue Jesús mismo quien les proporcionó la excusa para llevar a cabo
sus planes. Sus palabras, “Yo soy” (14:62), significaban identificarse con
Dios, eran una auténtica blasfemia y merecían la pena de muerte (14:53-64).
Aunque algún autor dice
que se trata de dos “grupos distintos”, la misma multitud que había recibido a
Jesús con himnos y vítores y había alfombrado el suelo con sus capas y con
ramas mientras avanzaba a lomos de un burro al comienzo de la semana (11:8-10)
gritará ante Pilato “¡Crucifícalo!” unos días más tarde (15:6-15). Algunos de
ellos, al verle en la cruz, lo insultarán, mientras que los sacerdotes y los
maestros de la ley se burlarán de él. Lo mismo harán incluso los dos bandidos
con él crucificados (15:29-32).
Los personajes romanos
desempeñan los papeles que cabía esperar en circunstancias semejantes. Pilato
no quería problemas con una multitud rebelde (Jerusalén estaba atestada de
gentes venidas para la celebración de la Pascua y, como hemos visto, eran
fáciles de enardecer y manipular): tras un tibio intento de intercambiar a
Jesús por Barrabás y a pesar de conocer las razones tortuosas invocadas por las
autoridades judías, decidió “complacer a la gente” y se “lo entregó para que lo
crucificaran” (15:1-15). En cuando a los soldadesca romana, la crueldad de sus
acciones responde, desgraciadamente, a las prácticas de tortura y castigo que
entonces eran comunes para con los prisioneros más peligrosos.
Quedan
aún otros personajes cerca de Jesús. Debía de estar muy débil cuando tuvieron
que recurrir a un transeúnte, Simón de Cirene, para que llevara el travesaño
dela cruz (15:21). Aunque se viera forzado a realizar aquella tarea (las
autoridades podían exigir ese tipo de servicio) y nada sepamos de sus
sentimientos religiosos, Simón desempeña un profundo papel alegórico: su acción
recuerda las exigencias que había planteado Jesús a quien quisiera seguirle:
olvidarse de sí mismo y cargar con la cruz son las dos condiciones principales
(8:34). Al leer o escuchar este pasaje, los cristianos perseguidos de aquel
tiempo debían de entender con toda claridad lo que quería decir Jesús cuando
les había anunciado a los discípulos lo duro que era seguirle.
Las mujeres: no sólo las
que aparecen con su nombre (María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor
y de José, y Salomé), sino también el grupo de quienes le habían seguido hasta
Jerusalén, están allí y, aunque de lejos, no abandonan al maestro. Por eso
serán las primeras testigos de la resurrección. Otra de las paradojas
habituales: escaso, por no decir nulo, era el valor del testimonio de una mujer
en un juicio. Cuánto más faltas de credibilidad habrían de ser sus palabras
sobre el “sepulcro vacío”.
Sólo tras la muerte de
Jesús entrará en escena otro personaje: José de Arimatea, que se hará cargo del
cuerpo y lo enterrará. La urgencia por no transgredir el inminente sábado hace
que a Jesús lo entierren envuelto sin más en una sábana de lino y sin ningún
ungüento o perfume: eso explica que las dos Marías y Salomé, el domingo por la
mañana temprano fueran con aromas con intención de embalsamar el cuerpo
(16:1-3): en realidad, no hacía falta embalsamarle pues ya había sido ungido
por la desconocida que habría de ser recordada “en cualquier parte del mundo donde
se proclame el evangelio” (14:9).
Humildemente sugiero
comparar las acciones de los personajes que hemos visto contrastándolas con los
sentimientos que pudo o debió de experimentar Jesús en relación con ellos, y
tratar de entender de qué manera estaba siguiendo los designios del Padre. Podemos
tratar de identificarnos con algunos de esos personajes y descubrir lo que
compartimos con ellos. O intentar encontrar en nuestro propio entorno
circunstancias semejantes a las descritas en el texto: orgullo y
autosuficiencia, traición, intereses egoístas, temores ocultos, ingratitud… Y
valor y piedad, compasión y solidaridad, generosidad humilde y acción eficaz…
La lista de elementos, positivos y negativos, es interminable. En cualquier
caso, busquemos la manera de acercarnos cuanto podamos al Jesús Sufriente que
murió por nosotros. Y eso ya es mucho.
Con excesiva frecuencia y
en demasía nos fijamos en nuestras dificultades y problemas cotidianos para ser
fieles al Evangelio. Pero, seamos sinceros: a pesar de las escasas
discriminaciones de que podamos ser objeto personalmente y del espíritu cada
vez más anticristiano que vivimos en nuestra sociedad, nada tienen que ver
nuestras circunstancias adversas con aquellas en las que vivieron su fe los
primeros cristianos… o determinados hermanos nuestros en tantas regiones del
mundo actual. Hoy, pues, recemos especialmente por los cristianos de todas las
confesiones que corren el riesgo o de hecho se ven sometidos, no sólo a la
discriminación, sino a la persecución, el destierro, la destrucción de sus hogares
y templos, e incluso a la muerte: para que encuentren consuelo en compartir el
sufrimiento de Cristo; y también, para que obtengan el apoyo de los demás cristianos
que oramos por ellos y les tratamos de proporcionarles ayuda. Además de esta intención particular, creo que
deberíamos rezar todos pidiendo esperanza. En gran medida, la pasión y muerte
de Jesús es una parábola de la existencia sufriente y atormentada que padecen
muchos seres humanos en nuestro propio mundo. En sus cuerpos y en sus almas
llevan las heridas con que fue herido Jesús: para que seamos conscientes de
tanto sufrimiento y busquemos con esperanza medios eficaces para
aliviarlos.
Teniendo en cuenta la
grave situación de tantas comunidades cristianas que sufren pobreza,
discriminación y persecución, trata de obtener información sobre las mismas y busca
de qué manera puedes ayudarles. Ayuda a la Iglesia Necesitada, o Cáritas pueden
resultarte sumamente útiles para descubrir noticias y ayudar eficazmente a
otros cristianos para los cuales “testimonio” tiene el nuevo significado que
cobró la palabra griega original: “martirio”.
Tomado de los
escritos del Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Archidiócesis de Madrid, España
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