viernes, 16 de marzo de 2018

RETIRO EN SERRADILLA


EL AYUNO COMO FRENO A LA MALDAD


«El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre».



Buenas tardes, queridos hermanos y devotos del Cristo de Serradilla, un saludo especial a los que seguís estas charlas cuaresmales por video en las redes sociales:

A lo largo de esta semana habéis estado meditando los distintos párrafos del mensaje del papa Francisco para la Cuaresma del 2018, con un título eminentemente profético y crasamente cierto tomado de Mt 24,12: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría».

De entre las cosas que el Papa recoge en este breve documento y que nos recuerda para evitar la maldad y el enfriamiento del corazón está la práctica cuaresmal del AYUNO, tradición de la Iglesia que se ha mostrado muy eficaz para este fin. Antes de entrar a comentar las palabras de Francisco quisiera traer a la memoria un texto de Benedicto XVI sobre el ayuno en su homilía del miércoles de ceniza del año 2007 que parecen anteceder y prologar las palabras del actual Papa: «el ayuno al que la Iglesia nos invita en este tiempo fuerte no brota de motivaciones de orden físico o estético, sino de la necesidad de purificación interior que tiene el hombre, para desintoxicarse de la contaminación del pecado y del mal; para formarse en las saludables renuncias que libran al creyente de la esclavitud de su propio yo; y para estar más atento y disponible a la escucha de Dios y al servicio de los hermanos. Por esta razón, la tradición cristiana considera el ayuno y las demás prácticas cuaresmales como "armas" espirituales para luchar contra el mal, contra las malas pasiones y los vicios».


Teniendo presente estas palabras del Papa emérito, repasemos las palabras de Francisco respecto de la práctica del ayuno como remedio para evitar la maldad del corazón:

1. “Debilita nuestra violencia”: es el primer objetivo del ayuno: aplacar nuestra irracionalidad humana, que es el pecado como deseo de venganza. Atentos a estas palabras de San Juan Crisóstomo: “Del mismo modo que, al final del invierno, cuando vuelve la primavera, el navegante arrastra hasta el mar su nave, el soldado limpia sus armas y entrena su caballo para el combate, el agricultor afila la hoz, el peregrino fortalecido se dispone al largo viaje y el atleta se despoja de sus vestiduras y se prepara para la competición; así también nosotros, al inicio de este ayuno, casi al volver una primavera espiritual, limpiamos las armas como los soldados; afilamos la hoz como los agricultores; como los marineros disponemos la nave de nuestro espíritu para afrontar las olas de las pasiones absurdas; como peregrinos reanudamos el viaje hacia el cielo; y como atletas nos preparamos para la competición despojándonos de todo" (Homilías al pueblo de Antioquía, 3)

2. “Nos desarma”: de nuestros pecados y oscuridades más profundas: nos desarma de la envidia, de la maledicencia, del orgullo, de la soberbia. Dios, mediante la práctica del ayuno que nos aplaca, puede entrar, con su luz, en lo más íntimo de nuestro corazón y arrancar todo ese mal que existe para llenarlo de las verdaderas armas que son el amor, la fe, la esperanza, etc.

3. “Es una ocasión para crecer”: para crecer en la verdadera identidad de quiénes somos: hijos de Dios. Hay que crecer como hijos de Dios que lo esperan todo de Él. Para crecer como orantes de la Palabra. El tiempo que no empleamos en preparar comida lo podemos invertir en escrutar, leer y orar la Palabra de Dios para que sea ésta el alimento que nos sacie, como diremos más adelante. Podemos crecer en caridad, en el compartir. Podemos crecer en devoción y fervor por medio de las prácticas piadosas de estos días, etc.

4. “Permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocer el aguijón del hambre”: poca explicación merecen estas palabras. El ayuno nos educa en la solidaridad con aquellos que ayunan obligatoriamente todos los días de su vida. Nos recuerda a esa parte de la población mundial que no tiene lo necesario para vivir y nos invita a ser generosos en la limosna que es otra práctica esencial en este tiempo de Cuaresma.


5. “Expresa la condición de nuestro espíritu”: que en el fondo está hambriento y necesitado de bondad. Toda persona, naturalmente, tiene necesidad de ser querida, de sentirse amada, de experimentar que es importante para alguien. Esto es un fenómeno humano. La cuestión es ¿dónde encontrar esto? Porque el mundo, en muchas ocasiones, es injusto, despiadado, no perdona; de ahí la necesidad de buscar este amor en aquel que nunca nos podrá fallar, esto es, Dios mismo. Somos pues como ciervos en busca de agua para calmar la sed, solo que nosotros queremos calmar la sed de la vida de Dios, de la vida eterna.

6. “Nos despierta”: para estar atentos a Dios y a los hermanos. Nos concede la diligencia necesaria para no sentir disgusto a la hora de manifestar con las obras el amor que Dios nos da y que nosotros, sus hijos, estamos moralmente obligados a extender a todos sin miramientos ninguno. Pero cuántas veces nos detienen los “respetos humanos” (el qué dirán, le sentará bien o le sentará mal, etc.)

7. “Inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios”: el único que sacia nuestra hambre. Porque muchas veces en la vida se nos repite aquella tentación de convertir las piedras en panes olvidándonos de que cuando no tenemos el pan de la Palabra divina y revelada podemos acabar alimentándonos de cualquier discurso mundano y terreno que nos promete una felicidad “aquí y ahora”, a corto plazo.

Así pues, queridos hermanos, yo creo que estos puntos que hemos destacado de las palabras del Papa pueden ayudarnos a una mejor vivencia no solo del ayuno sino también de la misma limosna y de la oración. Porque es sobre estas tres prácticas donde se asienta el edificio espiritual de una vida cristiana sana. Una oración que no conozca la penitencia y huya de la limosna, será una oración estéril y vacía; una limosna que prescinda de cualquier penitencia y no brote de la oración, será una práctica hipócrita; mientras que una penitencia que no ratifique la limosna ni se nutra de la oración será una mera práctica depurativa dietética.

En conclusión, se nos ofrece una muy óptima oportunidad para vivir la fe y la vida como un culto en espíritu y verdad al Padre. Que el Santísimo Cristo de la Victoria nos conceda la gracia de vivir la fe con la mayor coherencia posible. Que así sea.    

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