EL AYUNO COMO FRENO A LA MALDAD
«El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y
constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite
experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y
conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro
espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos
despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra
voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre».
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Buenas tardes, queridos
hermanos y devotos del Cristo de Serradilla, un saludo especial a los que
seguís estas charlas cuaresmales por video en las redes sociales:
A lo largo de esta semana habéis estado meditando
los distintos párrafos del mensaje del papa Francisco para la Cuaresma del
2018, con un título eminentemente profético y crasamente cierto tomado de Mt
24,12: «Al crecer la maldad, se enfriará
el amor en la mayoría».
De entre las cosas que el Papa recoge en este breve
documento y que nos recuerda para evitar la maldad y el enfriamiento del
corazón está la práctica cuaresmal del AYUNO, tradición de la Iglesia que se ha
mostrado muy eficaz para este fin. Antes de entrar a comentar las palabras de
Francisco quisiera traer a la memoria un texto de Benedicto XVI sobre el ayuno
en su homilía del miércoles de ceniza del año 2007 que parecen anteceder y
prologar las palabras del actual Papa: «el
ayuno al que la Iglesia nos invita en este tiempo fuerte no brota de
motivaciones de orden físico o estético, sino de la necesidad de purificación
interior que tiene el hombre, para desintoxicarse de la contaminación del
pecado y del mal; para formarse en las saludables renuncias que libran al
creyente de la esclavitud de su propio yo; y para estar más atento y disponible
a la escucha de Dios y al servicio de los hermanos. Por esta razón, la
tradición cristiana considera el ayuno y las demás prácticas cuaresmales como
"armas" espirituales para luchar contra el mal, contra las malas
pasiones y los vicios».
Teniendo presente estas palabras del Papa emérito,
repasemos las palabras de Francisco respecto de la práctica del ayuno como
remedio para evitar la maldad del corazón:
1. “Debilita
nuestra violencia”: es el primer objetivo del ayuno: aplacar nuestra
irracionalidad humana, que es el pecado como deseo de venganza. Atentos a estas
palabras de San Juan Crisóstomo: “Del
mismo modo que, al final del invierno, cuando vuelve la primavera, el navegante
arrastra hasta el mar su nave, el soldado limpia sus armas y entrena su caballo
para el combate, el agricultor afila la hoz, el peregrino fortalecido se
dispone al largo viaje y el atleta se despoja de sus vestiduras y se prepara
para la competición; así también nosotros, al inicio de este ayuno, casi al
volver una primavera espiritual, limpiamos las armas como los soldados;
afilamos la hoz como los agricultores; como los marineros disponemos la nave de
nuestro espíritu para afrontar las olas de las pasiones absurdas; como
peregrinos reanudamos el viaje hacia el cielo; y como atletas nos preparamos
para la competición despojándonos de todo" (Homilías al pueblo de
Antioquía, 3)
2. “Nos
desarma”: de nuestros pecados y oscuridades más profundas: nos desarma de
la envidia, de la maledicencia, del orgullo, de la soberbia. Dios, mediante la
práctica del ayuno que nos aplaca, puede entrar, con su luz, en lo más íntimo
de nuestro corazón y arrancar todo ese mal que existe para llenarlo de las
verdaderas armas que son el amor, la fe, la esperanza, etc.
3. “Es una
ocasión para crecer”: para crecer en la verdadera identidad de quiénes
somos: hijos de Dios. Hay que crecer como hijos de Dios que lo esperan todo de
Él. Para crecer como orantes de la Palabra. El tiempo que no empleamos en
preparar comida lo podemos invertir en escrutar, leer y orar la Palabra de Dios
para que sea ésta el alimento que nos sacie, como diremos más adelante. Podemos
crecer en caridad, en el compartir. Podemos crecer en devoción y fervor por
medio de las prácticas piadosas de estos días, etc.
4. “Permite
experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocer
el aguijón del hambre”: poca explicación merecen estas palabras. El ayuno
nos educa en la solidaridad con aquellos que ayunan obligatoriamente todos los
días de su vida. Nos recuerda a esa parte de la población mundial que no tiene
lo necesario para vivir y nos invita a ser generosos en la limosna que es otra
práctica esencial en este tiempo de Cuaresma.
5. “Expresa la
condición de nuestro espíritu”: que en el fondo está hambriento y
necesitado de bondad. Toda persona, naturalmente, tiene necesidad de ser
querida, de sentirse amada, de experimentar que es importante para alguien.
Esto es un fenómeno humano. La cuestión es ¿dónde encontrar esto? Porque el
mundo, en muchas ocasiones, es injusto, despiadado, no perdona; de ahí la
necesidad de buscar este amor en aquel que nunca nos podrá fallar, esto es,
Dios mismo. Somos pues como ciervos en busca de agua para calmar la sed, solo
que nosotros queremos calmar la sed de la vida de Dios, de la vida eterna.
6. “Nos
despierta”: para estar atentos a Dios y a los hermanos. Nos concede la
diligencia necesaria para no sentir disgusto a la hora de manifestar con las
obras el amor que Dios nos da y que nosotros, sus hijos, estamos moralmente
obligados a extender a todos sin miramientos ninguno. Pero cuántas veces nos
detienen los “respetos humanos” (el qué dirán, le sentará bien o le sentará
mal, etc.)
7. “Inflama
nuestra voluntad de obedecer a Dios”: el único que sacia nuestra hambre.
Porque muchas veces en la vida se nos repite aquella tentación de convertir las
piedras en panes olvidándonos de que cuando no tenemos el pan de la Palabra
divina y revelada podemos acabar alimentándonos de cualquier discurso mundano y
terreno que nos promete una felicidad “aquí y ahora”, a corto plazo.
Así pues, queridos hermanos, yo creo que estos
puntos que hemos destacado de las palabras del Papa pueden ayudarnos a una
mejor vivencia no solo del ayuno sino también de la misma limosna y de la oración.
Porque es sobre estas tres prácticas donde se asienta el edificio espiritual de
una vida cristiana sana. Una oración que no conozca la penitencia y huya de la
limosna, será una oración estéril y vacía; una limosna que prescinda de
cualquier penitencia y no brote de la oración, será una práctica hipócrita;
mientras que una penitencia que no ratifique la limosna ni se nutra de la
oración será una mera práctica depurativa dietética.
En conclusión, se nos ofrece una muy óptima
oportunidad para vivir la fe y la vida como un culto en espíritu y verdad al
Padre. Que el Santísimo Cristo de la Victoria nos conceda la gracia de vivir la
fe con la mayor coherencia posible. Que así sea.
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