Antífona de entrada
«Bendito sea Dios Padre y el Hijo unigénito
de Dios y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros». La
celebración se abre con una gran bendición a las tres Divinas Personas. La unidad
trina es la fuente de la misericordia.
Oración colecta
«Dios Padre, que, al enviar al mundo la
Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación, revelaste a los hombres
tu admirable misterio, concédenos, al profesar la fe verdadera, reconocer la
gloria de la eterna Trinidad y adorar la Unidad en su poder y grandeza. Por
nuestro Señor Jesucristo». El texto es de nueva creación, salvo la última
parte de la oración que ya se halla en el misal romano de 1570. Este texto
comienza presentando a las tres Divinas Personas: “Dios Padre”, Jesucristo “Palabra
de la verdad” y el Espíritu Santo “Espíritu de la santificación”.
El
Misterio de las Tres Personas ha sido revelado progresivamente a lo largo de la
Historia de la Salvación. Sin embargo, no podemos confundir “persona divina”
con “esencia divina”, la fe verdadera en la Trinidad reconoce a un único Dios
verdadero (esencia) y tres relaciones personales que comparten una misma y
única esencia, la misma gloria, el mismo poder y la misma grandeza.
Oración sobre las
ofrendas
«Por la invocación de tu nombre, santifica,
Señor y Dios nuestro, estos dones de nuestra docilidad y transfórmanos, por
ellos, en ofrenda permanente. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del
misal romano de 1570. En este momento de la celebración, la atención se
concentra en la acción santificadora de la tercera Persona de la Trinidad, esto
es, el Espíritu Santo, quien hace posible el milagro cotidiano de la
transubstanciación. Pero, como ya se dijo en otro momento, a pesar de ser una
obra propia de una de las Personas, las otras dos también actúan en ella; por
eso la expresión “por la invocación de tu
nombre” tiene este doble significado: el Espíritu Santo como Señor,
Santificador y dador de vida; y la Trinidad misma.
Antífona de comunión
«Como sois hijos, Dios envió a vuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “Abba Padre”». Tomada de
Gálatas cuatro, versículo seis. Esta antífona remite al misterio de la
inhabitación de la Trinidad en el justo, esto es, el prodigio de que las Tres
Divinas Personas puedan hacer morada en el corazón de aquellos que viven en
gracia de Dios. Esto solo es posible por la acción del Espíritu Santo, el mismo
que ha cambiado toda la sustancia del pan y del vino en la sustancia del Cuerpo
y la Sangre de Jesucristo. A esto mismo, la teología lo llama “gracia increada”.
La inhabitación supone la filiación adoptiva de los bautizados, es decir, por
el hecho de ser bautizados somos hijos adoptivos de Dios, hijos en el Hijo,
coherederos de los bienes celestiales. Este misterio se actualiza en cada
comunión sacramental.
Oración después de la
comunión
«Señor y Dios nuestro, que la recepción de
este sacramento y la profesión de fe en la santa y eterna Trinidad y en su
Unidad indivisible, nos aprovechen para la salvación del alma y del cuerpo. Por
Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del misal romano de 1570. Esta oración
hace depender la salvación de la comunión eucarística y la creencia en la
Trinidad. No debemos olvidar que esto último ha sido objeto de las primeras
herejías, donde o bien se negaba la Unidad o bien se negaba la Tripersonalidad.
Comunión sacramental y comunión en el dogma forman una unidad, pues muy difícil
es negar uno manteniendo el otro. La salvación, pues, según esta oración, es
fruto de mantener una fe íntegra en las verdades fundamentales: Trinidad y
Eucaristía, o dicho de otra manera: Trinidad y Cristología.
Visión de conjunto
La solemnidad del domingo de la Santísima Trinidad es de
reciente incorporación en la liturgia de la Iglesia, de ahí que, salvo el
prefacio (que aquí no comentamos), ninguno de los textos del formulario se
encuentran en los sacramentarios antiguos. Fue celebrada como misa votiva en
los monasterios benedictinos franco-galicanos en el s. X. Esta fiesta no se vio
exenta de resistencias para su incorporación y la razón era muy simple: puesto
que la Iglesia celebra, de alguna manera, a la Trinidad en cada misa, no se
veía la necesidad de dedicarle una misa y un día específico para ello.
Definitivamente, fue incorporada en la liturgia para toda la Iglesia por el
papa Juan XXII en el 1334.
Queridos lectores, seguramente estamos ante uno de los
misterios de la fe cristiana que más ríos de tinta ha hecho correr y que más
quebraderos de cabeza a despertado. ¿Cómo es posible compaginar simultáneamente
la Unidad y la Trinidad? ¿si Dios es uno como puede ser tres a la vez? Desde el
minuto uno del cristianismo la Santa Trinidad suscitó grandes controversias ya
que o bien se quería salvar el monoteísmo judío y por tanto se soslayaba la
distinción tripersonal (monarquianismo, modalismo), o bien se quería subrayar
la novedad cristiana de las tres Personas obviándose el monoteísmo (triateísmo).
Como respuesta a todas ellas, la doctrina de la Iglesia
sobre la Trinidad ha quedado tal que así: en Dios hemos de considerar una misma
y única esencia divina y tres personas divinas que se establecen por cuatro
relaciones personales, a saber: la Paternidad: relación del Padre
respecto del Hijo; la Filiación: relación del Hijo respecto del Padre;
la espiración activa: relación del Padre y del Hijo respecto del
Espíritu Santo; y la espiración pasiva: relación del Espíritu Santo
respecto del Padre y del Hijo, siendo esta última la que constituye en persona
al Espíritu Santo.
Al
lado de estas cuatro relaciones están las dos procesiones trinitarias que
también supusieron algunas dificultades. Por procesiones entendemos la
procedencia del Hijo y del Espíritu Santo de Dios Padre como fuente y origen. La
primera procesión es la del Hijo que es engendrado, no creado, por el Padre
eterno, pero para entender bien esto hemos de prescindir de los conceptos de
espacio-tiempo. La generación del Hijo se produce en la eternidad y no en la
sucesión temporal. De tal modo que el Padre comienza a serlo en cuanto que engendra
al Hijo, es decir, el Hijo le hace ser Padre y el Padre le hace ser Hijo. Y esto
se produce en la eternidad, en el principio sin principio.
La
segunda procesión trinitaria es la del Espíritu Santo. Según la teología
católica ésta se produce por el Padre y el Hijo como un mismo y único principio
generador. Esto fue expresado en el Credo con la inclusión de la controvertida
y conocida fórmula “filioque” (= y por el Hijo). Esta expresión tiene su origen
en nuestro territorio patrio, concretamente en el III Concilio de Toledo (589)
y venía a expresar mejor la teología de la procedencia del Espíritu Santo que
siempre había sostenido la Iglesia desde el Concilio de Constantinopla (381).
Así
pues, la Trinidad, en cuanto misterio divino que nos supera, es difícil de
comprender. Cualquier formulación que se haga siempre será un intento de
aproximación para trasvasar las verdades divinas a categorías racionales
humanas. Pero, sea como sea, el mejor concepto para entender la Trinidad es el
de “comunión de personas”. Dice el Concilio de Florencia que “In Deo omnia sunt unum ubi non obviat
relationis oppositio” (= en Dios todo es único donde no lo impide la
oposición de relación). En otras palabras, solo la esencia divina, la gloria,
el poder y la adoración es común a las tres Divinas Personas, pero en cuanto
que entre ellas se establece una oposición que las relaciona, las hace
distintas unas de otras. De modo parecido ocurre con nosotros los humanos: la
naturaleza humana, el compuesto humano, es común a todos, todos participamos de
la misma y única naturaleza humana; sin embargo, cada uno de nosotros
concretamos esta naturaleza y nos diferenciamos unos de otros por las
relaciones personales que establecemos, de tal manera que frente al Yo está el
Tú, un tú que me interpela y me hace ser consciente de mi ser en el mundo.
La Trinidad se convierte así en modelo para la sociedad
humana. Una sociedad que respeta a los individuos y las relaciones personales y
las libertades de cada uno de sus miembros, a la par que establece lo que es
común a todos basado en relaciones de amor, respeto y libertad entre las
personas y los usuarios de los bienes comunes. Ojalá que hoy la Trinidad nos inspire
para crear un mundo más fraternal y justo que cada vez se parezca más a la
comunión trinitaria.
Dios
te bendiga
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