El texto que
ofrecemos a continuación -publicado en First Things y traducido al
español por Infovaticana- ha sido escrito por el Papa emérito Benedicto
XVI como prefacio al libro del Cardenal Robert Sarah: "La fuerza del
silencio: contra la dictadura del ruido" y aparecerá en una futura
edición del libro. Por lo que concierne al tema de nuestro blog, la liturgia,
lo ofrecemos a continuación.
Desde que
leí por primera vez las Cartas de San Ignacio de Antioquía en la década de
1950, un pasaje de su Carta a los Efesios me ha afectado particularmente: “Es
mejor guardar silencio y ser que hablar y no ser. Es bueno enseñar, si el que
habla practica lo que enseña. Ahora, hay un Maestro que habló y lo que dijo
aconteció. E incluso lo que Él hizo en silencio es digno del Padre. El que hace
suyas las palabras de Jesús es capaz también de oír Su silencio, de modo que
pueda ser perfecto: para que pueda actuar a través de su discurso y ser
conocido a través de su silencio” (15, 1f.). ¿Qué significa esto?: escuchar el
silencio de Jesús y conocerlo a través de su silencio. Sabemos por los
Evangelios que Jesús con frecuencia pasaba las noches solo “en la montaña” en
oración, en conversación con su Padre. Sabemos que su discurso, su palabra,
proviene del silencio y podía madurar sólo allí. Así que es lógico pensar que
su palabra puede entenderse correctamente sólo si nosotros, también, entramos
en su silencio, si aprendemos a escucharlo desde su silencio.
Ciertamente,
para interpretar las palabras de Jesús, es necesario el conocimiento histórico,
que nos enseña a entender el tiempo y el lenguaje en ese momento. Pero eso sólo
no es suficiente si queremos realmente comprender el mensaje del Señor en
profundidad. Cualquier persona que hoy lea los comentarios cada vez más gruesos
en los Evangelios queda decepcionado al final. Aprende mucho de lo que es útil
sobre aquellos días y una gran cantidad de hipótesis que en última instancia no
contribuyen nada en absoluto a la comprensión del texto. Al final sientes que,
en todo el exceso de palabras, falta algo esencial: la entrada en el silencio
de Jesús, de donde nace su palabra. Si no podemos entrar en este silencio,
siempre vamos a escuchar la palabra sólo en su superficie y, en consecuencia,
no la entenderemos realmente.
A medida que
iba leyendo el nuevo libro del cardenal Robert Sarah, todos estos pensamientos
pasaron por mi alma de nuevo. Sarah nos enseña el silencio, a estar en silencio
con Jesús, la verdadera quietud interior, y solo de esta forma nos ayuda a
captar la palabra de Jesús de nuevo.
Por
supuesto, él no habla apenas de sí mismo, pero de vez en cuando nos da una
visión de su vida interior. En respuesta a la pregunta de Nicolas Diat: “¿A
veces en tu vida has pensado que las palabras se estaban volviendo demasiado
molestas, demasiado pesadas, demasiado ruidosas?,” él responde: “En mi
oración y en mi vida interior, siempre he sentido la necesidad de un silencio
más profundo, más completo… Los días de soledad, silencio y ayuno absoluto han
sido un gran apoyo. Una gracia sin precedentes, una lenta purificación y un
encuentro personal con Dios…. días de soledad, silencio y ayuno, con el único
alimento de la Palabra de Dios, permiten al hombre cimentar su vida sobre lo
esencial”.
Estas líneas
hacen visible la fuente de la que vive el cardenal, que entrega a su palabra su
profundidad interior. Desde este punto de vista, él puede ver los peligros que
continuamente amenazan la vida espiritual, de sacerdotes y obispos también, y,
en consecuencia, que ponen en peligro la misma Iglesia, también, en la que no
es poco común que la Palabra sea sustituida por una verbosidad que diluye la
grandeza de la Palabra. Me gustaría citar sólo una frase que puede convertirse
en un examen de conciencia para cada obispo: “Puede ocurrir que un sacerdote
bueno y piadoso, una vez elevado a la dignidad episcopal, caiga rápidamente en
la mediocridad y en la preocupación por el éxito en los asuntos mundanos.
Abrumado por el peso de las obligaciones que le incumben, preocupado por su
poder, su autoridad, y las necesidades materiales de su oficina, se va ahogando
poco a poco”.
El cardenal
Sarah es un maestro espiritual, que habla claro de la profundidad del silencio
con el Señor, claro de su unión interior con Él y, por tanto, realmente tiene
algo que decirnos a cada uno de nosotros.
Debemos
estar agradecidos a Francisco por el nombramiento de semejante maestro
espiritual como cabeza de la congregación que es responsable de la celebración
de la liturgia en la Iglesia. Con la liturgia, también, al igual que con la
interpretación de la Sagrada Escritura, es cierto que el conocimiento
especializado es necesario. Pero también es cierto de la liturgia que la
especialización, en última instancia, puede pasar por alto lo esencial a menos
que esté fundada en una profunda e íntima unión con la Iglesia orante que una y
otra vez aprende del Señor mismo lo que es la adoración.
Con el
cardenal Sarah, un maestro del silencio y de la oración interior, la liturgia
está en buenas manos.
FUENTE TEXTO Y TRADUCCIÓN:
Infovaticana.com
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