Antífona de entrada
«El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y
salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad, sé su
pastor por siempre». Del salmo 27, versículos del 8 al 9. Este domingo, la
Iglesia abre la celebración invocando al Señor como su única fortaleza frente a
la debilidad que tiene ésta como pueblo que camina por esta vida sujeto a las
flaquezas humanas y a los envites de los perversos poderes que gobiernan el
mundo. Con esta antífona, la Iglesia se reconoce como pueblo ungido, crismado,
es decir, un pueblo sacerdotal, profético y regio pero que necesita,
constantemente, de la guía de un pastor que lo conduzca por los caminos del
Evangelio y lo defienda de los peligrosos lobos que lo asedian.
Oración colecta
«Concédenos tener siempre, Señor, respeto y
amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en
el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del
sacramentario gelasiano de Angoulemme (s.IX) y presente, también, en el misal
romano de 1570. La primera carta de san Juan nos recuerda que Dios es amor, que
el nombre de Dios es amor. Este texto eucológico es un desarrollo concentrado
de esta tesis neotestamentaria. Estamos pidiendo el “respeto y amor” al nombre
de Dios. Un nombre cuya invocación supone la salvación. Un nombre que tiene la
presunción de ser un “sólido fundamento” para la vida de los cristianos. Y aquí
radica el epicentro de la oración: confianza en el amor de Dios e invocación de
su nombre porque es lo mismo, Dios es amor, Dios se llama amor.
Oración sobre las
ofrendas
«Acepta, Señor, este sacrificio de
reconciliación y alabanza y concédenos que, purificados por su eficacia, te
ofrezcamos el obsequio agradable de nuestro corazón. Por Jesucristo, nuestro
Señor». Con algunos cambios de expresión, está presente en la compilación
veronense (s. V), en los gelasianos (ss. VIII-IX) y en el misal romano de 1570.
Esta oración antiquísima romana recoge los dos fines principales de la santa
misa: sacrificio expiatorio (reconciliación) y laudativo (alabanza). Mediante
esto el hombre obtiene dos frutos: la santificación personal (purificados por
su eficacia) y la gloria de Dios (ofrezcamos el obsequio de nuestro corazón)
Antífona
de comunión
«Los ojos de todos te están aguardando,
Señor; tú le das la comida a su tiempo». Tomada del salmo 144, versículo
15. En este momento de la celebración, la atención de los fieles debe
concentrarse en el mismo Señor-Jesucristo quien se nos da como alimento en el
tiempo para fortalecer nuestro camino.
«Yo soy el Buen Pastor, yo doy mi vida por
las ovejas, dice el Señor». Del evangelio según san Juan capítulo 10,
versículos 11 y 15. Efectivamente, en la Eucaristía, Cristo se da a los fieles
como vida; Él entrega su vida en cada comunión. Por nuestra parte, solo queda
acercarnos con confianza y con buena disposición para hacer que esa vida tenga
fruto en nosotros.
Oración de pos-comunión
«Renovados por la recepción del Cuerpo santo
y de la Sangre preciosa, imploramos tu bondad, Señor, para obtener con segura
clemencia lo que celebramos con fidelidad constante. Por Jesucristo, nuestro
Señor». De nueva incorporación. Cada domingo es un nuevo comienzo, un nuevo
impulso para nuestra vida cristiana; porque cada domingo somos renovados por la
comunión sacramental en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y no solo eso, sino
que la santa misa la celebramos en una perspectiva escatológica, es decir,
proyectándonos hacia la eternidad de ahí que esta oración implore obtener lo
que celebramos.
Visión de conjunto
Seguramente,
señores lectores, habrán tenido, igual que yo, la experiencia de haber tenido
que caminar por el campo un día de lluvia. Cuando el agua empapa la tierra, el
suelo se hace inestable, se forma barro y caminar por él es harto difícil pues
corremos el riesgo de resbalar y hacernos daño. Pues bien, en el camino de la
vida ocurre un tanto de lo mismo. Hay situaciones en que podemos caminar por
caminos inestables, sin fundamento. Son situaciones movidas por modas
imperantes, por ideologías que parten del pensamiento único y líquido, por
formas de espiritualidad endebles,… que, prometiendo una feliz inmediata, en
realidad ofrecen una insatisfacción a largo plazo.
Ante
esta inestabilidad, precisamos de caminar por senderos firmes y seguros. La seguridad
que viene del pensamiento maduro, de una idea clara de la realidad alejada del
nominalismo actual, de una espiritualidad seria que busca la trascendencia y no
la introspección egoísta. En definitiva, en la vida necesitamos el fundamento
sólido del amor de Dios. ¿Qué significa esto? ¿En qué se traduce? Ante todo en
una actitud de confianza, en un ademán de entusiasmo vivo en la acción de Dios
en nosotros.
El
amor de Dios es un fundamento sólido porque, en primer lugar, es el que hace
posible las relaciones intratrinitarias y, en segundo lugar, ha sido el que le
ha movido para crear al mundo, en general, y al hombre, en particular. El amor
de Dios no es un mero pensamiento espiritual, y que a veces adquiere tintes “meapilísticos”,
sino que es la verdad fundamental que se halla en la Trinidad.
Las
relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se basan en el amor y
crean amor. En el seno de la Trinidad no hay rivalidades ni decisiones egoístas
sino que la libertad y el amor lo ocupan todo. Por tanto, en este sentido,
hablar del amor de Dios es hablar del misterio más profundo e íntimo de la vida
divina. Esto hace que el amor de Dios sea algo a lo que aspiramos gustar y
disfrutar puesto que el fin de la vida cristiana es la divinización o
participación en la vida divina.
Pero
este amor y libertad entre las tres divinas personas no podía quedarse ahí, por
eso en un movimiento libérrimo de su designio y voluntad, la Trinidad sale de
su clausura y crea el mundo y al hombre. De aquí que digamos que la creación es
obra de la Trinidad “ex amore” (= por amor) y libre. No fueron obligados por
nada ni por nadie sino su generosa iniciativa de comunicar su amor a las
criaturas, en concreto, a una criatura que es conciencia refleja respecto a
Dios. ¿Qué significa conciencia refleja? Pues que el hombre se entiende a sí
mismo como humano en cuanto se siente interpelado y amado por el Dios
trinitario que le ha dado la impronta de su ser, es decir, que lo ha creado a
imagen y semejanza suya.
Esta
conciencia refleja ha dado lugar al llamado “humanismo cristiano”, esto es, una
concepción del mundo y del hombre desde la Revelación obtenida. Este humanismo
se concreta en la conservación y respeto del medio ambiente como creación de
Dios, la defensa de la familia y la vida y el respeto a las libertades
fundamentales de los hombres y mujeres del mundo por ser creaturas de Dios y
llevar la impronta de su imagen y semejanza.
En
conclusión: el sólido fundamento del amor de Dios es, ante todo, una verdad que
brota de la vida divina y que se comunica al hombre, libremente, dejando en él
la impronta de su ser. El primer fruto del amor de Dios en el hombre es el
haber sido creado a imagen y semejanza. Lo que supone una realidad que hoy
vivimos pero que un día se realizará plenamente en la eternidad. El amor de
Dios, pues, es algo que excede nuestra capacidad de comprensión. El amor de
Dios es algo muy difícil, si no imposible, de definir. El amor de Dios solo se
capta por experiencia, parafraseando aquellos versos de Lope de Vega: “esto es amor, quien lo probó lo sabe”.
Dios
te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario