viernes, 23 de junio de 2017

LITURGIA DEL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO




Antífona de entrada

«El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad, sé su pastor por siempre». Del salmo 27, versículos del 8 al 9. Este domingo, la Iglesia abre la celebración invocando al Señor como su única fortaleza frente a la debilidad que tiene ésta como pueblo que camina por esta vida sujeto a las flaquezas humanas y a los envites de los perversos poderes que gobiernan el mundo. Con esta antífona, la Iglesia se reconoce como pueblo ungido, crismado, es decir, un pueblo sacerdotal, profético y regio pero que necesita, constantemente, de la guía de un pastor que lo conduzca por los caminos del Evangelio y lo defienda de los peligrosos lobos que lo asedian.  

Oración colecta

«Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del sacramentario gelasiano de Angoulemme (s.IX) y presente, también, en el misal romano de 1570. La primera carta de san Juan nos recuerda que Dios es amor, que el nombre de Dios es amor. Este texto eucológico es un desarrollo concentrado de esta tesis neotestamentaria. Estamos pidiendo el “respeto y amor” al nombre de Dios. Un nombre cuya invocación supone la salvación. Un nombre que tiene la presunción de ser un “sólido fundamento” para la vida de los cristianos. Y aquí radica el epicentro de la oración: confianza en el amor de Dios e invocación de su nombre porque es lo mismo, Dios es amor, Dios se llama amor.

Oración sobre las ofrendas

«Acepta, Señor, este sacrificio de reconciliación y alabanza y concédenos que, purificados por su eficacia, te ofrezcamos el obsequio agradable de nuestro corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor». Con algunos cambios de expresión, está presente en la compilación veronense (s. V), en los gelasianos (ss. VIII-IX) y en el misal romano de 1570. Esta oración antiquísima romana recoge los dos fines principales de la santa misa: sacrificio expiatorio (reconciliación) y laudativo (alabanza). Mediante esto el hombre obtiene dos frutos: la santificación personal (purificados por su eficacia) y la gloria de Dios (ofrezcamos el obsequio de nuestro corazón)

Antífona de comunión      

«Los ojos de todos te están aguardando, Señor; tú le das la comida a su tiempo». Tomada del salmo 144, versículo 15. En este momento de la celebración, la atención de los fieles debe concentrarse en el mismo Señor-Jesucristo quien se nos da como alimento en el tiempo para fortalecer nuestro camino.

«Yo soy el Buen Pastor, yo doy mi vida por las ovejas, dice el Señor». Del evangelio según san Juan capítulo 10, versículos 11 y 15. Efectivamente, en la Eucaristía, Cristo se da a los fieles como vida; Él entrega su vida en cada comunión. Por nuestra parte, solo queda acercarnos con confianza y con buena disposición para hacer que esa vida tenga fruto en nosotros.

Oración de pos-comunión

«Renovados por la recepción del Cuerpo santo y de la Sangre preciosa, imploramos tu bondad, Señor, para obtener con segura clemencia lo que celebramos con fidelidad constante. Por Jesucristo, nuestro Señor». De nueva incorporación. Cada domingo es un nuevo comienzo, un nuevo impulso para nuestra vida cristiana; porque cada domingo somos renovados por la comunión sacramental en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y no solo eso, sino que la santa misa la celebramos en una perspectiva escatológica, es decir, proyectándonos hacia la eternidad de ahí que esta oración implore obtener lo que celebramos. 

Visión de conjunto

Seguramente, señores lectores, habrán tenido, igual que yo, la experiencia de haber tenido que caminar por el campo un día de lluvia. Cuando el agua empapa la tierra, el suelo se hace inestable, se forma barro y caminar por él es harto difícil pues corremos el riesgo de resbalar y hacernos daño. Pues bien, en el camino de la vida ocurre un tanto de lo mismo. Hay situaciones en que podemos caminar por caminos inestables, sin fundamento. Son situaciones movidas por modas imperantes, por ideologías que parten del pensamiento único y líquido, por formas de espiritualidad endebles,… que, prometiendo una feliz inmediata, en realidad ofrecen una insatisfacción a largo plazo.

Ante esta inestabilidad, precisamos de caminar por senderos firmes y seguros. La seguridad que viene del pensamiento maduro, de una idea clara de la realidad alejada del nominalismo actual, de una espiritualidad seria que busca la trascendencia y no la introspección egoísta. En definitiva, en la vida necesitamos el fundamento sólido del amor de Dios. ¿Qué significa esto? ¿En qué se traduce? Ante todo en una actitud de confianza, en un ademán de entusiasmo vivo en la acción de Dios en nosotros.  

El amor de Dios es un fundamento sólido porque, en primer lugar, es el que hace posible las relaciones intratrinitarias y, en segundo lugar, ha sido el que le ha movido para crear al mundo, en general, y al hombre, en particular. El amor de Dios no es un mero pensamiento espiritual, y que a veces adquiere tintes “meapilísticos”, sino que es la verdad fundamental que se halla en la Trinidad.

Las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se basan en el amor y crean amor. En el seno de la Trinidad no hay rivalidades ni decisiones egoístas sino que la libertad y el amor lo ocupan todo. Por tanto, en este sentido, hablar del amor de Dios es hablar del misterio más profundo e íntimo de la vida divina. Esto hace que el amor de Dios sea algo a lo que aspiramos gustar y disfrutar puesto que el fin de la vida cristiana es la divinización o participación en la vida divina.

Pero este amor y libertad entre las tres divinas personas no podía quedarse ahí, por eso en un movimiento libérrimo de su designio y voluntad, la Trinidad sale de su clausura y crea el mundo y al hombre. De aquí que digamos que la creación es obra de la Trinidad “ex amore” (= por amor) y libre. No fueron obligados por nada ni por nadie sino su generosa iniciativa de comunicar su amor a las criaturas, en concreto, a una criatura que es conciencia refleja respecto a Dios. ¿Qué significa conciencia refleja? Pues que el hombre se entiende a sí mismo como humano en cuanto se siente interpelado y amado por el Dios trinitario que le ha dado la impronta de su ser, es decir, que lo ha creado a imagen y semejanza suya.

Esta conciencia refleja ha dado lugar al llamado “humanismo cristiano”, esto es, una concepción del mundo y del hombre desde la Revelación obtenida. Este humanismo se concreta en la conservación y respeto del medio ambiente como creación de Dios, la defensa de la familia y la vida y el respeto a las libertades fundamentales de los hombres y mujeres del mundo por ser creaturas de Dios y llevar la impronta de su imagen y semejanza.  

En conclusión: el sólido fundamento del amor de Dios es, ante todo, una verdad que brota de la vida divina y que se comunica al hombre, libremente, dejando en él la impronta de su ser. El primer fruto del amor de Dios en el hombre es el haber sido creado a imagen y semejanza. Lo que supone una realidad que hoy vivimos pero que un día se realizará plenamente en la eternidad. El amor de Dios, pues, es algo que excede nuestra capacidad de comprensión. El amor de Dios es algo muy difícil, si no imposible, de definir. El amor de Dios solo se capta por experiencia, parafraseando aquellos versos de Lope de Vega: “esto es amor, quien lo probó lo sabe”.

Dios te bendiga

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