Antífona
de entrada
«Pueblos
todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo». Tomada del salmo
46, versículo 2. El domingo es el gran día del júbilo para el pueblo cristiano.
Mientras que para el calendario civil es el último día de la semana, para la
Iglesia es el primero. Por eso, este versículo del salmo 46, salmo que invita a
la alabanza por el gran Rey que ha vencido, está situado al inicio de la
celebración para marcar un tono espiritual determinado que se debe mantener
hasta el final.
Oración
colecta
«Oh Dios, que
por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de luz, concédenos que
no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre
en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo». De nueva
incorporación. Esta oración es como un eco de la pascua dado los temas que la
abren: “la gracia de la adopción” y
ser “hijos de luz”. Quien ha renacido
a la nueva vida, por medio de los sacramentos de la iniciación cristiana, es
iluminado por la luz de la verdad, esa luz que es Cristo, significado en el
cirio, que disipa en nosotros los errores de la mente y del corazón.
Oración
sobre las ofrendas
«Oh Dios, que
actúas con la eficacia de tus sacramentos, concédenos que nuestro
ministerio sea digno de estos dones sagrados. Por Jesucristo, nuestro Señor».
Tomada de la compilación veronense (s. V). Estamos ante una oración claramente
anti-donatista. ¿Qué es el donatismo? Una herejía surgida en el África
cristiana del s. IV llevada a cabo por el obispo Donato cuyo postulado
fundamental es que la eficacia y validez de los sacramento depende de la idoneidad
y cualidad moral del ministro.
El hacer frente a esta herejía, le valió a la
Iglesia el profundizar sobre la eficacia de los sacramento resolviendo que les
viene de la fuerza del misterio pascual de Jesucristo y por tanto son eficaces
por sí mismos, con lo cual la cualidad moral del ministro no afecta para nada.
Sabido esto, se entiende muy bien porque la oración
habla de la eficacia de los sacramentos como forma del actuar divino y la
necesidad de un digno servicio, pues aunque que el ministro sea bueno o malo no
afecta en nada, no podemos obviar que la actitud de fe con que nos acerquemos y
recibamos los sacramentos supondrá una mayor o menos fructuosidad en nosotros.
Antífona
de comunión
«Bendice, alma
mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre». Tomada del salmo 102,
versículo 1. Al iniciar la procesión hacia la comunión el pueblo cristiano hace
suyas estas palabras del salmo 102 para bendecir a su Señor sacramentado que
está vivo, real y presente bajo los velos del pan y del vino. Todo nuestro ser
entra en un dinamismo dispositivo para dar posada a tal insigne huésped.
«Padre, por
ellos te ruego; para que todos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que
tú me has enviado, dice el Señor». Inspirado del evangelio de san Juan 17,
versículos 20 al 21. Esta antífona viene a explicitar en qué consiste entrar en
comunión con la divinidad a través del Santísimo Sacramento. La comunión
sacramental obra un significativo milagro en nosotros: unirnos a la Trinidad, o
en otras palabras, hacernos pregustar la participación en la vida divina.
Oración
después de la comunión
«La ofrenda
divina que hemos presentado y recibido nos vivifique, Señor, para que, unidos a
ti en amor continuo, demos frutos que siempre permanezcan. Por Jesucristo, nuestro
Señor». Tomada del misal romano de 1570. Es una oración centrada en Jesucristo,
pues es Él y no otra cosa lo que presentamos en la misa y recibimos como
alimento santificante. La proposición subordinada adverbial de finalidad está
inspirada en Jn 15, 1-8.
Visión
de conjunto
Cuenta el evangelio según san Juan
que cuando Pilato tuvo delante de si al Señor Jesucristo, le preguntó por la
verdad “¿Qué es la verdad?” sin embargo, nada más añade el relato. A continuación
lo manda azotar, y el resto…ya lo conocemos.
Aquella pregunta que Pilato
dirigiera a Jesús hace dos mil años, nunca ha dejado de resonar en el corazón
de los hombres y mujeres de este mundo. “¿Qué es la verdad?”, “¿Dónde está la verdad?”,
“¿Quién es la verdad?”, “¿Es posible la verdad?” estas y otras preguntas se
agolpan en nuestra mente cuando hacemos un noble ejercicio de pensar y estudiar
nuestra vida, lo que nos rodea, nuestra escala de valores.
Hoy la verdad está muy mal vista. El
relativismo imperante nos ha hecho ver la verdad como una enemiga del
pensamiento. No hay verdades objetivas sino opiniones personales que albergan
parte de verdad. Toda pretensión de verdad objetiva o absoluta supondría un
vano intento de acaparar toda la realidad en conceptos de muy difícil aceptación
universal. Pero…para negar toda verdad objetiva, antes, primeramente, se ha
tenido que negar tanto la realidad como el concepto de “ley natural”.
¿Qué es la ley natural? Según el Catecismo de la
Iglesia Católica: «La ley divina y
natural muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y
alcanzar su fin. La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales
que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios,
fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo en cuanto igual a
sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley
se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales,
sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza
humana» (1955) y continúa diciendo: «La
ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón,
es universal en sus preceptos,
y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la
persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales» (1956).
Pero no crea el lector que esto es
una construcción cristiana o católica, la ley natural está ya presente en la
filosofía pagana o precristiana como demuestra este texto de Cicerón: «Existe ciertamente una verdadera ley: la
recta razón, conforme a la naturaleza, extendida a todos, inmutable, eterna,
que llama a cumplir con la propia obligación y aparta del mal que prohíbe.
[...] Esta ley no puede ser contradicha, ni derogada en parte, ni del todo»
(De Republica 3,22,33).
Al cercenar de las relaciones
sociales, toda ley natural y toda verdad, ocupó su lugar otro tipo de criterio
de transacciones humanas que Rousseau llamó el “Contrato social”, es decir, que
las relaciones humanas ya no se basarán en criterios naturales y objetivos sino
en el acuerdo social de las mayorías hasta el punto de que serán los órganos
legislativos humanos los que definan lo que es bueno o malo, lo que está bien o
lo que está mal. Todo está sujeto a modas, gustos y decisiones de un momento
determinado independientemente de si responde a las leyes naturales o no. Ejemplo
de esto es el caso de los mal llamados “matrimonios homosexuales”, que se han
aprobado aun estando muy lejos de la ley natural.
Como personas y como cristianos,
pues, tenemos la grave obligación de buscar la verdad, de vivir la verdad
cueste lo que cueste. Y ocurre que todo aquel que se pregunta por la verdad
acaba encontrándose con Jesucristo, la verdad misma; tal como le ocurriera al
ingenuo y temerario Pilato que al preguntarse por la verdad no fue capaz de
reconocer que ante él estaba, en pie, la verdad misma.
Señores lectores, solo la verdad
puede disipar nuestra vida de tantos errores como nos envuelven; de tantas injusticias
que se cometen en nombre de la razón y de tantas esclavitudes que se acometen
en aras de la libertad. Solo la verdad puede hacernos libres. Vivir en verdad
será, ante todo, vivir la libertad, gozar de la libertad de los hijos de Dios.
Dios te bendiga
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