HOMILIA
DEL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos en el
Señor:
Retomamos ya el ciclo dominical del tiempo ordinario.
Atrás quedan las fiestas dedicadas a los misterios de la Trinidad y del Corpus
Christi. En este domingo XII del tiempo “per
annum” retomamos la predicación sobre el ciclo de Mateo, evangelista que nos
guía en este ciclo A.
El profeta Jeremías dado el mensaje tan duro que debe
transmitir a su pueblo, se ve ridiculizado, rechazado y burlado por sus coetáneos.
En sus palabras encontramos una situación grande de depresión, de tristeza, de
desmoralización. Es un hombre abatido por el peso de la misión y la
incomprensión de los hombres. Solo la confianza en Yahvé, como último recurso,
creará en él una ruptura con esta situación de desesperanza. Él sabe que a
pesar de todo, Dios está a su lado, está con él. Que será Yahvé quien tomará la
iniciativa a la hora de vengar a su siervo, salvando la vida de los pobres, del
hombre piadoso que pone su confianza en Dios.
Frente al sentimiento de temor de Jeremías y su confianza
en una acción futura de Dios; encontramos la revelación neotestamentaria de
Jesucristo quien nos dice que no tengamos miedo a los que pueden matar el
cuerpo sino más bien a los que pueden aniquilar cuerpo y alma en el fuego del
infierno. Para mostrar cuánto vale la vida de los hombres más que otra cosa,
usa la comparación con los pájaros, pues esa era la vida más barata del
mercado.
Las páginas de este evangelio quizá hoy sean más actuales
que nunca. A lo largo de los dos mil años de historia de la Iglesia hemos
tenido que enfrentarnos a graves peligros y duras persecuciones.
Pero hoy, como
entonces el profeta Jeremías, podemos sentir el peso de vivir en coherencia el
Evangelio, de dar testimonio de Cristo en el mundo. La hostilidad hacia el
mensaje de Jesús reviste hoy formas nuevas y más agresivas. Ciertamente, hoy, y
de momento, en nuestra sociedad no nos enfrentamos a una sanguinaria
persecución; pero el asedio y los escraches a los obispos y grupos cristianos,
las blasfemias, las profanaciones se suceden por doquier; hoy se niega a la Iglesia, en aras de la
libertad, su derecho a ejercer su misión en el mundo y anunciar el Evangelio y
la doctrina del catecismo; niegan a la Iglesia la libertad que reivindican para
sus intereses. Frente a la acción pacífica de la Iglesia, se combate contra
ella ejerciendo una violenta presión social que, en el colmo de los casos,
llega hasta la violencia física o la muerte civil.
Hoy los cristianos de occidente nos enfrentamos a dos
poderosos enemigos que pretenden matar tanto el cuerpo como el alma: la
ideología de género y las prácticas de meditación oriental. La primera, muy
letal, se trata de un movimiento acientífico e irracional que pretende
reescribir la identidad sexual de cada uno de tal modo, según dicen ellos,
nadie nace hombre o mujer, sino que al ser construcciones sociales, se puede
elegir ser lo que se quiera. Esta ideología, a efectos teológicos, supone la
culminación de la tentación de los orígenes de convertirnos en dioses de
nosotros mismos. Y esto es lo más dramático, el hombre quiere ser dios y
dominarlo todo. Como ya profetizó el filósofo Nietzsche es necesario que Dios
muera para que el hombre ocupe su puesto. Es la cumbre del empeño masónico
desde su fundación. Hoy quien se opone a esta ideología y la combate mostrando su
irracionalidad y su nulo fundamento científico y, por tanto, su verdad
teológica, se ve sometido a la persecución, al descredito, a la burla y a la
mofa pública y social. Se trata de una campaña orquestada por aquellos mismos
que no han dudado en unirse y respaldar a la religión islámica al mismo tiempo
que reivindican la laicidad del estado y la separación radical entre la Iglesia
y el poder civil.
El segundo peligro que atenaza la vida de los cristianos
es la lenta, pero continua, introducción de las técnicas de meditación y
sanación orientales, especialmente, el yoga, el zen y el reiki. Si la ideología
de género era letal para el cuerpo, estas técnicas son peligrosas para el alma
cristiana, por la misma razón que la anterior pero de modo análogo: porque se
presentan como técnicas inofensivas para alcanzar un estado de tranquilidad y
paz interior pero que en nada tienen que ver con una visión cristiana ni de la
persona, ni de Dios ni de la oración.
De
la persona porque la concepción cristiana de la misma respeta su individualidad
como imagen de Dios y sujeto de derechos, deberes y libertad; mientras que el
mundo oriental tiene un concepto de persona según el cual materia y espíritu se
confunden siendo así que la persona no es otra cosa sino animación de la
materia. Respecto de Dios, el cristianismo parte de un concepto personal del
mismo que lo distingue de lo humano, de tal modo que Dios y el hombre pueden
comunicarse, hablar y dialogar sin confundirse y manteniendo su diferencia y
distinción; la concepción oriental se debate entre dos polos o todo es Dios (panteísmo)
o no hay Dios (ateísmo) y por tanto nunca será un Dios personal lo que conlleva
la imposibilidad de cualquier alteridad Dios-hombre. Esto repercute en la
manera de entender la oración: para el cristianismo, la oración supone un encuentro
entre el hombre y Dios, entre una palabra que me interpela y a la que respondo
con toda mi persona, sin embargo, las técnicas orientales pretenden la
disolución en la nada (ateísmo) o la fusión con el todo (panteísmo), no hay
diálogo ni individualidad diferenciada entre la divinidad y la humanidad.
Ante
estos dos males, los cristianos hemos de permanecer unidos a Cristo, ser fieles
a nuestra fe bautismal, rechazar todo aquello que vaya en contra de la
Revelación. El Evangelio de hoy nos llama a no ser cristianos temerosos, a
vivir con libertad y esperanza fundada en la victoria final de Jesucristo. De nuestra
perseverancia en la fe dependerá nuestra salvación. Pues el mismo Cristo dice
que quien se pone de su parte ante los hombres Él se pondrá de parte del hombre
ante el Padre y, al contrario, quien lo niegue ante los hombres, Jesús lo
negará ante el Padre.
Queridos
hermanos, es momento de optar por Jesucristo. Lo nuestro no es usar la
violencia verbal o física, sino dar la batalla de las ideas y del testimonio
auténtico de Cristo en medio del mundo. Hoy Jesús nos llama a ser sus testigos
allí donde somos puestos: en nuestros trabajos, familias, ambientes para que el
Reino de Dios no sea una utopía sino una realidad que ya está en germen y que
un día alcanzará su plenitud en la eternidad.
¡Ánimo
hermanos!, no tengamos miedo a nada ni a nadie. Sigamos las huellas de Cristo y
pertrechémonos por el camino del evangelio, fidelidad a Cristo y a su Iglesia,
amor a los pobres y enfermos y formación completa y constante para conocer la
fe, proponerla y defenderla. Así sea.
Dios
te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario