Ritos de ordenación (continuación)
G)
Entrega del anillo
Quizá
sea este uno de los símbolos más usados por las distintas familias litúrgicas,
culturales y que alberga un riquísimo significado. En la Sagrada Escritura
encontramos algunos textos como Est 8,8 donde el anillo es un instrumento para
sellar, o Gn 41, 40-42 donde el Faraón entrega un anillo a José como signo de
confianza y reconocimiento.
Según
se desprende de unas palabras del obispo Optato de Milevi, en el s. IV ya era
normal el uso del anillo por parte de los obispos. Sin embargo el primer
testimonio de un rito litúrgico de entrega de un anillo episcopal en la
ordenación lo encontramos en el s. VII y proviene de España, en concreto en el
concilio IV de Toledo (633). San Isidoro de Sevilla lo aborda en su obra De ecclesiasticis officiis y dice: «se le entrega también el anillo, como signo
del honor pontifical o como sello de los secretos»,
en el s. IX lo encontramos en el ritual franco. Y según se desprende de una
carta de Carlos el Calvo al Papa su usó se extendió, en este siglo, a todos los
obispos.
Primitivamente, la función del anillo era la de un sello, tal como lo afirma
san Isidoro, siendo de metal con un dibujo grabado. En este momento, más que un
carácter simbólico, el anillo tiene un fin práctico: el de autentificar, con su
estampación, los actos y documentos de estos.
En
el periodo feudal, el anillo pierde este valor de sello y adquiere el de
símbolo de un poder temporal pero éste será pasajero, pues al extenderse su uso
en el sacramento del matrimonio el anillo va adquiriendo un significado
nupcial, expresando el misterio nupcial de Cristo y de la Iglesia. Y este
significado ha llegado hasta hoy, presentando al obispo como esposo de la
Iglesia local.
Para el papa Inocencio III, el anillo simboliza el don del Espíritu Santo y el
dedo en que es colocado, simboliza el dedo de Dios con el que Jesús obraba sus
milagros (cf. Lc 11,20). La forma circular del anillo expresa la perfección sin
límite de los dones recibidos por su identificación con Cristo, buen Pastor, en
quien habita la plenitud de la divinidad.
En su Rationale, Guillermo Durante
define el anillo episcopal como «el
sacramento de la fe por el cual Cristo se unió a su esposa, la santa Iglesia para
que ella dijera bien de si misma: “Mi Señor Jesucristo me desposó con su
anillo”».
También, simboliza la integridad de la fe que debe tener el obispo; recoge el
antiguo significado de sello y, haciéndose eco de la tradición anterior,
Durando lo relaciona con el don del Espíritu Santo, tal como había hecho
Inocencio III con el dedo anular.
La
actual fórmula litúrgica de la entrega e imposición del anillo dice: «Recibe este anillo, signo de fidelidad, y
permanece fiel a la Iglesia, Esposa santa de Dios». Esta fórmula ha sido
tomada, con alguna modificación, del Pontificale
Romanum anterior y su reforma de 1962,
que a su vez están inspiradas en el Pontifical Romano-Germánico (s. X).
Como vemos, se ha conservado el simbolismo nupcial que adquiere en la edad
media perdiéndose el del primitivo sello.
H)
Entrega de la mitra
Probablemente,
el origen de este ornamento pontificio este en una prenda extralitúrgica
llamada “camelaucum” o “pileus” que era usado en la vida ordinaria por parte
del emperador o de los funcionarios de la corte, sobre todo en oriente.
En los primeros siglos del cristianismo ni obispos ni presbíteros cristianos
usaron prenda alguna en la cabeza durante el servicio litúrgico, por lo que podemos
suponer que al convertirse el cristianismo en religión oficial del imperio con
Teodosio en el año 380 por el edicto de Tesalónica “Cunctos Populos”,
obteniendo, los obispos, la equiparación como funcionarios del estado y por
tanto sus prerrogativas; también asumieran las vestiduras y ornamentos que el
cargo aparejaba, y de ahí, también, la mitra. En el s. IV la mitra era un gorro
propio de las vírgenes consagradas, hasta el punto de que el Liber ordinum mozárabe lo pone como
ornamente propio de la abadesa.
Sabemos
que el Papa la llevaba en las cabalgatas y ceremonias solemnes fuera del
templo. En occidente, encontramos el primer testimonio de la mitra en el s. XI
con el papa san León IX (1049-1054),
quien se lo concede como privilegio al arzobispo Everardo de Tréveris.
Inocencio II (1130-1143) la menciona como distintivo normal del obispo. En el
s. XII la mitra se generaliza entre los obispos. En el s. XIII, el papa
Inocencia III relaciona la mitra con la función magisterial y profética de
Cristo, quien ha sido coronado de gloria y esplendor (cf. Sal 8,6). La
mitra ha evolucionado en su forma desde el inicio hasta hoy. A las dos puntas
que sobresalían en la mitra primitiva, Durando le asigna el significado del
Antiguo y el Nuevo Testamento o las dos tablas de la ley de Moisés. Las ínfulas
o fimbrias que caen por la parte de atrás simbolizan, según el Rationale de Durando, el espíritu y la
letra.
Hoy
se impone la mitra acompañado de estas palabras: «Recibe la mitra, brille en ti el resplandor de la santidad, para que,
cuando aparezca el Príncipe de los pastores, merezcas recibir la corona de
gloria que no se marchita». Esta fórmula ha sido introducida, como nueva,
en la edición revisada del 1989, pues en la edición primera, reformada, de 1969
se especificaba que se entregaba la mitra “nihil
dicens (= sin decir nada)”. La actual fórmula litúrgica describe a la mitra
como símbolo de autoridad, de potestad de gobierno. Sin embargo, la autoridad
del obispo brilla por la santidad de vida y del modo con que la ejerza. También
debemos destacar el salto que da la fórmula litúrgica, proyectando
escatológicamente el significado de la mitra, pues ésta es una corona terrenal
y simbólica, por eso la verdadera corona que hay que perseguir es la
inmarcesible que dará Jesucristo el último día.
I)
Entrega del báculo
El
báculo, como signo de autoridad que proviene de Dios, hunde sus raíces en la
Biblia (cf. Ex 4, 17.20) pero también como símbolo de caudillaje del pueblo
(cf. Sal 23,4).
Su
inclusión en la liturgia no está clara, probablemente venga de la costumbre que
había en el imperio de oriente según la cual, el emperador se lo entregaba a
los patriarcas. En occidente, el báculo nace en los monasterios, signo de la
autoridad del abad en los monasterios de las Galias y las Islas Británicas (ss.
VII-VIII). También era parte del hábito monástico, su compañero de viaje y
signo de la cruz de Cristo. Al igual que el anillo, el primer testimonio de un
rito litúrgico de entrega del mismo lo hallamos en el s. VII en España en la
consagración de un abad “le sea entregado el báculo por el obispo”. Será en el
IV Concilio de Toledo y san Isidoro de Sevilla quienes lo refieran como símbolo
de la autoridad episcopal: «al que es
ordenado, se le entrega el báculo durante el rito de su consagración, para que
rija o corrija bajo su indicación al pueblo que de él depende, o bien se ocupe
de las enfermedades de los enfermos».
En el s. IX lo hallamos en el rito franco. En el s. XIII, según dice el
pontifical de Guillermo, obispo de Mende, el báculo pastoral llega a ser de uso
general en la mayor parte de las celebraciones presididas por el obispo. Esta
insignia pontificia nunca ha sido despojado de su significado: autoridad,
gobierno y guía.
La
forma más antigua del báculo era la de una vara de madera rematada con una bola
y una cruz. En el s. XIII los báculos comienzan a ser rematados en espiral,
que contenía en su límite un motivo grabado bien el de
la lucha del Cordero crucífero o bien el de san Miguel contra el dragón. Luego
surgió la costumbre de atar un sudario a la empuñadura del báculo.
Actualmente
se dice: «Recibe el báculo, signo del
ministerio pastoral, y cuida de todo el rebaño que el Espíritu Santo te ha
encargado guardar, como pastor de la Iglesia de Dios». Esta fórmula, tomada
de Hch 20,28, es de nueva incorporación, estando, también, presente en la
edición de 1969. Esta fórmula es más explícita que las dos anteriores. El
obispo es pastor de la Iglesia. Alguien a quien Jesucristo ha puesto al frente
de su pueblo. Un hombre ungido y designado por el Espíritu Santo para cuidar
con amor de cada uno de los miembros de esta rebaño. El báculo ha de ser usado
con severidad, justicia y dulzura. Con el báculo se debe enderezar el camino de
las ovejas descarriadas y golpear con fuerza y decisión a los lobos que vendrán
para desestabilizar y matar al rebaño. El obispo custodiará la integridad del
rebaño alimentándolo con el pasto de la doctrina y de la Eucaristía; combatirá
a los enemigos que siembran la confusión y el caos entre sus filas. No es poco,
pues, lo que significa el báculo, puesto en las manos de un obispo.
J)
Toma de posesión de la cátedra
Se
produce al terminar todos los ritos anteriores. El consagrante principal invita
al nuevo obispo a instalarse en la catedra, el lugar desde donde presidirá,
hablará e instruirá al pueblo de Dios que le ha sido encomendado. Seguidamente
pasan todos los obispos asistentes y le dan el abrazo o beso de paz que tiene
el sentido de agregación a un colegio o cuerpo.
El rito de la
“inthronizatio” es la conclusión natural del rito de ordenación episcopal
puesto que este ministerio exige una cátedra desde donde se dirigirá al pueblo.
Aunque fue introducido, en cuanto rito como tal, por Durando en el s. XIII; ya
en el s. IV es señalada por las Constituciones apostólicas. En la edad media
este rito se hacía en Francia e Inglaterra con formas pomposas y solemnes.
Dios te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario