HOMILIA DEL I DOMINGO DE CUARESMA
Queridos hermanos en el
Señor:
Nos
disponemos a comenzar desde ya esta serie de cinco domingos del tiempo de
Cuaresma, que vienen a ser como una escalera ascendente que nos posibilita
llegar a la cumbre de la Pascua, en la noche de la Vigilia Pascual. Cuarenta días
de preparación para celebrar una noche.
En
este primer domingo, el Espíritu Santo quiere sacarnos al desierto, al lugar de
las fieras y de la muerte para dejarnos iluminar por la sola presencia de la
Palabra de Dios, alimento seguro en mitad de las soledades desérticas de la
vida. Como Jesús, a lo largo del itinerario cuaresmal somos tentados por el
diablo, quien no busca otra cosa que apartarnos del amor de Dios y poner trabas
a la experiencia de la misericordia divina. El relato de Marcos, tan escueto
como intenso, nos ahorra la descripción de cada tentación, en cambio, nos deja,
como un eco, esta exhortación apremiante “Convertíos
y creed en el Evangelio”. Ese es el principio y el fin de toda existencia
cristiana: volver, cada día, a nuestro Dios y creer, firmemente, en su Palabra
de salvación. Unida esta idea al primer domingo de Cuaresma, es como si la
Iglesia nos avisara de que la primera tentación del hombre es no creer en Dios
y, por tanto, rechazar su Palabra; y por otra parte, de que solo podremos
vencer al diablo en la medida en que estemos más firmemente unidos a Dios y
sigamos lo dictado por su Palabra.
Quien se acoge a los mandatos divinos tiene la certeza de
caminar por las sendas rectas de Dios, que no son otra cosa si no sendas de
misericordia y lealtad para los que guardan su alianza. ¿Qué alianza? La que
quiso hacer Él con nosotros desde el origen de la Creación, y que hoy hemos
visto renovada con Noé: la reconciliación y la paz entre el cielo y la tierra,
atestiguada por la presencia del arcoíris, luz de luz, imagen y prefiguración
de la verdadera paz que es Jesucristo. El diluvio que asoló la tierra supuso
una imagen de muerte y destrucción de todo pecado e impureza en el mundo, y el
comienzo de una nueva humanidad fundada en el bien, la virtud y el amor a Dios.
Del mismo modo, el bautismo cristiano, cual otro diluvio, ha supuesto la
aniquilación en nosotros de cualquier pecado y del pecado original, a la par
que un nuevo nacimiento a la vida de la gracia, de la virtud y del amor a Dios.
Esta es la alianza de Noé renovada en cada bautizado para que éstos emprendan
el camino de la vida y puedan luchar e imitar a Jesucristo que nos enseñó a
vencer al diablo.
Queridos hermanos, en esta Cuaresma abramos de verdad el
corazón a su Palabra, sembrada en nosotros por la predicación y posibilitada
por el bautismo para que lleguemos juntos a la Pascua y experimentemos, como en
el Evangelio, que en medio de las soledades y dificultades del desierto
cuaresmal, los ángeles también nos servirán como guías, consejeros y compañeros
espirituales. Ánimo y adelante.
Dios
te bendiga
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