MISA POR LOS CRISTIANOS PERSEGUIDOS
I. Misterio
Creo que no puede haber un tema más actual y
acuciante en la Iglesia que el de la Iglesia perseguida. Estos cristianos de
gran parte del orbe son el fruto más granado del anuncio cristiano y del
evangelio vivido hasta las últimas consecuencias.
No son pocas las veces que en el Evangelio
Jesucristo nos anuncia la convivencia del cristianismo con la realidad de la
persecución: “Bienaventurados seréis
cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros
falsamente, por causa de mí” (Mt 5, 11-12); “Si el mundo os aborrece, sabed que antes que
a vosotros, me aborreció a mí” (Jn 15,18);
“Os aseguro —respondió
Jesús— que todo el que por mi causa y la del evangelio haya dejado casa,
hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierra recibirá cien veces más ahora
en este tiempo casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierra, aunque con
persecuciones; y en la edad venidera, la vida eterna” (Mc 10, 29-30).
Estas y otras expresiones no han dejado de hacerse realidad a lo largo de dos
mil años de historia eclesiástica.
La primera persecución desatada contra la Iglesia fue la de
Herodes en Jerusalén donde se llevó a cabo la muerte de Santiago y la
dispersión de la Iglesia incipiente. Tras ella, sobrevinieron cuatrocientos
años de persecución por parte del imperio romano. Desde el año 68 al 300 se
sucedieron interrumpidamente diez persecuciones. Restablecida la paz con
Constantino no tardaron en surgir las persecuciones de los bárbaros hasta la caída
del imperio romano en el 410 con Alarico y la conquista de la diócesis hispánica
por parte de los godos, que eran arrianos ya que habían sido evangelizados por
el obispo arriano Ulfilas. En la Hispania goda la persecución se desató contra
los hispano-romanos, que eran católicos bajo el reinado de Leovigildo haciendo la
guerra contra su hijo Hermenegildo. Tras la conversión de la monarquía goda al
catolicismo, no se hizo esperar otra persecución, esta vez por parte de la
nueva religión creada por el caravanero Mahoma, el Islam, que entrando en la península
Ibérica en el 711 permaneció en la misma hasta el año 1492 en que se completó
la reconquista de España, iniciada por don Pelayo en Asturias en el 718,
expulsando al último rey nazarí de la ciudad de Granada por parte de los Reyes
Católicos.
El imperio musulmán no dejó, por otra parte, de atacar al Occidente
cristiano estableciendo su capital en Constantinopla, después Bizancio, en 1453
cambiando su nombre por Turquía. A parte de las guerras contra el imperio turco,
la persecución contra la Iglesia no se desatará, de nuevo con violencia, hasta
el cisma de Occidente en que los nuevos nobles luteranos y la monarquía
anglicana desaten su furia contra la población que se mantenía católica en sus
territorios. El s. XVIII europeo se teñirá del rojo de la sangre de miles y
miles de mártires de la Revolución Francesa; la kulturkämpf de Otto von Bismark en el s. XIX no dará tregua a la
Iglesia católica. Aun así, el s. XX no será menor en persecuciones a la Iglesia
de Dios comenzando por la sangrienta y terrible persecución por parte del
comunismo (en todos los países donde se asentó o, al menos, tuvo célula), la
masonería mexicana entre 1926-29, del fascismo italiano, del nazismo alemán, en
España durante la década de los 30. Y en nuestros días la persecución se ha
vuelto a desatar en contra la Iglesia de dos maneras: en Oriente de forma
sangrienta y crudelísima por parte del Estado Islámico (ISIS, DAESH) y en
Occidente por parte del laicismo radical y la Ideología de Género. A nosotros
solo nos toca perseverar.
Por último, leamos esta homilía
de Mons. Jenky, obispo de Peoria, pronunciada el 14 de abril de 2012,
titulada “La Iglesia sobrevivirá”:
“Por 2.000 años, los enemigos de
Cristo han hecho realmente su mejor esfuerzo. Pero piensen sobre esto: la
Iglesia sobrevivió e incluso floreció, durante cientos de años de terrible
persecución, en los días del Imperio Romano. La Iglesia sobrevivió a las invasiones
bárbaras; la Iglesia sobrevivió ola tras ola de jihads; la Iglesia sobrevivió
la era de la revolución; la Iglesia sobrevivió al nazismo y al comunismo. Y por
el poder de la Resurrección, la Iglesia sobrevivirá al odio de Hollywood; a la
malicia de los medios; a la maldad embustera de la industria del aborto; la
Iglesia sobrevivirá a la corrupción reinante y absoluta incompetencia de
nuestro gobierno del estado de Illinois e incluso al desprecio calculado del
presidente de los Estados Unidos, sus burócratas en el departamento de Salud y
Servicios Humanos y de la actual mayoría del Senado federal. Que Dios tenga
misericordia, que Dios tenga misericordia especialmente de las almas de
aquellos políticos que fingen ser católicos en la iglesia, pero en la vida
pública, como Judas Iscariote, traicionan a Jesucristo por cómo votan, por cómo
voluntariamente cooperan con lo intrínsecamente malo.
Como cristianos debemos amar a
nuestros enemigos, y rezar por aquéllos que nos persiguen, pero como cristianos
nosotros debemos también defender lo que creemos y estar listos para luchar en
defensa de nuestra fe. Los días en que vivimos requieren un catolicismo
heroico, no un catolicismo ocasional. No podemos ser por más tiempo católicos
por accidente sino, en su lugar, debemos ser católicos por convicción. En
nuestras propias familias, en nuestras parroquias, donde vivimos, donde
trabajamos. Como aquélla primera generación apostólica, debemos ser testigos
valientes del Señorío de Jesucristo. Tenemos que ser un ejército valiente de
hombres católicos dispuestos a dar todo lo que tenemos por el Señor, que dio
todo por nuestra salvación.
Recuerden que en la historia,
otros gobiernos han tratado de forzar a los cristianos a amontonarse y
esconderse en el ámbito de sus templos, como los primeros discípulos, antes de
la Resurrección, encerrados en el Cenáculo. A finales del siglo XIX, Bismarck
emprendió su "Kulturkampf", una guerra cultural contra la Iglesia
Católica, cerrando todas las escuelas y hospitales católicos, conventos y
monasterios en la Alemania imperial. Clemenceau, apodado "el devorador de
sacerdotes", intentó hacer lo mismo en Francia, en las primeras décadas
del siglo XX. Hitler y Stalin, en sus mejores momentos, apenas toleraron que
algunas iglesias permanecieran abiertas, pero no toleraron la acción de la
Iglesia en educación, servicios sociales y cuidado de la salud. En clara
violación de nuestros derechos de la Primera Enmienda, el presidente Obama, con
su agenda radical pro-abortista y extremadamente secularista, ahora parece intentar
seguir un camino similar. Las
cosas han llegado a tal extremo en nuestro amado país, que esta es una batalla
que podríamos perder. Pero ante el tribunal estremecedor de Dios Todopoderoso,
esta no es una batalla en la que un católico creyente pueda permanecer neutral”.
II. Celebración
Para esta intención se ha configurado un formulario
eucológico simple, de nueva creación: una oración colecta, una oración sobre
las ofrendas y una oración de pos-comunión. Antes de entrar en el formulario
debemos señalar que es una misa que puede ser completada con la tercera plegaria
por diversas necesidades y que se rige por las normas generales dadas para este
tipo de misas, usando los colores del tiempo o de blanco.
La oración colecta de la misa sitúa la persecución
como consecuencia de la providencia divina que quiere asociar al conjunto de la
Iglesia a la pasión de Cristo. En esta oración de concitan dos textos bíblicos:
Mt 10, 22, puesto que la Iglesia padece persecución por causa del nombre de
Cristo. Esta persecución nos hace ser testigos fieles y veraces, como apunta Ap
1,5.3,4. La oración sobre las ofrendas destaca tres ideas sobre la persecución:
1. Se padece por fidelidad a Cristo; 2. Es un modo de asociación a la Pasión de
Cristo y 3. Su gran consecuencia es que el nombre de los cristiano está
inscrito en el cielo (cf. Lc 10,20). La oración de pos-comunión pide como gracia especial que el Señor
confirme en la Verdad de la fe a aquellos que están muriendo por esa misma fe,
que es, precisamente, la cruz que deben vivir para gloriarse del nombre de cristianos.
Los textos bíblicos seleccionados para este
formulario son: para la antífona de entrada, el salmo 73, 20.21.22.23 donde se
apela a la piedad divina implorando que tenga misericordia de los que sufren
por causa de Él. Y también Hechos 12,5 donde se expone que la Iglesia debe orar
por los encarcelados como hizo con san Pedro. Para la antífona de comunión Mt
5, 11-12 que no es otra que la gran bienaventuranzas para los perseguidos por
Cristo y su recompensa en los cielos; y Mt 10,32 donde se nos recuerda la
importancia de estar siempre del lado de Jesucristo.
III. Vida
Tras analizar el formulario
litúrgico de la misa veamos que ideas se desprenden del mismo para una vivencia
mejor de esta realidad de la Iglesia que se vive en no pocos lugares del mundo,
donde el Cuerpo místico de Cristo está presente:
1. Asociarse a la Pasión de Cristo: es una
idea que se repite por dos veces en el formulario. La persecución a la Iglesia
es un ataque directo a Cristo en cuanto a que el conjunto de la comunión de los
fieles es el Cuerpo místico de Cristo, prolongación histórica del Resucitado en
el mundo. Sabemos por el Concilio Vaticano que la liturgia es la obra de
Cristo, la eterna intercesión del Señor, que asocia a ésta a su Iglesia. En el
mismo sentido, Cristo une a la Iglesia a su agonía y muerte en la Pasión por
medio de la persecución. Pero si tenemos en cuenta que el Misterio Pascual de
Jesucristo es su obra redentora, muerte y resurrección, la persecución a la
Iglesia se vuelve misterio pascual, también, para ella. En la persecución la
Iglesia vive su Pascua con tal intensidad y con tan craso realismo que se hace
imposible no sentirse unido a la obra redentora de Jesucristo, su Señor y
fundador.
2. Espíritu de paciencia, caridad, amor y perdón a
los enemigos: es la excelencia del cristianismo, la guinda del pastel del
cuerpo doctrinal moral del cristiano. Ante la tensión e incertidumbre que puede
generar una situación de este calibre, los dones que el Espíritu Santo concede
a los cristianos son, precisamente, aquellos que el Evangelio reclama para
ellos: amor a los enemigos, perdonar a los que nos zahieren, devolver bien por
mal, responder con una bendición. Solo desde el bien y la bondad podemos vencer
a los enemigos que matan el cuerpo y pretenden matar el alma. El cuerpo y lo
material pueden matarlo o arrebatarlo, pero el alma no, porque es de Dios. Permítanme
aquí traer a colación aquellos memorables versos de nuestro Calderón de la
Barca: «al
Rey, la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma, y el alma
sólo es de Dios» (El alcalde de
Zalamea, Jornada I, escena XVIII, vv. 869-876).
3. La persecución como prueba de credibilidad:
en estos periodos duros y trágicos no solo mueren cristianos, sino testigos
fieles y veraces de la fe cristiana. Desde el alba del cristianismo, con los
primeros conatos de persecución, es unánime el testimonio de los paganos que se
admiran de la capacidad de aguante de los seguidores de Cristo y su forma de
afrontar el funesto destino que los deparaba. Así, morir convencidos de la
verdadera fe que profesan, se convierte en un testimonio convincente capaz de
interpelara los verdugos e introducirles
en una dinámica de conversión.
4. Confirmarse en la Verdad y los nombres en el
cielo: esta es la gran recompensa para los cristianos de todos los tiempos.
Sentir la presencia del Resucitado, verdadera causa de la persecución, que
alienta el testimonio cristiano e inspira en ellos la valentía necesaria para
perseverar en la tribulación y mantener la entereza es la mayor confirmación
que el Espíritu Santo puede ejercer en los seguidores de Jesús. Por otra parte,
saber que el cielo es el hogar que nos espera porque ya están nuestros nombres
grabados allí da un aliento nuevo para sufrir con paciencia (gr. hypomoné) los sufrimientos que, lejos de
acongojar el corazón de los cristianos, los llena de alegría (gr. agallíasis) para un testimonio valiente
(gr. parresía) del nombre de
Jesucristo, nuestro Salvador, único Señor (gr. Kyrios).
Así pues, queridos lectores, ciertamente la
persecución no es plato de buen gusto para nadie. No es una situación idílica ni
querida ni pretendida, pero sí que es verdad que es la única garantizada por el
Señor en el Evangelio. Ojalá que Dios nos de la fuerza y la valentía para
mantener la confesión de la fe en esta situación.
Dios te bendiga
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