HOMILIA DEL VI DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
Antes de la pausa que la Cuaresma impone a esta
primera parte del Tiempo Ordinario, la liturgia de hoy nos ofrece unos textos
bíblicos de extraordinaria riqueza.
El libro del Levítico nos presenta el marco de
referencia para comprender el hecho narrado en el Evangelio. Aunque pueda
parecer duro y extraño al querer de Dios, la medida que la ley judía tomaba
respecto de los leprosos era, antes, más bien, de carácter higiénico que
estrictamente religioso, aunque se confundan ya que lo uno era inseparable de
lo otro, o mejor dicho, lo higiénico se justificaba con pretextos religiosos.
La lepra, enfermedad muy común en aquel tiempo, era
considerada un signo de impureza por algún mal cometido, bien por el sujeto
bien por algún antepasado. Al ser contagiosa se tenía prohibido acercarse o
tener cualquier contacto con el leproso a riesgo de contraerla, también quedar
impuro y, por tanto, ser expulsado de la población urbana. Esto explica el
hecho de que Jesús tenga prohibido entrar, tras la curación del leproso, en la
ciudad y tenga que quedarse en lugares solitarios.
Pero, al margen de los avatares históricos, lo que
nos interesa a nosotros, cristianos del s. XXI es la intensidad y la fuerza
espiritual que se despliega y rezuma en este breve pero profundo pasaje
evangélico. En primer lugar encontramos al anónimo leproso que se acera a
Jesús, es decir, que se topa con la Salvación en persona, que se acerca a Jesús
porque sabe que: primeramente, no se va a sentir rechazado, en segundo lugar, que
Jesús no va a sentir repugnancia hacia su situación, y en tercer lugar, porque
sabe que Jesús es el único que puede hacer algo por él; de ahí su súplica “si
quieres, puedes limpiarme”. O dicho de otra manera: “si es voluntad tuya,
puedes hacerme de nuevo”. Si Dios quiere, puede hacer siempre cosas maravillosas
por nosotros y en nosotros. El leproso apela a su voluntad divina, conmueve sus
entrañas y, de alguna manera, hace cambiar y dirigir hacia él el parecer de
Dios.
La reacción del Señor es inmediata, y el evangelista
vuelve a presentarnos una secuencia verbal que resume y recoge la carga
espiritual del momento: “Compadecido”, es el primer efecto de la súplica del
creyente necesitado, hacer que Dios tenga piedad, conmover su corazón para que
padezca como nosotros; “extendió la mano y lo tocó” en este binomio se resume
toda la historia de la salvación: en Cristo que extiende su mano y toca el
cuerpo llagado de la persona que lo invocaba es la mejor imagen de la voluntad
divina de acercarse y sanar a la criatura caída, devolviéndole la vida y la
salud; “quiero, queda limpio”. Esta frase nos remite al Génesis, en Dios querer
es hacer, como acto único. Dios lo que quiere lo hace. Su voluntad es sanarnos
y restituirnos a la gracia, despojarnos de toda impureza; volver a grabar en
nosotros la imagen divina que llevamos.
Sin embargo, al contrario de los que muchos piensan,
Jesús no es contrario a la ley judía y manda cumplir los preceptos de Moisés
estipulados en caso de curación de la lepra. Pero con una condición: que no
dijera a nadie nada del milagro. Aun así, el leproso, por la alegría y la
emoción que llevaba por su sanación no pudo, por menos, que alabar y dar
gracias a Jesús que era quien lo había realizado. Y es que cuando sentimos la
mano amiga de Jesús que toca nuestra vida y sana nuestras dolencias (de
cualquier tipo) no podemos hacer otra cosa más que querer contar a todos lo que
Dios ha hecho en nosotros.
Sin embargo, a pesar del riesgo de contagio o de las
prescripciones higiénico-religiosas, la fuerza de atracción del Señor era tan
grande e irresistible que no dejaba la gente de llegar a donde se encontraba. Pues,
ojalá, que tampoco nosotros dudemos nunca de acercarnos a Jesús, de ser
humildes en la oración, como aquel leproso, para que Dios también quiera
limpiarnos de nuestras inmundicias, para que Dios restaure en nosotros la
gracia y su imagen divina. Así sea.
Dios te bendiga
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