Querido
lector de este blog: en los días grandes de la Semana Santa no ofreceremos homilías
y comentarios litúrgicos, sino meditaciones para orar con tranquilidad los
misterios que celebraremos cada día.
MEDITACIÓN
PARA EL DOMINGO DE RAMOS
1.
La realeza mesiánica de Cristo
Con
la celebración de la entrada del Señor en Jerusalén a lomos de un pollino damos
inicio a la semana más intensa del año litúrgico. Los textos del formulario
para la celebración de este día nos ofrecen un itinerario espiritual idóneo
para poder contemplar a Cristo ascendiendo solemnemente a la Ciudad Santa a
celebrar su Pascua y entrar, así, en la Gloria. El Domingo de Ramos es la
fiesta de Cristo Rey tal como las profecías lo habían anunciado. En este
sentido, el pasaje de la entrada en Jerusalén en las diferentes versiones
sinópticas (cf. Mt 21,1-11; Mc 11,1-11; Lc 19, 28-40) y la joánica (cf. Jn
12,12-15) nos ofrece algunos datos interesantes para la meditación:
1.
Jesús pide prestado un borrico sin más explicación que la de “el señor lo
necesita”: Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de transporte.
Es un animal sobre el que nadie ha montado todavía, es decir, uso exclusivo de
Jesús. J. Ratzinger afirma que tras este dato hay algunos textos de referencia
importantes como Gn 49,10-11 en que la bendición de Judá, a quien obedecerán
todos los pueblos, indica que atará su borriquillo a la vid. También Zac 9,9,
texto que usará Jn 12,15, dice: “Decid a
la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno, en
un pollino, hijo de acémila”. De este modo, Jesús, al entrar de este modo
en Jerusalén, reivindica su derecho regio. El Antiguo Testamento hablaba de Él,
las profecías se han cumplido en Cristo.
2.
Otro dato acerca de su realeza nos lo ofrece el hecho de que a su paso echaran
mantos (cf. 2Re 9,13). Siguiendo la tradición israelí, los discípulos pretenden
así, entronizar a Jesús. Junto a este rito, las muchedumbres entonan el salmo
117 como bendición por el rey que viene. Con este salmo los israelitas
acompañaban su peregrinación hacia el templo. La expresión “os bendecimos desde la casa del Señor”
era dirigida, por parte de los sacerdotes, a los peregrinos que iban llegando. En
este pasaje todo está referido a Jesucristo como aquel que “viene en nombre del Señor”.
3.
Por último, serán los niños los que griten “¡Hosanna
en el cielo!” teniendo como referencia lo profetizado por el salmo 8 “de la boca de los niños de pecho ha sacado
una alabanza frente a tus enemigos y adversarios”.
Todos
estos datos apuntan a la idea del mesianismo regio, es decir, vienen a
confirmar que, efectivamente, Jesús es el Mesías y el Rey de Israel, el Rey
esperado y prometido. Es el Rey que viene a consumar su gloria como lo ha
concentrado, bellamente, el himno a Cristo Rey que la liturgia dispone para
este día: “ibas como va el sol a un ocaso
de gloria/ cantaban ya tu muerte al cantar tu victoria;/ pero tú eres el Rey,
el Señor, el Dios fuerte/ la Vida que renace del fondo de la Muerte”.
2.
Salir con palmas y ramos al encuentro del Rey
Ante
la inminente llegada del gran rey no podemos hacer otra cosa sino salir a su
encuentro levantando las palmas y ramos de la victoria en honor de Cristo
vencedor para que seamos “portadores,
apoyados en él, del fruto de las buenas obras” (segunda oración de
bendición de los ramos). Alzar las palmas no es otra cosa sino un signo de
reconocimiento a aquel que viene a consumar su pasión. Las palmas han de ser el
vestido con que engalanemos nuestra alma, el traje festivo, en definitiva, de
la Jerusalén futura: “como Jerusalén con
su traje festivo,/ vestida de palmeras, coronada de olivos,/ viene la
cristiandad en son de romería/ a inaugurar tu Pascua con himnos de alegría”.
La exaltación jubilosa con las palmas la hallamos, también, en el salmo 45(46):
“pueblos todos batid palmas,/ aclamad a
Dios con gritos de júbilo”.
3.
La espiritualidad del borrico
Pero
dirijamos ahora nuestra mirada hacia el pollino, hijo de acémila. El borrico
tiene mucho que enseñarnos. Él tuvo el honor de llevar sobre sus lomos al Rey
de reyes y Señor de señores. Sin embargo, pensemos por un momento qué hubiera
pasado si el borrico hubiera pensado que los aplausos y vítores iban dirigidos
a él y no a Jesús. Se hubiera levantado sobre sus dos patas traseras a saludar
y agradecer a la multitud, derribando al suelo a Jesús. Pues, queridos
hermanos, esa es la gran tentación: en la vida hemos de considerarnos como el
borrico que porta a Jesús, que hace entrar a Jesús en los diversos ambientes en
que nos movemos, pero si por un momento pensáramos que el protagonismo es
nuestro y que todo depende de nosotros acabaríamos llenándonos de orgullo y,
por consiguiente, opacando al Señor derribándolo de nosotros. Podríamos llamar
a esto “la espiritualidad del borrico”, que no es otra cosa sino la
espiritualidad basada en la humildad, en el trabajo callado, en sabernos
portadores de Cristo, gente que pretende no solo conocer o vivir el misterio de
Dios sino también comunicarlo, llevarlo a los demás. De este modo, podremos
hacer entrar a Dios en todos los ambientes, incluso en aquellos en los que hoy
es expulsado.
4.
Entrar en la Jerusalén del cielo
Así
pues, querido lector, entremos con ánimo decidido a la Ciudad Santa de
Jerusalén. Hoy esta entrada se celebra místicamente en la liturgia de la Semana
Santa pero mañana se hará realidad en el tránsito de este mundo al Padre. Allí tendremos
nuestra verdadera, completa y permanente ciudadanía (cf. Flp 3,20). Allí empuñaremos
eternamente las palmas y ramos al asociarnos al séquito del Rey eterno junto
con sus santos, ángeles y elegidos. Lo que celebramos este domingo, lo viviremos
plenamente en la eternidad. Esta idea la ha recogido, bellamente, una de las
oraciones para bendecir los ramos: “…y, a
cuantos vamos a acompañar a Cristo Rey aclamándolo con cantos, concédenos, por
medio de él, entrar en la Jerusalén del cielo”. Amén.
Buena
Pascua
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