Antífona
de entrada
«Como niños recién nacidos, ansiad la leche
espiritual, no adulterada, para que con ella vayáis progresando en la salvación.
Aleluya». Tomada de 1 Pe 2,2. Esta antífona es de las más antiguas en la
liturgia hasta el punto de que hasta hace poco daba nombre a este segundo
domingo de pascua, conocido como el domingo de “quasi modo”. Y digo que hasta
hace poco porque fue el papa san Juan Pablo II quien dedicó este día a la
Divina misericordia en el año 2000, según las revelaciones de santa Faustina
Kowalska en 1931.
Sin
embargo, este nuevo matiz no desdice nada de la antífona tradicional pues la leche
pura e incorrupta a la que debe acudir el cristiano es precisamente la que
brota del mismo Cristo, quien con su cruz y resurrección han insuflado el espíritu
de misericordia al mundo entero.
«Alegraos en vuestra gloria, dando gracias a
Dios, que os ha llamado al reino celestial. Aleluya». Tomada de 4 Esdr 2,
36-37. Es la segunda antífona que se propone para el día de hoy. Está dirigida,
directamente, a los recién bautizados quienes han sido llamados al reino
celestial por los sacramentos de la Iniciación Cristiana recibidos en aquella
noche. Pero, también, todos los fieles que en la Vigilia han renovado sus
promesas bautismales y se han venido
preparando durante el ejercicio de la cuaresma para celebrar la pascua, pueden
sentirse invitados con esta antífona a la alegría, a la acción de gracias y a atravesar
los umbrales del cielo.
Oración colecta
«Dios de misericordia infinita, que reanimas,
con el retorno anual de las fiestas de Pascua, la fe del pueblo a ti
consagrado, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que todos
comprendan mejor qué bautismo nos ha purificado, qué Espíritu nos ha hecho
renacer y qué sangre nos ha redimido. Por
nuestro Señor, Jesucristo». Se encuentra, con alguna modificación, en el
misal gótico de donde ha sido tomada. Estamos ante una de las oraciones más
grandilocuentes del misal romano.
Dios
es calificado como “misericordia infinita” haciendo referencia al don del
resucitado que en este día dio el poder a sus apóstoles para perdonar los
pecados. Con la pascua es reanimada la fe del pueblo y los dones que en ellos
ha sembrado la eficacia del misterio pascual recibida en el bautismo. Esto mismo
nos viene por tres cauces que la oración señala y nos invita a interrogarnos
desde ellos: 1) “qué bautismo nos ha
purificado”: el bautismo de sangre y agua que brota del costado de Cristo
muerto en la cruz; 2) “qué Espíritu nos
ha hecho renacer”: el que Cristo expulsó desde su cruz y sopló en la mañana
de pascua sobre los discípulos ; 3) “qué
sangre nos ha redimido”: la que brota con fuerza, como si de una fuente se
tratase, en el monte calvario.
Oración sobre las
ofrendas
«Recibe, Señor, las ofrendas e tu pueblo [y
de los recién bautizados], para que, renovados por la confesión de tu nombre y
por el bautismo, consigamos la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro
Señor». Se encuentra en la familia de los gelasianos (ss. VIII-IX). Es una
oración en clara relación con el don de la pascua. Solo quien ha sido bautizado
puede acercarse a deponer su ofrenda sobre el altar. Por el bautismo hemos
confesado el nombre de Cristo y en la Eucaristía pregustamos la eterna
bienaventuranza.
Antífona de comunión
«Trae tu mano y métela en el agujero de los clavos:
y no seas incrédulo, sino creyente. Aleluya». Tomada de Jn 20,27. Esta antífona
nos invita a creer en la presencia real de Jesucristo que está vivo y presente
en el pan y en el vino que comulgamos. Éste es su cuerpo llagado y glorioso, el
mismo que fue engendrado en las entrañas purísimas de la Virgen y que caminó
por los caminos de Galilea y Jerusalén, que pendió del madero y que victorioso
salió del sepulcro. Acerquémonos pues con gran confianza y humildad a recibir
este magnífico don del cielo.
Oración de pos-comunión
«Concédenos, Dios todopoderoso, que el
sacramento pascual recibido permanezca siempre en nuestros corazones. Por Jesucristo, nuestro Señor». Se encuentra
en el sacramentario gelasiano de Angoulenme (s. IX), gregoriano de Adriano (s.
IX) y en el misal romano de 1570. Aunque es muy breve, esta antífona demanda la
gracia de conservar siempre el don que cada uno de nosotros ha recibido en el
bautismo: la gracia del misterio pascual, esto es, haber sido con-sepultados
con Cristo en su muerta y renacidos con Él por su resurrección.
Visión de conjunto
Como dijimos al comienzo, el II Domingo de pascua está
dedicado a meditar sobre el misterio de la devoción de la Divina Misericordia. Todos
nosotros estamos necesitados de perdón. Seguramente, en la vida no siempre
hacemos las cosas tan bien como quisiéramos; suele ocurrir con frecuencia que
hacemos o decimos algo con buena intención y resulta que obtenemos un resultado
negativo porque alguien se siente ofendido. Otras veces somos nosotros las
víctimas del mal que otros realizan. Perdonar y pedir perdón son dos acciones,
en activa ambas, que necesitamos experimentar y poner en práctica.
E incluso, me atrevería a decir, podemos perdonar y pedir
perdón con cierta facilidad, pero… ¿nos sentimos perdonados? Seguro que todos
conocemos a personas, o nosotros mismos podemos sentirlo, (personas) que no se
sienten perdonadas. Que el mal les ha hecho tanto daño que son incapaces de
perdonarse a sí mismos. Y pasan sus vidas arrepentidas y arrastrando sus dolencias
sin que nadie les consuele. De alguna manera, podríamos decir, si el perdón es
un don, sentirse perdonados es un don aún mayor.
Para alcanzar una real y verdadera experiencia de perdón
encontramos en nuestra bagaje espiritual el misterio de la misericordia divina.
De un tiempo a esta parte el vocablo “misericordia” se ha ido pronunciando
prolijamente en todos los ambientes de la Iglesia. Cualquier acción o campaña o
documento eclesial lleva el apellido misericordia. Pero a la par se ha dado un
fenómeno paradójico: no se sabe interpretar qué es la misericordia. Algunos han
confundido, incluso, la misericordia con el buenismo, con justificarlo todo; la
misericordia es ocultar al pecador su
situación y quererle tal como es sin que tenga que cambiar. Se va difundiendo
la frase “Dios te ama tal como eres” pero no acaban de completarla, porque si
Dios me quiere como soy para qué voy a cambiar, para qué voy a convertirme. Estos
son conceptos falsos y tramposos.
Atendiendo a los datos que el evangelio ofrece, la
misericordia es, ante todo, un don de Dios, una gracia que se ofrece al pecador
cuando este acepta a Cristo y reconoce su situación de pecado. Pensemos que si
el hijo pródigo no hubiera reconocido su situación paupérrima nunca hubiera vuelto
a casa de su padre. Pensemos, también, en lo que Jesús le dice a la adúltera en
el capítulo ocho de Juan “yo tampoco te condeno, vete y en adelante no peques
más”. No le ríe las gracias ni le oculta su pecado sino que la perdona y la
invita a cambiar.
Queridos lectores, esta es la clave de todo: reconocer la
verdad de nuestra vida (lo bueno y lo malo) y caminar a la luz de la fe y de la
gracia de Dios. La fiesta de la Divina Misericordia nos ofrece, de nuevo, la
oportunidad para sentirnos perdonados por Dios; perdonados en lo más íntimo y
profundo de nuestro corazón. La Divina Misericordia es una invitación, también,
al perdón generoso y desinteresado.
El icono de la Divina Misericordia es una imagen de un
Cristo pascual, de un resucitado de cuyo costado abierto por la lanza surgen
dos torrentes de luz rojo y azul, esto es, agua y sangre, que precisamente son
imagen plástica de los tres elementos que la oración colecta destaca: agua,
espíritu y sangre.
Ánimo, a perdonar y a sentirse perdonados porque frente a
la soberbia inmisericorde del mundo; nosotros contamos con el don de la
misericordia de Dios.
Dios
te bendiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario