HOMILIA
DEL II DOMINGO DE PASCUA
Queridos hermanos en el Señor:
En
este segundo domingo de la Pascua del Señor, domingo de la Divina Misericordia,
nos encontramos con unos textos sagrados que nos sitúan, de algún modo, en el
corazón del misterio de Cristo, esto es, el nuevo pueblo de Dios, que es la
Iglesia, y el don del Paráclito, como alma de este nuevo pueblo. Iglesia y Espíritu
son los dones del resucitado al mundo.
El
autor de los Hechos de los apóstoles nos presenta en este primer sumario la
actividad de la iglesia primera. Ciertamente es una visión muy ideal de la
primitiva comunidad cristiana pero para los católicos del s. XXI se nos
presenta como un revulsivo que debe despertar nuestras conciencias,
des-instalarnos de nuestra rutina caduca y ponernos en pistas para revitalizar
nuestra vida cristiana. Varias son las actividades de la Iglesia incipiente que
han marcado la pauta misionera de estos veintiún siglos de historia:
1.
“escuchar las enseñanzas de los apóstoles”:
porque la Iglesia surge de la escucha atenta de la Palabra de Dios y esta se ha
transmitido por la Escritura y la Tradición apostólica. Los cristianos de todos
los tiempos debemos ser humildes y aceptar esta Palabra de verdad como ley de
nuestra vida.
2.
“la vida en común”: es la
responsabilidad recíproca que adquieren los que aceptan el Evangelio. Los cristianos
no somos individuos solitarios e independientes sino que debemos ser solícitos
al bien de unos y otros.
3.
“la fracción del pan”: era el ritual judío
con el que se inicia una comida festiva. Es el gesto del Resucitado en Emaús y
el nombre técnico con el que se designa a la celebración de la Eucaristía en
los primeros siglos. La Iglesia en estos siglos nunca dejó de reunirse para
celebrar la Eucaristía porque si es verdad, como dijimos antes, que la Iglesia
vive de la Palabra de Dios, no es menos cierto que también vive y se forma por
la Eucaristía; en palabras de Henri de Lubac “la Iglesia hace la Eucaristía y
la Eucaristía hace la Iglesia”.
4.
“en las oraciones”: otra constante de
la vida de la Iglesia es la oración incesante. La iglesia tiene la misión de
orar por las necesidades del mundo. A esta tarea se consagran muchos hermanos
nuestros, pero esto no nos exime a ninguno de los demás miembros para que
diariamente reservemos un tiempo concreto para Dios, para tratar de amistad con
El y presentarle lo que el mundo de hoy necesita.
El
texto de los Hechos, como vemos, nos proponen un buen programa de vida para
vivir esta Pascua y prolongarla todos los días de nuestra vida. Solo cuando la
Iglesia vive así se convierte en un signo para el mundo, capaz de mover a la fe
a los que la contemplan. Así han de vivirlo los hijos renacidos en la Pascua,
como nos recuerda san Pedro en su primera carta “ [renacidos] para una esperanza viva, para una herencia
incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo”. Porque
es allí, queridos hermanos, donde la Iglesia se realizará plenamente: en el
cielo.
Pero
no podemos obviar, hermanos, que todo lo dicho anteriormente no es otra cosa
sino consecuencia del misterio de la Resurrección de Jesucristo. En este
domingo se nos presenta para nuestra contemplación la aparición del Señor a los
apóstoles, aquellos que estaban “con las
puertas cerradas por miedo a los judíos”. Para los cristianos la ausencia
de Dios supone la entrada de los miedos y desafecciones. Quien no tiene a Dios en
su vida tiende a cerrar sus puertas a toda gracia, a toda iniciativa divina;
sin embargo, Jesús es capaz de traspasar estas mismas puertas y presentarse
delante de nosotros para, de nuevo, mostrarnos las marcas de su gloriosa
pasión. Algunos puntos de meditación que este texto nos ofrece son los
siguientes:
1.
“Paz a vosotros”: es el saludo y don
del resucitado: la paz que brota de la cruz. Jesús ha efectuado,
definitivamente, la reconciliación entre Dios y los hombres por eso, la palabra
“paz” tiene aquí un sentido pleno. Es la paz de Dios, la paz del alma, la paz
que inspira confianza y abandono en Dios. Un paz única que nadie puede
arrebatarnos.
2.
“enseñó las manos y el costado”: es
la prueba de su resurrección real e histórica. Él resucita con su cuerpo, no
solo en espíritu. El cuerpo de Cristo no conoce la corrupción del cuarto día en
el sepulcro. El cuerpo es necesario para la resurrección. Si Cristo no hubiera
resucitado con su cuerpo no tendría valor este misterio, ni sería posible
nuestra resurrección. La Iglesia vive porque vive su cuerpo, porque la Iglesia
es su cuerpo. Por eso con razón la liturgia dice “y en su resurrección hemos resucitado todos”.
3.
“sopló sobre ellos”: es el otro don
de la Pascua: la efusión perenne del Espíritu que nos está garantizada por el
mismo Jesucristo, como Él mismo afirmó “cuando yo me vaya os enviaré al
Espíritu Santo” (cf. Jn 16,7). Pentecostés, de esta manera, se sigue realizando
cada día en la celebración litúrgica. Es el Espíritu que nos asiste cada día,
que renueva nuestra vida, que nos hace ser testigos en medio del mundo. El espíritu
es el alma y motor de la Iglesia y de cada cristiano. El Espíritu es la
presencia íntima de Dios que fluye del Cristo exaltado.
4.
“Dichosos los que crean sin haber visto”:
es la respuesta a las dudas de Tomás. La fe de los cristianos que han creído
sin haber visto a Jesús no se diferencia en nada de la fe de los primeros
apóstoles. La fe no se basa en ver o en sentir, sino en creer, esperar, amar,
sabernos amados. La fe es confianza, es perseverancia en la prueba. La fe es,
en definitiva, don de Dios dado en el bautismo.
5.
“y para que, creyendo, tengáis vida en su
nombre”: esta es la conclusión de todo el conjunto de misterios de la fe:
tener vida eterna. Solo quien cree e invoca el nombre de Jesús como su Señor
puede salvarse.
Este
domingo segundo de Pascua es una oportunidad única para contemplar la
misericordia divina que inspira y sostiene nuestras vidas. Es un día óptimo
para considerar, como dice la oración colecta, “qué bautismo nos ha purificado, qué Espíritu nos ha hecho renacer y qué sangre nos ha redimido” que no es
otra sino la del mimos Jesucristo.
Dios
te bendiga
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