viernes, 14 de abril de 2017

¡¡ EL ÁRBOL DE LA VIDA ES TU CRUZ, OH SEÑOR !!


«Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo, venid a adorarlo» dentro de unos momentos el silencio de este día se verá interrumpido por las voces de los fieles para aclamar con ellas la santa cruz del Señor. 


MEDITACIÓN PARA EL VIERNES SANTO

Hemos sido llamados, hoy, a hacer silencio. Si observamos, las luces y las flores, los cantos solemnes y festivos de la tarde de ayer, han dado paso a la oscuridad, a la austeridad y a la sobriedad de hoy. El oficio de la Pasión del Señor reclama de nosotros una actitud de silencio adorante. Un silencio tan elocuente que hace mover nuestro espíritu a la compunción y al estremecimiento al ver como en el duro leño, muere el cordero manso, la víctima de la Pascua.

Desde aquel momento, la cruz se ha convertido en fuente de vida y salvación. Una antigua antífona de origen oriental cantaba «Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa Resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero». El madero santo de la cruz, es venerado como manantial de alegría, de luz y de vida para nosotros, pecadores. 

La cruz ha atravesado la sucesión de los siglos y los tiempos de la historia; muchos acontecimientos han acaecido en el mundo desde la muerte de Jesús: guerras, epidemias, conquistas, cambios sociales, cambios económicos y políticos, cambios culturales, persecuciones; y a pesar de todo, la cruz de Jesús sigue firma “stat crux dum volvitur orbis” (la cruz sigue firme mientras el mundo da vueltas), reza el lema cisterciense. 

La cruz es la rúbrica de su amor por nosotros, el sello que confirma hasta dónde está dispuesto Dios a llegar por nuestra salvación. De ahí que no cabe una representación cristiana que rechace la cruz. La cruz es obra del amor universal y recreador de Jesús, es el símbolo cósmico de su llegada al mundo y de su salida de él: el que vino como niño entre las tablas de un pesebre, se marcha como hombre entre las tablas de la cruz. Pero también será el signo con el que volverá un día al final de los tiempos: “Pues como el relámpago aparece en el oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre” (Mt 24,27). Este relámpago no es otro que el mismo signo de la cruz de Cristo que aparecerá sobre el cielo para estar a la vista de todos, pues Cristo, muriendo en ella, la convirtió en el signo histórico del cumplimiento del designio divino. La pasión de Cristo transfiguró el signo de la cruz. 

La cruz es el gran signo cósmico; el signo del universo, el signo del hombre; el signo de Dios presente y operante en ambos, en el hombre y en el mundo. La cruz configura la vida del cristiano. San Máximo de Turín dice “por eso debemos orar con los brazos extendidos (en cruz) a fin de confesar hasta con nuestra actitud los sufrimientos del Señor”.

Estos sufrimientos del Señor han sido expuestos hoy ante nosotros, en la lectura del profeta Isaías. El siervo sufriente que describe el profeta halla su cumplimiento y realidad en Jesucristo, y concretamente, en su pasión, muerte y resurrección. De distintas maneras, muchas han sido las figuras del Antiguo Testamento que nos han hablado de Jesús y su pasión. Citemos este texto de una antigua homilía del s. II atribuida al obispo Melitón de Sardes:

Se vio arrastrado como un cordero y degollado como una oveja, y así nos redimió de idolatrar al mundo, el que en otro tiempo libró a los israelitas de Egipto, y nos salva de la esclavitud diabólica, como en otro tiempo a Israel de la mano del Faraón; y marcó nuestras almas con su propio Espíritu, y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre. Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto, como Moisés al Faraón. Este es el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia, como Moisés castigó a Egipto con la esterilidad. Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de las tinieblas al recinto eterno, e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido y eterno. Él es la Pascua nuestra salvación. Éste es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el mismo que fue asesinado en Abel y atado de manos en Isaac, el mismo que peregrinó en Jacob y vendido en José, expuesto en Moisés y sacrificado en el madero, perseguido en David y deshonrado en los profetas. Éste es el que se encarnó en la Virgen, fue colgado madero y fue sepultado en tierra, y el que, resucitado de entre los muertos, subió al cielo. Éste es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquel que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro” (67-71).
Así pues, hermanos, mirando la cruz de Cristo y quien fue el cordero inmolado en ella, contemplemos la Pasión de Jesús y unámonos a su cruz y a su sacrificio redentor. Así lo han cantado los cristianos de todos los tiempos con el himno “Vexilla regis prodeunt”:
Las banderas del rey se enarbolan,
resplandece el misterio de la cruz,
en la cual la vida padeció muerte,
y con la muerte nos dio vida.

Vida que traspasada
con el cruel hierro de la lanza,
manó agua y sangre
para lavarnos de las manchas de nuestros pecados.

Cumpliéronse ya los proféticos
cantares de David,
donde dijo a las naciones:
reinó Dios desde el madero.

¡Oh mármol hermoso y resplandeciente!
Adornado con la púrpura del Rey,
escogido como digno madero
para el contacto de tan santos miembros.

¡Árbol venturoso,
de cuyos brazos estuvo pendiente el precio del mundo!
Hecho balanza del divino cuerpo,
levantó la presa del infierno.

Salve, ¡oh cruz, única esperanza nuestra!
En este tiempo de pasión acrecienta
la gracia a los justos
y borra a los pecadores sus culpas.
A ti, oh Santa Trinidad,
fuente de la eterna salud,
alaben todos los Espíritus,
y a los que haces partícipes de la victoria de la cruz
dales el galardón. Amén.
 
Que hoy, como pueblo cristiano, podamos decir “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo. Amén”.

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